En cada sistema de gobierno el poder puede variar su locación según el rol fáctico que ejerza el máximo líder político. Así, en los diseños presidencialistas, una sola persona concentra la jefatura de Estado y la del gobierno, disipando las dudas respecto a que él o ella, es quien concentra el mayor poder de decisión de dicho país, independientemente de la vitalidad o no del sistema de frenos y contrapesos que ejercen los otros poderes como el legislativo y judicial. En otros sistemas de gobierno como el parlamentarismo, el poder ejecutivo es bicéfalo, y la jefatura de estado y de gobierno son ejercidas por dos personas distintas. Este es el caso de Reino Unido, España o Alemania, entre otros. Si bien los presidentes o monarcas en este tipo de configuraciones son relevantes, lo cierto es que tienen un rol más protocolar que político. De este modo, Boris Johnson, Pedro Sánchez o Ángela Merkel, en tanto jefes de gobierno, son las figuras relevantes en la política doméstica e internacional, y su legitimidad emana del Parlamento, por lo cual no rige un sistema de división de poderes.
Rusia, por su parte, tiene un sistema semipresidencialista, en donde al igual que en el parlamentarismo, dos figuras detentan por un lado el rol del jefe de gobierno y otro el de jefe de Estado. Sin embargo, más allá de las particularidades de este tipo de diseño institucional, en la jerga politológica se suele decir que allí el poder está donde se encuentra Vladimir Putin. Se trata de una afirmación poco académica, pero que retrata con elocuencia la realidad política del centro de la ex Unión Soviética desde finales del siglo XX, cuando el ex oficial de inteligencia de la temida KGB Putin emprendió su ascenso al poder siendo presidente, primer ministro y nuevamente presidente.
Esta semana Ginebra ha sido sede de un ansiado encuentro para quienes siguen la agenda internacional. El recientemente electo presidente estadounidense Joe Biden le ha estrechado la mano al presidente ruso, generando distintas interpretaciones y no pocas suspicacias. Un acercamiento entre la Casa Blanca y el Kremlin pareciera configurar una nueva etapa en las relaciones internacionales tanto en lo político, económico como también en lo comunicacional.
La agenda de Estados Unidos para recuperar su hegemonía global
A diferencia de lo que podría ocurrir con la agenda internacional de otro país, Estados Unidos tiene, en tanto país que supo detentar una evidente hegemonía en el plano internacional durante los últimos 70 años, objetivos alternos.
El profesor de Princeton y experto en relaciones internacionales, John Ikenberry, señaló en un artículo publicado en la prestigiosa Foreign Affairs que uno de los factores que explican el cambio de época en el escenario internacional -la llamada crisis del orden liberal internacional- remite particularmente al rol que Estados Unidos decide jugar como líder mundial. No sólo el ascenso de otras potencias como China, Rusia o India, o incluso la crisis generada por las promesas incumplidas del orden iniciado al concluir la segunda guerra mundial (democracia, crecimiento económico y mejor calidad de vida) son para Ikenberry los factores más relevantes en estos convulsionados tiempos que corren. Es el liderazgo de Estados Unidos, en tanto potencia occidental, el que puede determinar si esta crisis se agudiza, si estamos ante una situación terminal, o si por lo contrario es posible revitalizar los valores que le permitieron al mundo crecer y desarrollarse.
Siguiendo al influyente teórico sobre las relaciones internacionales, Joseph Nye, se trata de un liderazgo que no se subsume exclusivamente al poderío económico o militar, sino también al tan mentado “soft power” (poder blando), que remite a las habilidades comunicacionales del presidente, como también del país en su conjunto.
En este contexto, y al igual que en la política doméstica, las imágenes son un recurso de comunicación política sumamente relevante en el ámbito de las relaciones internacionales. El Estados Unidos de Biden está intentando reconstruir una imagen de liderazgo internacional horadado en gran medida por la tendencia centrípeta de la administración Trump. El republicano ha tenido solo un objetivo a nivel internacional: generar un antagonismo con China para reforzar su imagen de líder capaz de enfrentar un enemigo que le genera hostilidad al pueblo. En otras palabras, Trump utilizó la política internacional para legitimar su política doméstica, pero particularmente, legitimarse a él mismo en tanto líder populista. Algo que, como señalan muchos analistas, no es aceptado en un país que, a pesar de su clásico bipartidismo interno, ha logrado por más de un siglo mantener una política exterior mayormente consensuada entre sus fuerzas políticas.
Casi como un juego de contrastes, la administración Biden no deja de diferenciarse respecto a lo que fue el polémico paso de Trump por la Casa Blanca. El magnate de los bienes raíces y protagonista de un exitoso reality show había decidido concentrar su política exterior en pulverizar gran parte de los logros que el orden liberal internacional había generado los años previos. Así, la administración de Trump se caracterizó desde negativa a apoyar a los organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la Organización de Naciones Unidas (ONU), hasta retirar a los Estados Unidos de los acuerdos internacionales sobre medio ambiente y compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, pasando por su extravagante e improductivo acercamiento al dictador norcoreano Kim Jong-un. Pero intentando dar marcha atrás a las erráticas decisiones del republicano, Biden decidió restablecer los puentes de las relaciones internacionales, planteándose el desafío de que Estados Unidos recupere su rol de liderazgo.
Putin, por su parte, obtiene siempre un beneficio participando de cumbres, reuniones bilaterales y todo tipo de eventos cuya foto explicite que el Kremlin -encarnado hace 20 años en la propia figura del ex KGB- es un actor relevante en la política internacional. Si bien en términos de Producto Bruto Interno (PBI), es decir aquellos bienes y servicios que se producen en un determinado lugar, Rusia es comparable, no con Estados Unidos, sino apenas con lo que produce el estado de Texas (1.7 billones de dólares), en el plano geopolítico la asimetría entre ambos países es mucho menor. Rusia es uno de los países que más influencia y capacidad de incidir en la agenda global ha logrado desarrollar en los últimos años. Pero parte de ese logro, y el poder conservarlo a futuro, tiene que ver con el poder vincularse con otras potencias y seguir tejiendo sus redes de alianzas y enfrentamientos externos.
Comunicar liderazgo en el nuevo siglo
Como el liderazgo internacional también se construye con imágenes y discursos, Biden decidió graficar este nuevo tiempo con una imagen. Una impensada puesta en escena hace apenas unas semanas, cuando el demócrata acusaba al primer ministro ruso de asesino y de intervenir en las elecciones de 2019 a favor de Trump. Sin embargo, con sonrisas y manos estrechadas, Biden y Putin iniciaron una nueva etapa diplomática entre los países.
Es indudable que en el siglo XX el liderazgo de los países tenía como su factor predominante la capacidad armamentística y su extensión económica. Sin embargo, en un convulsionado nuevo siglo, la comunicación juega un rol mucho más relevante, y por eso los gestos, y los mensajes que ellos comunican, importan mucho.
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