El comentario pretendidamente simpático del Presidente sobre el origen de mexicanos, brasileños y argentinos tapó un anuncio del día anterior que dice mucho sobre las prioridades oficiales en materia de educación.
Este ha sido, para una inmensa mayoría de niños y adolescentes, un año perdido. La educación virtual fue una utopía. Sin embargo, una senadora nacional del riñón del oficialismo dijo que la presencialidad era “una discusión menor”.
Y en medio de una tragedia socioeducativa cuya hondura no podremos medir, el Gobierno que considera secundaria la presencialidad promulgó por trámite exprés una Ley de Educación Ambiental Integral. Todo es integral últimamente, suena bien.
No es urgente subsanar el cierre récord de aulas, ni los contenidos perdidos o fijados a medias, pero sí es prioritaria una Ley para enseñar ecología de modo transversal, permanente, diverso, inclusivo… etc -ningún calificativo de la jerga de moda quedó afuera-, presentada en un acto en el cual el Presidente desgranó todos los lugares comunes de la vulgata ambientalista, flanqueado por los ministros de Educación, Nicolás Trotta, y de Medio Ambiente, Juan Cabandié. ¿Dos funcionarios que sí funcionan?
Esta Ley es promulgada en paralelo con la militancia por las aulas cerradas -hasta que las encuestas preocuparon y Axel Kicillof dibujó estadísticas para volver a la presencialidad que antes combatió-, con la suspensión de las pruebas Aprender y, como corolario del vaciamiento educativo, con la propuesta de que todos pasen de grado automáticamente.
Ya sabemos que cerca de la mitad de los estudiantes egresan del sistema sin comprender lo que leen. Mejor no enterarnos de los efectos que pudo tener la no presencialidad.
El Gobierno no sólo no quiere una evaluación de conocimientos adquiridos que le permitiría tal vez pensar en soluciones, sino que además pretende que todos promocionen habiendo o no adquirido los conocimientos correspondientes al nivel cursado.
Demagogia educativa, altamente perjudicial para los mismos alumnos a los que supuestamente se busca beneficiar.
Ya en junio de 2012, el Consejo Federal de Educación (CFE) anunció que los niños no repetirían más primer grado. Una constatación de la decadencia, una resignación al descenso, un blanqueo de la presión que ya se venía ejerciendo sobre los docentes para que los alumnos no repitieran, con el argumento de evitarles un trauma, pero también para ocultar la estadística y la degradación paulatina de contenidos por la cual los niños ya no terminaban el primer grado sabiendo leer, escribir, contar, sumar y restar, como fue históricamente en la escuela argentina.
Todo docente sabe que si en un nivel recibe a alumnos que no cumplieron los objetivos del anterior, es muy posible que todo el grupo deba adaptarse. Retroceso para todos.
Posiblemente la medida a tomar en el país sea la contraria: declarar nulo el año de la pandemia y empezar de nuevo. En especial en los primeros grados. Porque está de moda decir que la escuela tiene que enseñar a pensar y desarrollar espíritu crítico sin explicar cómo se logra eso sin transmitir saberes.
El dominio de la lengua es fundamental para el razonamiento. El niño que no aprende a leer y escribir correctamente, tampoco desarrollará su capacidad de pensar. Y la tecnología no lo salvará de la decadencia educativa porque las computadoras son sólo un instrumento.
Pero hoy lo importante es que los chicos sean ambientalistas y sexólogos, a juzgar por la importancia que se les da a estas “materias”.
¿Cómo puede desarrollar un niño pensamiento crítico si no es aprendiendo, adquiriendo conocimiento? ¿Cómo distinguir lo serio de lo que no lo es si no se ha tomado contacto con lo mejor? ¿Cómo discernir la calidad de un texto, si no se ha analizado textos de buen nivel?
Evidentemente los funcionarios creen en la magia y aseguran que su Ley va a “promover la formación de personas capaces de interpretar la realidad a través de la innovación en sus enfoques, basados en la interdisciplinariedad y en la transdisciplinariedad…. (bla, bla, bla)... y en la incorporación de nuevas técnicas, modelos y métodos que permitan cuestionar los modelos vigentes, generando alternativas posibles”.
Veamos la descripción que hace la Ley de lo que es esta educación ambiental para todas las edades y todo el territorio. Un “proceso permanente”, con un “abordaje interpretativo y holístico” que permita “llegar a un pensamiento crítico y resolutivo en el manejo de temáticas y de problemáticas ambientales”; también incluirá el “respeto y valor de la biodiversidad”, un “principio de equidad”, porque hay que “propender a la igualdad, el respeto, la inclusión y la justicia, tanto entre humanos, como en sus relaciones con otros seres vivos”. La ecología lo es todo.
