¿Quién enseña a cuidar los vínculos?

En la era COVID-19, la profunda angustia ante lo desconocido, el miedo, los datos estadísticos y la falta de cotidianidad con otros ponen en jaque la construcción y el sostenimiento de nuevas relaciones, tanto en la escuela como fuera de ella

(EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

En distintos ámbitos y de manera creciente, especialmente en torno a la educación, hablamos y nos formamos en conceptos basados en la inteligencia y en la gestión emocional. Comprender y actuar en este marco implica percibir las emociones -propias y ajenas- para manejarlas de manera efectiva. Esta sencilla enumeración conlleva adquisición, puesta en práctica, desarrollo de la empatía, escucha atenta, incorporación de habilidades basadas en la mediación y en la resolución de conflictos y en no ser indiferentes ante quienes nos rodean.

La primera instancia de apropiación de estas ideas es la familia, a partir de los valores y prácticas que ponen en juego. Luego sigue la escuela, en donde se convive con otros que piensan y hacen diferente a la familia en términos de bien común y sana convivencia. De esta manera se aprende a coexistir construyendo acuerdos desde los desacuerdos.

En la era COVID-19 este marco explotó. La profunda angustia ante lo desconocido, el miedo, los datos estadísticos y la falta de cotidianidad con otros, ponen en jaque la construcción, así como el sostenimiento de nuevos vínculos.

Durante la primera etapa de aislamiento en nuestro país, aquellos que pudieron, pasaron las relaciones al plano de la virtualidad. La escuela reemplazó la presencialidad por las clases online, pero con el correr de los meses se fue sintiendo la necesidad de “traspasar esa pantalla”.

Los vínculos no se perdieron, pero cambiaron. Festejos de cumpleaños, nuevos temas del colegio, entrevistas laborales o nuevos trabajos, reuniones familiares y el sostenimiento de quienes estaban en soledad, tenían formato cuadriculado.

Educación y vínculos

En 2021 se volvió a interrumpir la presencialidad y, como consecuencia de ello y de vínculos sin cotidianeidad, se comenzaron a tensar las relaciones. En este contexto, quienes prefieren volver a la escuela son vistos como insensibles y quienes no adhieren a ello son indiferentes y abogan por la ignorancia. Los educadores e instituciones que proponen formatos equitativos de regreso son mirados y hasta perseguidos por miembros del sistema, buscando castigar o denostar públicamente. Por otra parte, son señalados como temerosos aquellos que aún con actos de rebeldía por modificar las normas, se atienen a las que están vigentes.

Este año se ha incrementado de manera preocupante la tensión y desacreditación de actores, tanto sociales como educativos. Pareciera que todo accionar tiene una mala intencionalidad, y en lugar de dialogar y ampliar las mesas de expertos en pos de crear acuerdos, se apela a la fuerza, la descalificación o la amenaza.

Eso es lo contrario que enseñamos las familias y los educadores. Entonces, ¿por qué estamos actuando en este escenario? Es tiempo de llamarnos a un reencuentro respetuoso y constructivo, de tolerar las diferencias, de entender que no todo lo que uno piensa y desea puede suceder. Para ello es preciso informar claramente y de manera sostenida. También necesitamos pensar que esto pasará y debemos poder estar sanos, con capacidad de compartir y construir juntos.

Los vínculos son propios de los seres sociales. En la escuela se ponen en práctica, se asimilan, se intercambian distintos enfoques y se es más empático y tolerante. También se aprende a ver distintos puntos de vista que pueden no ser contrapuestos, sino más bien complementarios.

Crear y sostener vínculos sanos en general, y en particular en comunidades educativas, requiere de respeto y confianza. Confianza en que los profesionales de la educación tienen un fundamento y un objetivo en lo que hacen, pudiendo equivocarse pero también remediarlo. El error sin mala intención es un hecho de aprendizaje y reconocerlo también enseña a los más pequeños.

La confianza no es ciega ni se regala, pero es imprescindible para que el vínculo se cree, se sostenga y crezca. En este sentido, los vínculos son nuestro mejor sostén frente a tanta desazón. Es por eso que los adultos necesitamos cuidarlos y preservarlos para enseñarles a niñas, niños y jóvenes que tras una catástrofe esto es lo que sin duda nos queda... los otros y las relaciones que con ellos construimos.

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