Malvinas, una herida que nos moviliza

Imaginar a Vernet en las islas es remontarnos a un tiempo fundante en el que se fraguó nuestra identidad merced al mestizaje, a la sangre de los inmigrantes mixturada con la de criollos e indígenas para alumbrar a quienes somos

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Corral de piedras construido por gauchos en Darwin, Malvinas (Fuente: "Gauchos de Malvinas", de Marcelo Beccaceci)
Corral de piedras construido por gauchos en Darwin, Malvinas (Fuente: "Gauchos de Malvinas", de Marcelo Beccaceci)

Mañana se cumplen 39 años de la rendición de Puerto Argentino y volvemos una vez más a reflexionar sobre la guerra, la derrota militar, las heridas abiertas, el heroísmo de nuestros soldados, la emoción colectiva desatada por la nobleza de una causa que nos hermana y las consecuencias geopolíticas de una usurpación que aún persiste.

Malvinas tiene la potencia de un símbolo que encierra múltiples preguntas. La sentimos cerca, pero en momentos de desasosiego parece lejana e inalcanzable. Son tangibles las consecuencias de su usurpación, pero se vuelve vaporosa y abstracta cuando otras urgencias ocupan nuestra cotidianeidad. Despierta nuestro reconocimiento a los héroes que pelearon por ella, pero nos hace comprender que la defensa de lo nuestro requiere un proyecto de Nación y no chapucería improvisada. Nos recuerda la euforia desatada en una plaza que aplaudió su recuperación, pero nos atormenta por el vergonzoso recibimiento que le dimos a los combatientes cuando los hicimos regresar por la puerta de atrás.

Malvinas es una herida abierta porque el cuerpo de la Nación fue mutilado. Malvinas es símbolo de un despojo, de un arrebato, de un acto de fuerza originario que ningún artificio jurídico ni diplomático pudo disimular.

El 10 de junio de 1829, el gobernador de Buenos Aires designó a Luis Vernet como Comandante político y militar de Malvinas. Dicho acto es metáfora de la voluntad de querer afirmar y constituir una Nación. Es un acto de audacia surgida de la imaginación fundante de quienes soñaron, forjaron y finalmente modelaron la nación.

Imaginar a Vernet en Malvinas es imaginar a un puñado de criollos defendiendo con su presencia la vocación soberana de un pueblo que se estaba creando a sí mismo. Imaginar al alemán Vernet es remontarnos a un tiempo fundante en el que se fraguó nuestra identidad merced al mestizaje, a la sangre de los inmigrantes mixturada con la de criollos e indígenas para alumbrar a quienes somos.

Gauchos en Malvina. Acuarela de William Dale. 1852 (Fuente: "Gauchos de Malvinas", de Marcelo Beccaceci)
Gauchos en Malvina. Acuarela de William Dale. 1852 (Fuente: "Gauchos de Malvinas", de Marcelo Beccaceci)

No sabremos nunca hacia dónde ir si no sabemos siquiera quienes somos. Jamás podremos asumir nuestro destino histórico si internalizamos como verdaderas las representaciones historiográficas que desnaturalizaron el sentido emancipatorio de nuestros orígenes patrios. Porque la argentinidad no es un concepto que bajó de los barcos y que pueda entenderse como una simple deriva europeísta o como un mero capítulo de una historia ajena. La argentinidad es una amalgama de sangres, tradiciones, culturas e idiosincrasias que constituyen eso que llamamos el ser nacional.

La argentinidad es un concepto indisolublemente asociado al origen y destino de las hermanas naciones de América Latina, por lo que resulta incomprensible que busquemos diferencias históricas, sociológicas o identitarias con quienes compartimos un mismo anhelo de libertad, justicia e independencia. ¿Acaso son los europeos o los latinoamericanos quienes apoyan nuestra reivindicación soberana de Malvinas? La argentinidad no es un concepto arquetípico sino una construcción histórica, es barro informe que se fue modelando gracias al sacrificio y el trabajo de los hombres y mujeres que fueron capaces de construir sentido de pertenencia e identidad común allí donde había lazos de servidumbre y vasallaje colonial.

Pensar Malvinas es pensar la Patria. Y pensar la Patria requiere reconstruir un proyecto, que exige algo más que vivir agraviando al prójimo.