También se menciona un “principio de igualdad desde el enfoque de género” -cuándo no-, “piedra angular (sic) de los derechos humanos”; tampoco podía faltar el “reconocimiento de la diversidad cultural, el rescate y la preservación de las culturas de los pueblos originarios”.
La educación ambiental es la panacea: “De aquí a 2030”, dice la ley, todos los alumnos deben adquirir “los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible (...), los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial (sic) y la valoración de la diversidad cultural ....” La palabra sostenible aparece dos veces más en este mismo párrafo; se lo ahorro al lector.
Es curioso ver cómo los que denostaban la escuela anterior a la separación Iglesia-Estado, porque formateaba pequeños católicos, pretenden ahora inculcarles a los niños estos credos laicos.
Ahora bien, el Presidente dijo que “nunca había oído hablar de estas cosas”. Tres veces en el discurso al presentar la ley repitió que las advertencias sobre la contaminación ambiental eran nuevas para él y que nunca le habían sido explicadas, aunque dice pertenecer a un movimiento cuyo fundador fue pionero en la materia.
El 16 de marzo de 1972, Perón envió un mensaje público: “... ha llegado la hora en que todos los pueblos y gobiernos del mundo cobren conciencia de la marcha suicida que la humanidad ha emprendido a través de la contaminación del medio ambiente y la biosfera, la dilapidación de los recursos naturales, el crecimiento sin freno de la población y la sobrestimación de la tecnología”.
Ahora bien, también alertó contra la manipulación de la ecología: “Nosotros constituimos una de esas grandes reservas (de alimentos) -dijo en un discurso en 1973-. Si sabemos proceder, seremos nosotros los ricos del futuro”. Y advertía de que si no nos uníamos, veríamos “a los fuertes tomar desconsideradamente aquello que no les pertenece”. “Tal vez lleguen a dominarnos hasta telefónicamente”, decía.
EL PATO DE MADERA
Para atraer a las aves, los cazadores ponen a flotar un pato de madera en la laguna como señuelo. Si alguien cree realmente que los problemas estratégicos en los cuales están enfocados jefes de Estado como Emmanuel Macron o Joe Biden son la ecología y la perspectiva de género, está persiguiendo al pato de madera.
Está muy bien que se enseñe a los chicos desde pequeños a evitar desechos, reciclar basura y ahorrar energía. Como se les enseñan las reglas del tránsito. O a lavarse las manos. Pero en materia ambiental hay que ser experto para no dispararle al señuelo.
Según el Presidente, el confinamiento mostró que “nadie le hizo más daño al mundo que los seres humanos”. Como si el mundo tuviera sentido sin el ser humano… Lo que sí demostró la pandemia, las largas cuarentenas y el parate industrial es que los grandes contaminantes del ambiente son los países centrales.
Sin embargo, en la reunión de Alberto Fernández con Emmanuel Macron se habló del Amazonas que no pertenece a Argentina ni a Francia y no de la necesidad de que el primer mundo reconvierta sus industrias.
La conciencia ambiental no pasa por comprar buzones ni dispararle al falso pato. La ecología es un terreno minado de charlatanismo. ¿Alguien se acuerda del agujero de ozono, por ejemplo?
¿DE DÓNDE VIENEN LOS ARGENTINOS?
“Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos”, había dicho Fernández durante su encuentro con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez.
Esta frase sobre nuestros orígenes es, además de ofensiva hacia otros países, equivocada, como también lo fueron las aclaraciones posteriores.
La Argentina es un país de inmigración, es cierto. Muchos de nuestros antepasados llegaron de Europa y cambiaron la fisonomía del argentino. Pero el país al que se integraron era mestizo, porque la colonización española promovió el mestizaje. Somos un ejemplo de integración exitosa; tenemos que reivindicar y profundizar ese mestizaje étnico, cultural y espiritual.
Ahora, en un intento por rectificar, el Presidente dijo: “Vivimos en un territorio inmenso, muy diverso en gente. Tenemos nuestros pueblos originarios, descendientes que se convirtieron (sic) en afroamericanos, descendientes de europeos, tenemos una diversidad muy plural”.
Los argentinos no somos una yuxtaposición de colectividades, de guetos. Esa idea de dividirnos en afroargentinos, argentinos originarios, argentinos que llegaron en barco, etcétera, es contraria a nuestras tradiciones y a nuestra historia. No se trata de negar la diversidad étnica y cultural, sino de que eso no se transforme en rasgo identitario y divisivo; y, a la larga, fragmentador.
Perón también decía que debíamos “integrarnos al mundo a partir de ser más argentinos que nunca”. No como “ciudadanos del mundo”.
El discurso presidencial des-educa. Las decisiones del gobierno en materia educativa también.
Des-educan con lo que dicen y más aún con lo que hacen.
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