El viernes por la tarde, en su programa televisivo, Jonatan Viale se dirigió al ex presidente Mauricio Macri:
“Macri dijo que esto es un poquito más que una gripe. Macri tuvo la suerte de no tener COVID. Y ojalá que no tenga. Vos tuviste COVID (se refería a Eduardo Feinmann, sentado a su lado) y la pasaste como el traste. Yo tuve COVID y la pasé como el traste. Y yo perdí a mi papá por el coronavirus (…) El COVID, señor ex presidente, no es solo una gripecita, no es solo fiebre. No sea burro. Por favor, asesórese. Lo tiene a Fernán Quirós, que es un hombre brillante. No diga esa burrada porque es un ex presidente. Es un líder político: mejor, peor, con más imagen, con menor imagen, pero es muy escuchado. Es una burrada. Yo le quiero contar a Macri lo que me pasó a mí, lo que le pasó a mi papá, lo que te pasó a vos. Se te inflaman los pulmones. Te baja la saturación de oxígeno. La pasás horrible. Te quedás sin aire. No podés respirar. Hay gente que necesita un respirador. Hay gente que con respirador se muere. Por favor, señor presidente: no diga esa burrada”.
La declaración de Macri -”No soy de los que he creído que esta gripe, un poco más grave, es algo que uno tiene que estar sin dormir por esta situación, ¿no?”- lo transforma en un caso exótico en el mundo. En las primeras semanas de la pandemia, hubo dos dirigentes que opinaron de manera casi calcada. El norteamericano Donald Trump definió a la enfermedad que causa el coronavirus como “just a flu” (apenas una gripe). El brasileño Jair Bolsonaro la calificó como una “gripecinha”. Pero eso fue al comienzo. Casi cuatro millones de muertos después, ya nadie, salvo Macri, subestima la magnitud del problema.
Horas después de la declaración, el ex presidente registró que tal vez podría haber ofendido a los familiares de las 88 mil personas que fallecieron por COVID en su país. Entonces tuiteó: “Pido perdón por el error que cometí ayer al hablar de la pandemia y envío mis disculpas a las personas que fueron afectadas por este virus y a sus familiares. De ninguna manera minimizo el impacto mundial del COVID y el sufrimiento que ha causado”.
Esos dos movimientos, el de la declaración y el del pedido de disculpas, permiten preguntarse acerca de cuál es el verdadero pensamiento del ex presidente. ¿Macri es el que minimizó el sufrimiento de millones de personas? ¿O es el que pidió disculpas?
Seguramente haya en él algo de cada gesto y, naturalmente, nadie puede saber cabalmente qué anida en el alma de otro ser humano. Pero hay datos de contexto, públicos y privados, que permiten acercar una respuesta. Desde que empezó la pandemia, el ex presidente nunca apoyó, ni en público ni -mucho menos- en privado, las medidas restrictivas que tomó Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de gobierno porteño que supo ser su hombre de confianza.
Convocó a marchas donde existía un evidente riesgo de contagio para los asistentes y cuya concurrencia era desaconsejada incluso por su ex ministro de Salud, Adolfo Rubinstein. Pocas veces habló en público, pero cuando lo hizo deslizó comparaciones que, claramente, minimizaban la amenaza del coronavirus: “El populismo es más peligroso que el coronavirus”, es la más recordada de ellas. Hay que escarbar mucho en el archivo para encontrar una declaración donde le pidiera a la gente que se cuidara y se protegiera del peligro.
Algunos periodistas, políticos y empresarios que pudieron verlo en estos largos y terribles meses se sorprendieron por la actitud displicente del ex presidente. Ellos realizaban reuniones por Zoom o se encontraban en terrazas o patios, mientras Macri organizaba almuerzos en su pequeño despacho, sin distanciamiento, ni ventilación. Macri, además, se burlaba de quienes usaban o llevaban barbijos a las reuniones con él.
Esa misma orientación se expresa en la segunda parte del pedido de disculpas del viernes. “Aprovecho este tweet para aclarar el sentido de mis palabras. Lo que quise decir es que la enfermedad no se puede usar como una excusa para que el gobierno avance sobre las libertades de las personas y avasalle institucionalmente a la república”. Se trata de una posición muy personal.
Los líderes de centroderecha que ejercen el gobierno han aplicado medidas restrictivas que limitaron seriamente, durante meses, la libertad de trabajo, de reunión, de movimiento y de educación y dañaron así las economías. Son muy conocidos los casos de Sebastián Piñera, Angela Merkel, el presidente del Gobierno de Galicia, Alberto Nuñez Feijoo, o el jefe de gobierno de la ciudad Horacio Rodríguez Larreta. Ni ellos, ni nadie, quisieron aplicar esas medidas: pero eran las únicas posibles.
En todos lados, naturalmente, hubo intensas discusiones sobre cuándo, cómo, qué. Pero ninguno de ellos despreció la herramienta del aislamiento o el confinamiento con las palabras que lo hizo el ex presidente. Solo lo hacen aquellos que creen, como Trump o como Bolsonaro, que todo esto se ha tratado de una “gripecinha”, “just a flu”, o de “una gripe un poco más grave que no debe quitarnos el sueño”. El mismo pedido de disculpas parece una confirmación de la barbaridad por la que se disculpaba.
Tal vez la simplificación que hizo Macri desde el comienzo de la pandemia sea la expresión de un patrón. Ante los problemas serios, Macri aplica una y otra vez el mismo método: los subestima. Se podía liberar el cepo porque la mera presencia suya en el gobierno atraería capitales. La inflación sería fácilmente derrotada apenas él aplicara sus ideas. La Argentina está al borde del despegue porque se viene la crisis terminal del populismo y después, cuando él regrese, todo será más fácil. El coronavirus es un problema menor que no debe quitarnos el sueño. Él hubiera conseguido vacunas como no las consiguió nadie en Latinoamérica.
El escritor español Javier Cercas definió cierta clase de políticos de esta manera: “Cultivaban una visión personalista de la política, épica y estética a la vez, como si, antes que el trabajo lento, colectivo y laborioso de doblegar la resistencia de lo real, la política fuese una aventura solitaria punteada de episodios dramáticos y decisiones intrépidas”. En el caso de Macri, sería una aventura solitaria punteada de problemas menores y decisiones sencillitas.
La declaración de Macri es, por otra parte, una bendición para el Gobierno, que todavía no lograba reponerse del golpe de aquellas afirmaciones de Alberto Fernández sobre los brasileños, la selva, los mexicanos y los indios. Y lo es en varios sentidos. En primer lugar, porque la falta de empatía y la brutalidad son mucho mayores a las que exhibió entonces el Presidente. En segundo lugar porque le otorga veracidad a Fernández cuando contó que su antecesor había pronunciado una frase terrible: “Que mueran los que tengan que morir”. Lo que Macri dijo en público se parece mucho a lo que Fernandez dijo que Macri dijo en privado. En tercer lugar, porque complica la posibilidad de que candidaturas alternativas de la oposición puedan convencer a sectores moderados de la sociedad, que son los que definen una elección.
El gobierno de Alberto Fernández está asediado por cifras económicas y sanitarias muy duras. El Presidente ha perdido la seguridad al dirigirse a la sociedad, luego de dos intervenciones fallidas. La Vicepresidenta se regodea en sus desplantes. El futuro electoral luce cada día más incierto. Pero, en medio de todo esto, tiene algo a su favor. Cada tanto, aparece Mauricio Macri y recuerda, con salvaje sinceridad, por qué pasó lo que pasó cuando estuvo en la Casa Rosada.
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