“Nuestros fans inventaron el crowdfunding. Me gustaría decirte que fuimos nosotros los que explotamos esta oportunidad, cuándo en realidad solo tuvimos la suerte de tener a los mejores y más creativos fans del mundo”. Las palabras son de Pete Trewavas, bajista de Marillion, una banda icónica del rock inglés, nacida en 1979 y con 15 millones de discos vendidos en más de cuatro décadas de trayectoria.
En 1997, el grupo se encontraba en una etapa difícil de su carrera musical. Trewavas y sus compañeros querían hacer una gira por Estados Unidos, pero su productora suponía que aquella idea significaría perder dinero: el costo total del tour era de 60.000 dólares, aproximadamente, y Marillion era un conjunto de culto que contaba con un número escaso pero muy fiel de fans. Y esos seguidores, al enterarse de la encrucijada económica en la que se encontraba sus músicos favoritos, recurrieron al crowdfunding por Internet para reunir el dinero y darle vida al sueño del tour norteamericano.
Vale remarcar, sobre todo para los más jóvenes, que en 1997 la virtualidad era una arena desconocida para la gran mayoría de las personas. Apelar al crowdfunding era tan arriesgado como novedoso. Pero eso no fue impedimento para que los fans juntaran rápidamente la mitad del capital.
El ‘caso Marillion’ deja en evidencia que no siempre es necesaria la inyección de un gran inversor para dar los primeros pasos
La colecta tuvo rápida recompensa. Seis meses después Marillion alistaba los preparativos para el tour. Aquel acto de apoyo y lealtad por parte de los fans marcaría un hito: el comienzo del crowdfunding (o financiamiento colectivo) por Internet.
Siempre me gustó la experiencia de Marillion porque deja varias lecciones. Por un lado realza el valor de la creatividad para resolver un problema que caracteriza a muchos emprendimientos o startups en sus comienzos, sobre todo en países como Argentina: la falta de capital. El “caso Marillion” deja en evidencia que no siempre es necesaria la inyección de un gran inversor para dar los primeros pasos. El esfuerzo colectivo puede llegar a metas impensadas. En general las personas empatizamos y estamos más dispuestas a ayudar a un emprendedor que está empezando. Esa financiación colectiva quizás no llegue a fondear la totalidad de la empresa, pero al menos le dará un espaldarazo de dinero que la ayudará a crecer.
La segunda lección es la más importante y es el poder del esfuerzo colectivo. Conceptualmente, el crowdfunding es una herramienta de democratización del acceso a oportunidades, en el sentido de que le abre la puerta a personas que de otra manera quedarían fuera de los proyectos, especialmente cuando hablamos de inversiones. La transformación digital funciona como aceleradora de esas nuevas oportunidades y la buena noticia es que el crowdfunding puede emplearse en casi cualquier industria.
En las industrias que utilizan el crowdfunding como herramienta de inversión, las barreras de entrada son muy bajas, pero al mismo tiempo cada inversor recibe una rentabilidad proporcional al capital invertido
En ese sentido, hay un dato muy revelador: el Banco Mundial estima que el sector llegará a 93 mil millones de dólares para el año 2025. Una señal irrefutable del potencial y la proyección que tiene esta herramienta.
Por último, me parece interesante destacar el aporte económico/político del crowdfunding para distinguir entre colectivismo y colectivo. En las industrias que lo utilizan como herramienta de inversión (Real Estate, por ejemplo), las barreras de entrada son muy bajas, pero al mismo tiempo cada inversor recibe una rentabilidad proporcional al capital invertido. Si el retorno es del 10%, por ejemplo, quien puso 100 recibirá 110, y quien dio 1.000 recibirá 1.100. En contrapunto, la filosofía colectivista premia a todos por igual y no suele distinguir méritos o esfuerzos, lo cual crea distorsiones y disminuye el incentivo.
Ojalá la historia de Marillion y los avances de la tecnología nos permitan seguir sembrando nuevas oportunidades para más personas en todo el mundo. El crowdfunding es tan solo un ejemplo más de los legados positivos que nos deja la tan mentada transformación digital.
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