Otra vez debemos volver sobre las denominadas izquierdas y derechas. En mi opinión nada mejor que las reflexiones en la materia de Jean-François Revel, especialmente en su obra La gran mascarada donde subraya que el nacionalismo y el socialismo son primos hermanos intelectuales y subraya que “si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento”.
La derecha está indisolublemente atada al nacionalismo y al espíritu conservador en el peor sentido de la expresión a lo cual me referí detenidamente en el ensayo titulado “Nacionalismo: cultura de la incultura” publicado en la revista académica Estudios Públicos (No. 67, invierno de 1997). La izquierda -aunque ahora parece debemos hablar de las izquierdas- aparentemente ha sido traicionada en su origen puesto que los que se ubicaron a la izquierda del rey antes de la contrarrevolución francesa se oponían al abuso del poder, sin embargo luego esta corriente de pensamiento suscribió avasallamientos de derechos en distintos frentes.
El que estas líneas escribe se define como liberal, lo cual significa el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros y, en este sentido, se opone a las dos corrientes identificadas por los dos lugares geográficos antes mencionados.
En esta nota periodística nos detenemos en algunas de las opiniones del destacado periodista Alejo Schapire vertidas en reportajes realizados con motivo de su muy difundido libro La traición progresista.
Primero en torno a lo que estimo son acuerdos, luego los desacuerdos. Comparto plenamente las aseveraciones del autor sobre las aberraciones inaceptables de cierta izquierda en cuanto a su antisemitismo, en cuanto al identitarismo que se traduce en la repugnante y absurda “supremacía blanca” junto a la lucha contra la supuesta “islamización de Occidente”, movimiento que comenzó en Francia y se extendió a Europa y en parte a Estados Unidos exacerbado por Trump en la Casa Blanca. También concordamos en todo con el rechazo frontal de Schapire a las simpatías y apoyos al eje Venezuela-Irán y similares simpatías a las autocracias de nuestro mundo, al relativismo cultural que justifica oscurantismos inauditos y al ecologismo radical. Destaca este autor: “Para mi fue un escándalo cuando Biden les dijo a los negros que, por ser negros, tenían que votar demócrata”, por lo que concluye muy razonablemente que se trata de “una operación racista” de la peor especie agregamos nosotros y fruto de un incoherente “determinismo racial”. Y por último concluye nuestro autor que “si hay un culpable en todo esto es Jean-Jacques Rousseau” aunque no estoy seguro que la responsabilidad la concretamos en todos los mismos aspectos de su diatriba.
Antes de apuntar los desacuerdos, señaló cinco puntos telegráficamente, no necesariamente en el mismo orden expuesto. Primero, como es sabido, la idea de raza es un invento de mentes calenturientas ya que todos los humanos provenimos del continente africano por lo que los rasgos físicos exteriores son el resultado de estadías en diferentes lugares geográficos por lo que los criminales nazis rapaban y tatuaban a sus víctimas como única manera de distinguirlos de sus victimarios. En todos los humanos se encuentran distribuidos los únicos cuatro grupos sanguíneos posibles.
Segundo, es común recurrir a la expresión “terrorismo islámico” lo cual alimenta las llamaradas del fanatismo religioso que tantas vidas ha costado al usar la bondad y la misericordia como escudos para hogueras humanas y otras atrocidades mayúsculas. Guy Sorman y Gary Becker sostienen que el Corán es el libro de los hombres de negocios por el respeto que establecen a los contratos y a la propiedad, donde además se lee que el que mata a un hombre ha matado a la humanidad (5:48). También autores de la talla de Montesquieu, Ernst Renán, Gustave LeBon, Huston Smith y Thomas Sowell han mostrado que durante los ocho siglos de la estadía musulmana en tierras españolas primó la tolerancia religiosa y contribuyeron notablemente a la filosofía, el derecho, la economía, la arquitectura, la medicina, la geometría, los procedimientos agrícolas, la música y la gastronomía. Sin duda que allí donde se alía el poder político con la religión se producen todo tipo de tropelías, por eso es que los Padres Fundadores en Estados Unidos apuntaban la tajante separación entre esos dos ámbitos que denominaron “la doctrina de la muralla”. Las religiones o no religiones son materia del fuero interno de cada cual.
