Y un día del siglo XXI me subí al barco e hice la travesía inversa: Buenos Aires-Madrid

Argentina se vino quedando sin futuro a lo largo de las últimas décadas. Y hoy atormenta la falta de presente

Resulta que, según los dichos del presidente Fernández , mi familia tendría origen incierto dado que no tenemos antepasado alguno en los registros de los barcos llegados a las costas de las Indias desde el viejo mundo. Así, en una conferencia de prensa entre un Sánchez y un Fernández pasamos de ser patricios a revestir entre parias sin antecedentes.

Ahora estamos algo desorientados y no sabemos muy bien qué hacer con el orgullo que nos inculcó mi madre, a quien recuerdo durante toda mi infancia repitiendo que éramos criollos puros con 4 ó 5 (yo sería la 6ta) generaciones de nativos; madre a quien alguna vez le reprochamos que esa pureza nos impedía soñar con un pasaporte de la Unión Europea. No encontramos ni una lejana punta de donde tirar para aferrarnos a la ilusión de la doble nacionalidad que tantos horizontes está abriendo a jóvenes y no tan jóvenes hastiados de la mediocridad y el populismo argentinos. “Porteños crudos” nos hubiese llamado el mitrismo.

En fin, aún abrumada con el descubrimiento de estar floja de papeles pero previsora al fin, a principio de año y ante el aquelarre que pintaba el operativo de vacunación en nuestro país, puse proa al reducto universal de la libertad, Estados Unidos, y me apliqué las dos dosis de lo que nuestra ministro de Salud ha dado en llamar “la obsesión argentina”.

Munida del invalorable cartoncito expedido por la CDC, me dispuse a volver al confinamiento argentino en nuestra gloriosa “línea de bandera” porque 24 horas antes de mi vuelo la autoridad argentina canceló el que había elegido en una línea aérea de la misma nacionalidad que me había provisto la inmunidad al temido covid.

Esta crónica merece un párrafo aparte como humilde y personal reconocimiento a ese país tan vilipendiado y envidiado, lleno de defectos y de enormes cualidades, de gente educada, trabajadora y amable, donde sigue vigente un conmovedor sentido de la responsabilidad individual y una intacta fe en el hombre (así, en genérico); ese país en el que la libertad aún se respira en el ambiente, donde la palabra vale y alcanza, y la desconfianza no rige las relaciones humanas. Recordaremos siempre la amabilidad y la calidez con que fuimos recibidos, orientados y atendidos.

Ya en suelo nacional y popular la libertad volvió a ser un sueño lejano y la buena fe también por lo que me vi obligada a obtener un permiso que me habilitara el cruce de nuestra franja de Gaza local entre provincia y capital. Así me fue posible llegar a casa y esperar allí diez días el “alta telefónica” que se me otorgó arriba de las dos dosis de vacuna y los dos hisopados negativos, el que me hizo la autoridad sanitaria americana a su cargo y que demoró 24 horas, y el express que, tras oblar $2500 me dio en 15 minutos en Ezeiza el Laboratorio LabPax, el de las dos monotributistas con suerte.

Ya había podido visitar a mi única sobrina, radicada en los Estados Unidos. Estaba lista para reencontrarme con mis hijos que, como ella, también levantaron vuelo, en sus casos a Europa en búsqueda de un futuro y un presente.

Porque si la Argentina se vino quedando sin futuro a lo largo de las últimas décadas, hoy atormenta la falta de presente. Ellos como tantos individuos que estudian y trabajan, que no tienen planes sociales o subsidios eternos ni aspiran a tenerlos, que fueron formados en la cultura del esfuerzo personal, que encuentran satisfacción en sus propios logros se les hace esquivo un lugar en esta sociedad miserable que la política de la dádiva y el acomodo ha delineado.

Se rumoreaba que la Unión Europea, más socialista que nunca, iba a permitir a los viajeros de “terceros países” asomar por aquellos pagos solo con certificado sanitario. Yo escribí a varios consulados explicando esto que dijeron Lito Nebbia, Caparrós, Carlos Fuentes y el Presidente Fernández, palabras todas autorizadas por cierto, pero no hubo caso. También intenté con la cita de Borges y su alusión a que “los argentinos somos europeos en el exilio” pero tampoco dio resultado.

