Las secuelas psicosociales de la pandemia

Esto no se termina con una vacuna, ni con la erradicación definitiva del virus. En salud mental, a diferencia de otras disciplinas, trabajamos en el antes, el durante y el después con los contagiados y sus familiares

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EFE/Juan Ignacio Roncoroni
EFE/Juan Ignacio Roncoroni

La pandemia, que nos viene obligando a correr tras ella, también nos debería ir permitiendo adelantarnos a lo que viene. El concepto de verdad es relativo, no hay mucha diferencia entre virus y verdad, ya que ambos van mutando todo el tiempo. Cuando creemos alcanzar la verdad, esta se vuelve aún más poliforme y resulta difícil de atrapar. La herramienta para intervenir la verdad se llama creencia, pero curiosamente esta creencia también va mutando y hace que por momentos nos sintamos como quien se pierde en una ciudad desconocida y no sabe qué rumbo tomar. Podemos dar cuenta de lo que pasa y de lo que pasó, pero se hace muy difícil inferir que futuro nos espera, aunque tengamos algunos indicios. Pasamos de la frase “cuando esto termine nos vamos a encontrar” a decir “cuando esto mejore”. Sin embargo, hay una pequeña hendidura por donde podemos mirar para llegar antes, y eso, es pensar en las secuelas.

Además de las secuelas físicas de la enfermedad, como puede ser la fibrosis pulmonar, la baja tonicidad muscular o la afectación neurológica, hay que prestarles especial atención a las secuelas psicosociales de los infectados y sus familiares, como así también de los que tuvieron la fortuna de no contagiarse directamente pero que no por eso están ajenos al clima sanitario. La secuela en general es de carácter negativo, ya que es una consecuencia de una enfermedad, un accidente o, como en este caso, de una pandemia. Esto no se termina con una vacuna, ni con la erradicación definitiva del virus. Luego de eso, los trabajadores de la salud tenemos que trabajar fuertemente con las secuelas psicosociales que vayan apareciendo. Hay secuelas que son más visibles que otras, algunas son tan silenciosas que no se detectan hasta mucho tiempo pasada la pandemia. En algunos casos están naturalizadas al punto que pasan a formar parte de la vida cotidiana.

En salud mental, a diferencia de otras disciplinas, trabajamos en el antes, el durante y el después de los contagios. En el antes por el miedo a contagiarse, en el durante en la contención y acompañamiento del paciente -cuando es posible- o de los familiares que tienen que lidiar con la ansiedad que los partes diarios generan y la incomunicación con sus seres queridos; y en el después porque, más allá del desenlace, hay un eco que habita la vida cotidiana de todos. Es difícil no recurrir al monotema varias veces por día, generando estrés y saturación en el proceso de la información. Sin embargo, tenemos en nuestras manos una vacuna que regula la sobredosis de información y que se activa simplemente apagando y encendiendo las pantallas. Es necesario estar informado, pero no estamos obligados a hacerlo todo el tiempo.

De las secuelas psicosociales se espera un incremento del 20% de los trastornos mentales más comunes: estrés postraumático, ansiedad, depresión e insomnio. Si bien, son patologías individuales, deben enmarcarse dentro de un contexto psicosocial. En tiempos de pandemia resulta imposible pensar una psicología que no fuera desde lo social y que obviamente afecta lo comunitario. En los pacientes afectados por COVID 19, y en especial lo que estuvieron en terapia intensiva, se está observando un deterioro cognitivo con diferentes respuestas emocionales. Las personas que han sido dadas de alta muestran cierto grado de apatía y abulia, conductas que se ven reflejadas más tarde en relación con sus afectos y sus espacios laborales. Estos cuadros son situacionales, ya que se van alternando de acuerdo al escenario. Otro tema son los familiares de los pacientes fallecidos donde el duelo es más doloroso de lo normal, sea porque no hubo despedida o porque las defensas acudieron a anestesiar el acontecimiento traumático. El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, Dr. Celso Arango, refiere que se observa cierta afección en adolescentes, entre los que “se están viendo más ideaciones e intentos de suicidio y de trastornos de la conducta alimentaria” y nos alerta que, en pacientes con trastornos mentales previos, la posibilidad de contagio y de complicaciones, incluida la muerte, se duplica en caso de contraer COVID-19.

Tenemos tarea, si bien es importante atender lo urgente y desplegar todas las redes para bajar el número de contagios, también es urgente adelantarse a lo importante. Los trabajadores de la salud en general y de la salud mental en particular debemos armar escenarios propicios para aliviar el dolor y acompañar a las personas que más lo necesitan.

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