Como una nota al pie en este último asunto, subrayó que hay quienes se las pasan hurgando en el Corán para encontrar alguna inconsistencia. Por mi parte -para ilustrar que en todos lados se cuecen habas- destacó un pasaje de los Evangelios y uno del Antiguo Testamento, donde en medio de tantas consignas sabías se lee en Lucas (19, 27): “En cuanto aquellos de mis enemigos que no querrían que yo gobernase sobre ellos, traédmelos acá y matádlos delante de mí.” Y en Deuteronomio (21, 18-21): “Si un hombre tiene un hijo rebelde y díscolo, que no escucha la voz de su padre no la voz de su madre y que, castigado por ellos, no por eso les escucha, su padre y su madre le echarán mano y le llevarán afuera donde los ancianos de su ciudad a la puerta del lugar. Dirán a los ancianos de su ciudad: ́'Este hijo nuestro es rebelde y díscolo y no nos escucha, es un libertino y un borracho´. Entonces todos sus conciudadanos le apedrearán hasta que muera”. Por otra parte, hay pasajes que parecen de una incoherencia aplastante…ya de entrada en Génesis (6, 5-7): “Y dijo Yahvéh: ̈Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, -desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo- porque me pesa haberlos hecho”. (¿”Me pesa?” ¿El Ser Perfecto se arrepiente de lo hecho?).
Tercero, el mencionado relativismo cultural que como nos dice Eliseo Vivas del hecho de que existan diferentes expresiones culturales no se sigue que no pueda establecerse una jerarquía en cuanto a que hay culturas que se asemejan más que otras al respeto recíproco: no es lo mismo la antropofagia que la sociedad libre. En línea con la familia del relativismo, Karl Popper explica el sentido de la verdad como correspondencia del juicio con el objeto juzgado y que el relativismo epistemológico, además de ser relativa también esa misma postura, no permite incorporar conocimiento ni tienen sentido departamentos de investigación ya que no habría nada que investigar. Por último, Umberto Eco ha puesto en evidencia la dificultad en el pensamiento y en la comunicación de lo pensado vía el relativismo hermenéutico.
Cuarto, Rousseau ha sido el mayor apóstol de la degradación del concepto de la democracia en base a sus elaboraciones sobre la noción de la “voluntad general” por la que se superpuso el recuento de votos al aspecto medular de ese sistema cual es la preservación y garantía por los derechos de todos tal como lo exponen los Giovanni Sartori de nuestra época. Lo contrario llevaría a sostener que el régimen venezolano hoy es demócrata o antes lo era el nazi.
Quinto y último, en cuanto al ecologismo radical es del caso recordar brevemente que de un tiempo a esta parte los socialismos se han agazapado al ambientalismo como una manera más eficaz de liquidar la propiedad privada: en lugar de decretar su abolición al estilo marxista, la tragedia de los comunes se patrocina con mayor efectividad cuando se recurre a los llamados “derechos difusos” y la “subjetividad plural” a través de lo cual se abre camino para que cualquiera pueda demandar el uso considerado inadecuado de lo que al momento pertenece a otro. Antes que nada, subrayamos que toda invasión a la propiedad debe ser castigada, ya se trate de un asalto o de la emisión de monóxido de carbono o del desparramo de ácidos, basura o cualquier otra acción que lesione derechos de terceros.
Vamos entonces a la ecología propiamente dicha sobre la que solo mencionaremos apenas dos de sus múltiples vertientes ya que nos hemos detenido en el tema en otra oportunidad. En primer lugar, el denominado calentamiento global. El fundador y primer CEO de Weather Channel, John Coleman, el premio Nobel en física, Ivar Giaever y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore, sostienen que se trata de un fraude en el sentido de tergiversación de estadísticas puesto que, por una parte, el aumento en la temperatura en el planeta Tierra se ha elevado medio grado en el transcurso del último siglo y fue antes de que aparecieran los gases que fueron inyectados por los humanos en la atmósfera (principalmente dióxido de carbono). También apuntan que en la época de los dinosaurios, en la Tierra el nivel de dióxido de carbono era entre cinco y diez veces superior al actual lo cual contribuyó a la riqueza de la vegetación, épocas en las que la Tierra era a veces más calurosa y húmeda y otras de enfriamiento y sequedad.