Finalmente el chavista Pedro Sánchez anunció que España permitiría el ingreso a los que tuvieran las vacunas inventadas y donadas por el capitalismo salvaje.

Corrí a buscar mi comprobante. Los pasajes se habían encarecido notablemente porque como Alberto te cuida, redujo frecuencias para evitar la aglomeración de público en los aeropuertos pero un muchacho que sabe de economía, que no es Kicillof, me explicó que cuando la demanda aumenta y vos restringís la oferta, los precios suben. En ese caso la grieta se pone al rojo vivo porque se repite una y otra vez una ley implacable ante la que braman los defensores del pobrismo: “Viajan siempre los mismos”. Y si, Alberto, los elegís vos con las políticas que implementás.

La patriótica línea de bandera, probablemente abocada a la epopeya ruso-argentina no estaba haciendo demasiado accesible cruzar “el charco”. Yéndome apenas del tema, hace rato me pregunto si no sería más económico y eficiente llevar a los argentinos a vacunar a Rusia que ir todas las semanas y buscar un lote de vacunas por viaje. En fin, seguro que el gobierno de científicos ya lo evaluó y está todo “estudiado en profundidad” como dijera en una oportunidad el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires.

Llegó el día. En Ezeiza los empleados no estaban del todo familiarizados con la reciente “nueva normalidad” y preguntaban a los pasajeros en la fila que se forma en el exterior de la terminal de embarque: “¿Tiene el PCR?”. Informada por la línea aérea de que no era necesario pero adaptada a vivir en la Argentina, contesté afirmativamente para ingresar evitando discusiones. Esa pobre gente es capacitada por los mismos o similares a los que tienen los respiradores donados por Messi varados hace diez meses. Pasé y luego todo fluyó.

El último episodio que puso a prueba mi nivel de intolerancia con el kirchnerismo y su mirada mezquina de la vida fue un ínfimo cruce de palabras con una empleada del duty free shop. Informada de que ya no existen las cuotas que solía haber en esas tiendas, dije hablando conmigo misma pero en voz alta, reconozco: “Qué tiempos aquellos!” Inmediatamente la joven me replicó: “Bueno, debería celebrar que estamos abiertos”. A lo que me salió como una ametralladora: “Como el resto del mundo y todavía bastante menos”.

El sabor amargo de ver a una persona joven conformándose mansamente y aún defendiendo el encierro inmoral, inconstitucional, incompetente y arbitrario llevó mi pensamiento a los jóvenes de mi familia y a reconocer, no sin dolor, que hicieron bien en irse y que hacen bien al no volver.

Barajas me recibió con amabilidad. Mucho personal sanitario fácilmente identificable ordenaba el público dentro de la terminal. Quien hubiese completado un formulario de salud y lo tenía en su teléfono celular iba por una fila, claramente más rápida, que los que no lo tenían. Ese documento otorga un código QR que los controles leen y uno sigue casi sin detenerse y, aleatoriamente, se solicita el carnet de vacunación. Saber de la inminencia del reencuentro familiar me hizo sonreír y olvidar por un rato la honda tristeza que me provoca el estado calamitoso, terminal de mi país, al que le dediqué todo lo que tenía.

Hay otro mundo, que tiene poco que ver con el que nos relata el kirchnerismo. Hay un mundo en América y también en Europa que no se congeló, que intenta superar la adversidad con políticas activas y un discurso esperanzador; países que no asentaron sus medidas en el miedo y la inacción. Países que no trataron a sus poblaciones como minusválidos sino como pares, adultos a los cuales no hay que decirles qué y cómo hacer sino con quienes se trabaja en la búsqueda de soluciones consensuadas. Esos países marcan la diferencia entre una clase dirigente que conduce y una casta privilegiada que impone. La pobreza extrema y la marginalidad sistémica instaladas en el país impiden a millones de personas conocer esa otra forma de encarar la vida pero el delito de lesa humanidad que comenten quienes los condenan a una vida miserable es palmario. Es probable que la justicia de los hombres no los alcance nunca; solo por eso vale la pena creer en Dios, para confiar en que Él se ocupe de castigar a quienes provocan tanto dolor.

Y así, en una calurosa mañana madrileña de junio se hizo realidad el encuentro con uno de mis hijos, diecinueve meses después de nuestro último abrazo.

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