Gobernar es transformar cada día la realidad y no un ejercicio declamatorio que se agota en sí mismo. Gobernar es defender la soberanía de nuestros ríos, como lo hiciera Lucio Mansilla. Gobernar es educar, como pensó una generación que concibió a la educación pública como el elemento capaz de forjar ciudadanos libres. Gobernar es controlar nuestros recursos energéticos, como soñaron Savio y Mosconi. Gobernar es crear trabajo, como hizo Perón. Gobernar es alentar inversiones genuinas, como proyectara Frondizi en su afán desarrollista. Gobernar es entender que crecimiento y justicia social no son antónimos sino dos caras de un mismo concepto, como enseñara Néstor Kirchner.

El sueño de ver flamear nuestra bandera en Malvinas sigue vigente, y ello será posible cuando nuestro PBI crezca sostenidamente y consolidemos una estructura económica capaz de agregar valor y materia gris a nuestra producción. Recuperaremos Malvinas cuando consolidemos un camino de integración con nuestras naciones hermanas, para evitar que absurdas disensiones sean cabecera de playa de intereses coloniales. Recuperaremos Malvinas cuando la diplomacia tenga la oportunidad de desplegar su energía en cuestiones más trascendentes que en vivir renegociando pagos en el contexto de una deuda que se vuelve eterna por la imposibilidad de sostener un programa de desendeudamiento sostenido en el tiempo. Recuperaremos Malvinas cuando dejemos de lado los volantazos que nos llevaron de iniciar una guerra a regalar ositos Winnie Pooh como hiciera Menem, de afirmar nuestros derechos soberanos a suscribir vergonzosos acuerdos como el de Fodadori Duncan en tiempos de Macri. Recuperaremos Malvinas cuando la clase política devenida en lobbista de Pfizer deje de banalizar su significado y de afirmar ligeramente que puede ser moneda de cambio en una negociación comercial cualquiera, como recientemente afirmara Patricia Bullrich. Recuperaremos Malvinas cuando el peso relativo del país en el concierto de las naciones se potencie a través de una política de asociación inteligente, comprendiendo que Malvinas es una cuestión nacional que hace a la soberanía de la Patria Grande. Recuperaremos Malvinas cuando tengamos una flota mercante propia. Cuando podamos controlar nuestros recursos pesqueros y dejemos de mirar indolentemente cómo nos arrebatan en nuestras narices lo que nos pertenece. Recuperaremos Malvinas cuando construyamos soberanía científica y tecnológica. Recuperaremos Malvinas cuando seamos capaces de administrar, controlar y definir estratégicamente nuestro principal recurso fluvial que es la Hidrovía.

Luis Vernet, primer comandante de las islas Malvinas
Luis Vernet, primer comandante de las islas Malvinas

En resumen, no podemos ser soberanos en Malvinas si no lo somos en otros aspectos. No podemos ser soberanos en Malvinas si no enarbolamos un proyecto de Nación que nos interpele y convoque a todos a ser protagonistas en la construcción de un futuro común.

Circunscribir la cuestión Malvinas a un hecho militar de usurpación es creer que un mero hecho militar hará posible su recuperación. Malvinas fue despojada en 1833 hasta hoy día por sus implicancias geoestratégicas. Pensar Malvinas hoy es reflexionar sobre los millones de kilómetros de aguas marinas también usurpadas, los recursos pesqueros y energéticos implicados, la proyección sobre la Antártida y su condición de base militar con un sesgo de amenaza permanente. Es decir, pensar Malvinas es pensar la Nación y proyectar nuestro destino.

La política ha sido compartimentada en nichos que no responden a una mirada de conjunto. Articular nuevamente una concepción totalizadora de nuestras carencias y de nuestros desafíos es la tarea pendiente. Dejar de pensar en términos facciosos para recuperar el Proyecto Nacional como marco de una práctica transformadora.

La partidocracia como expresión grotesca de la política concebida desde la repetición de rencillas insulsas y banales es un síntoma de degradación inaceptable. Tenemos la obligación de proponer algo distinto. Una nueva manera de entender la política a partir de una forma más amigable de concebir la convivencia común. Somos hijos de una misma historia, pero también de un mismo destino. Un destino que deberemos forjar juntos, entendiendo que nadie se salvará individualmente en una Argentina que no se salve a sí misma.

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