El efecto invernadero es controvertido. La opinión dominante es refutada por académicos y científicos de peso como Donald R. Leal, Fredrik Segerfeldt, Martin Wolf, Terry L. Anderson y Ronald Bailey. Según estas opiniones, en las últimas décadas hay zonas donde se ha engrosado la capa de ozono que envuelve el globo en la estratosfera. En otras se ha debilitado o perforado. En estos últimos casos, los rayos ultravioletas, al tocar la superficie marina, producen una mayor evaporación y, consecuentemente, nubes de altura, que dificultan la entrada de rayos solares.
En cualquier caso, como nos aconseja el antes mencionado Sowell, siempre debe tenerse muy presente el balance neto de cada medida que se adopta. Por ejemplo, al conjeturar que los clorofluorcarbonos destruyen las moléculas de la capa de ozono a causa del uso de refrigeradoras y aparatos de aire acondicionado, combustibles de automotores y ciertos solventes para limpiar circuitos de computadoras, hay que considerar las intoxicaciones que se producen debido a refrigeraciones y acondicionamientos deficientes de la alimentación, como también de los accidentes automovilísticos debido a la fabricación de automotores más livianos.
Por su parte, la preocupación por la extinción de especies animales: muchas especies marítimas están en vías de extinción. Esto hoy no sucede con las vacas, aunque no siempre fue así: en la época de la colonia, en buena parte de América latina el ganado vacuno se estaba extinguiendo debido a que cualquiera que encontrara un animal podía matarlo, engullirlo en parte y dejar el resto en el campo. Lo mismo ocurría con los búfalos en Estados Unidos. Esto cambió cuando comenzó a utilizarse el descubrimiento tecnológico de la época: la marca, primero, y el alambrado, luego, clarificaron los derechos de propiedad. Lo mismo ocurrió con los elefantes en Zimbabwe, donde, a partir de asignar derechos de propiedad de la manada se dejó de ametrallarlos en busca de marfil.
Ahora los dos desacuerdos sobre los que nos centramos en esta oportunidad, lo cual no significa que no hayan otros en este intercambio que como todo debate es necesario al efecto de subrayar que el conocimiento tiene la característica de la provisionalidad abierta a posibles refutaciones.
En primer lugar, aquello que comenta Schapire con la ironía respecto de “la magia del mercado”. Pues no hay tal, el mercado somos todos. El mercado es lo que la gente prefiere con sus votos diarios en el almacén y afines en base al derecho de propiedad. Como no hay de todo para todos todo el tiempo, se asignan derechos de propiedad para aprovechar del mejor modo los siempre escasos factores productivos. El que acierta en las necesidades de su prójimo obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos, lo cual excluye la posibilidad de la cópula hedionda entre llamados empresarios y el poder político que inexorablemente redunda en perjuicio de la gente debido a los privilegios y prebendas otorgadas. Como bien se ha explicado, sin propiedad no hay precios y por ende es imposible la contabilidad y la evaluación de proyectos con lo que se derrochan recursos que siempre redundan en menores ingresos y salarios en términos reales puesto que la única causa de su elevación son las tasas de capitalización.
En segundo y en último término, la referencia laudatoria del autor que venimos comentando respecto de la llamada “justicia social” a la que nos hemos referido antes pero es del caso reiterar parcialmente en esta ocasión. Este concepto tiene dos posibles significados: una redundancia grosera ya que la justicia no puede ser mineral, vegetal o animal, es siempre social. Por otro lado, la acepción más generalizada que se traduce en sacarle a unos lo que les pertenece para darles a otros lo que no les pertenece lo cual redunda en la denominada “redistribución de ingresos”, a saber, volver a distribuir por la fuerza sustrayendo el fruto del trabajo ajeno aquello que se había distribuido pacífica y voluntariamente en el supermercado y equivalentes.
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