Una Cancillería de Groucho Marx

La Argentina de los derechos humanos de Alfonsín otra vez apoya a un dictador que los viola

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Sede de la Cancillería argentina,
Sede de la Cancillería argentina, ubicado en el barrio porteño de Retiro (foto de archivo)

La saga de este Gobierno y los derechos humanos es tan desopilante que, si no se tratara de un tema dramático, correspondería recurrir a Marx, pero Groucho: si uno hace cosas imbéciles resulta mejor guardar silencio que abrir la boca y despejar toda duda.

Cualquier lector sudamericano abre el diario, se entera de que la Argentina de los derechos humanos de Alfonsín otra vez apoya a un dictador que los viola, y pasa la página buscando alguna otra noticia que lo pudiera sorprender.

Ahora toca el turno, otra vez, a Nicaragua. El gobierno encarcela gente todos los días y, últimamente, selecciona a candidatos que podrían presentarse en las próximas elecciones, pero no muchos, no vaya a creer: por ahora solo unas docenas.

Por supuesto, los países que tienen gobiernos serios y las organizaciones de derechos humanos han condenado masivamente esa conducta. En la OEA veintiséis votaron condenando las violaciones, tres minorados votaron en contra y Argentina, obviamente, volvió a abstenerse, con la ya añeja hipocresía de que en ningún caso es correcto meterse en los asuntos internos de otro país. Alberto Fernández, por ejemplo, nunca lo hace.

Enfrente quedaron EEUU, Chile, Perú, Colombia, Canadá, Ecuador, República Dominicana, Costa Rica, y, por supuesto, todos los demás socios del Mercosur, con Brasil a la cabeza, todos países seguramente de poca importancia para los intereses nacionales argentinos. De este lado, la Venezuela de Maduro, obviamente Bolivia, y un país que se llama San Vicente y las Granadinas, en serio. Con nosotros se abstuvieron el infaltable López Obrador y titanes del relacionamiento internacional como Belice, Honduras, y otro llamado Dominica, ¿puede creer?

Muchos especialistas atribuyen este disparatado comportamiento a supuestas ideas de izquierda que profesarían los actuales gobernantes argentinos. Tal vez unos pocos lo hagan, pero el meollo de esa conducta apenas encubre el delirio kirchnerista de erigir a la vicepresidente como sucesora natural de Fidel Castro en una sedicente epopeya antimperialista contra Estados Unidos. Y recogen no pocos apoyos juveniles, especialmente a través de La Cámpora. Todos los adolescentes del mundo son naturalmente muy susceptibles a las convocatorias épicas y hoy vemos repetirse lo que ya vivimos en los Setenta. Por suerte por ahora no tienen Kalashnicovs sino autos con chofer.

Toda la OEA sabe que lo que votó nuestro Palacio San Martín fue dactilografiado por los talentos del Foro de San Pablo, conocidos ghostwriters de gobernantes que conocen poco y nada a Marx pero utilizan su discurso para maquillar nudas aventuras personales de autoritarismo, corrupción y violaciones de derechos humanos. Recurriendo a esta especie de Carta Abierta continental, el presidente y su canciller terminan comprometidos en una entusiasta cabalgata que procura anticiparse a lo que podría agradar a la jefa del movimiento y al Instituto Patria, heroica jabonería de Vieytes de la Patria Grande Sudamericana. Coherencia ante todo, también en Nicaragua, la palabra final la tiene la vicepresidente.

Habiendo invocado a Groucho Marx, resulta imposible resistir a la tentación de volver a citar a nuestro tan conocido embajador en la OEA. Balbuceando el voto, que mal leía sin levantar la vista, amonestó a los países (de todos modos “apenas” 26 sobre 34) que, respecto de la Nicaragua con centenares de encarcelados políticos, se habían atrevido a reclamar su liberación personal y libre ejercicio de sus derechos, acusando a esos gobiernos que “lejos de apoyar el normal desarrollo de las instituciones democráticas..” (en Nicaragua!) ..”dejan de lado el principio de no intervención en los asuntos internos” de otros países. Ya lo sabe, señora, si a usted le están dando una paliza en su casa, no llame al 911 porque se trata de un asunto interno que los demás debemos ignorar. Groucho nunca se encontró con Carlos Raimundi pero, de haber podido, estoy seguro que le habría pedido un autógrafo.

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