Lo más insólito de esta tendencia es que sus cultores presentan manuales sobre un lenguaje cuyas reglas -si las tiene- ni ellos mismos conocen, considerando la frecuencia con la cual caen en el grotesco: “bonaerenses y bonaerensas”, “el equipo y la equipa”; la “albañila”... Eso en el plano local, pero también tuvimos que escuchar un “millones y millonas”, del inefable Niolás Maduro; el “miembros y miembras” del presidente del gobierno español Pedro Sánchez; o, peor aun si cabe, el “portavoces y portavozas”, de su ministra de Igualdad, Irene Montero...
Ya lo dijo el escritor Arturo Pérez Reverte: el lenguaje exclusivo es “una estupidez”, y el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa lo calificó directamente de “aberración”.
En sentido contrario, instituciones que deberían cultivar la excelencia, ser custodias y transmisoras de cultura, como algunas facultades de la UBA, promueven estos barbarismos que degradan el idioma, en nombre de este capricho snob.
Para enderezar las cosas, y en la línea de pronunciamientos previos y reiterados de instituciones como la Real Academia Española y la Academia Argentina de Letras, la Academia Nacional de Educación también se pronunció con un contundente rechazo a la pretensión igualitaria de este lenguaje: “Los estilos inclusivos no contribuyen a señalar la igualdad de los sexos sino que, por el contrario, sugieren la existencia de una rivalidad y no de un encuentro fundamental y profundo entre ambos”.
Además de señalar que este lenguaje “complejiza la lengua tanto como su enseñanza”, la Academia apunta a la intencionalidad y a la ideología de quienes lo promueven.
Anteriormente, la Academia Argentina de las Letras había calificado al lenguaje inclusivo como resultado “de una posición sociopolítica que desea imponer un grupo minoritario”. Su presidente, José Luis Moure, afirmó que “no surge como cambio ‘desde abajo’”, sino “como una propuesta ‘desde arriba’”. “Un sector minoritario de clase media ilustrada pretende que esa reivindicación se imponga de forma manifiesta en el lenguaje”, señaló.
La Real Academia Española ya había rechazado la alteración artificial de “la morfología de género en español bajo la premisa subjetiva de que el uso del masculino genérico invisibiliza a la mujer”, apuntando contra uno de los principales argumentos de los inclusivistas, que suele ir acompañado por una lectura de la historia en clave de guerra de sexos.
La Academia Argentina de Letras recordó aquello que todos aprendimos en la escuela: que “el género no marcado abarca explícitamente a los individuos de uno y de otro sexo sin menoscabo de nadie”.
El comunicado de la Academia Argentina de Educación menciona la posición adoptada por las autoridades en Francia -tanto académicas como políticas- que prohibieron la escritura inclusiva en la administración y, sobre todo, en la Escuela. “Es perjudicial para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa” a la vez que su “complejidad e inestabilidad constituyen obstáculos tanto para la adquisición del lenguaje como para la lectura”, explicaron.
En la Argentina, en cambio, donde las últimas pruebas PISA mostraron que más de la mitad de los alumnos de 15 años no comprenden lo que leen, nuestros dirigentes se dan el lujo de confundirlos todavía más, alterando las normas del idioma.
De esta neolengua, la pose más del gusto de los políticos -y las políticas, justamente- es la del desdoblamiento en masculino y femenino de cada sustantivo o adjetivo que se pronuncia. La Academia lo considera innecesario -¿hace falta decirlo?- y señala que “atenta contra la economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas”.
Estrictamente hablando, su uso no es incorrecto -salvo en las versiones de algunos desbocados como las citadas al inicio de este artículo-. Sin embargo, la Academia recomienda evitar estas repeticiones porque son “agotadoras y afectadas” y “lentifican la sintaxis”.
Pero la moda inclusiva no respeta nada, ni siquiera los neutros. Así como no pueden explicar por qué hay que feminizar un sustantivo que ya es neutro en castellano -concejal, albañil, estudiante- o adjetivos que terminan en la neutra “e” -bonaerense-, tampoco se sostiene el argumento de que hay que desdoblar para visibilizar a la mujer. Eso implica suponer que por siglos las mujeres no estuvieron incluidas en ningún discurso ni se sintieron abarcadas por ejemplo, por el “¡Trabajadores del mundo uníos!”, por citar un clásico que alguna vez acariciaba los oídos de los que hoy han sustituido la lucha de clases por la lucha de sexos, nuevo motor de la historia.
Además de engorroso, el desdoblamiento alarga innecesariamente discursos y textos. Imaginemos lo que sería nuestra Constitución si siguiéramos el ejemplo de la bolivariana Venezuela. Para muestra basta un artículo de la Carta Magna chavista que los practicantes de este estilo deberían leer en voz alta para tomar conciencia de la cacofonía: “Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad, podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y aquellos contemplados en la ley orgánica de la Fuerza Armada Nacional.”
Leerlo da vértigo. Sobran 28 de las 120 palabras de este párrafo. Pero no se entiende por qué raro capricho “fiscal” escapó a la inclusión bolivariana y no mereció ser desdoblado en “la fiscala”...
Como bien dijo el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, “el desdoblamiento altera la economía del idioma y estropea una lengua hermosa”. Es feo, digámoslo claramente.
La armonía y la estética de un lenguaje no son aspectos desdeñables. El llamativo desdoblamiento en “el equipo y la equipa”, por parte ni más ni menos que de la vicegobernadora del Chaco, Analía Rach Quiroga, resulta antes que nada disonante.
José Luis Moure recordaba que, en los cambios lingüísticos y “en lo que atañe a la gramática propiamente dicha, suele prevalecer casi siempre una simplificación del sistema”, lo que a todas luces no es el caso del lenguaje inclusivo.
“No deben forzarse las estructuras lingüísticas del español para que se conviertan en espejo de una ideología, pues la Gramática española que estudiamos no coarta la libertad de expresarnos o de interpretar lo que expresan los demás. Lo afirmamos con la convicción de que una lengua que interrelaciona nunca excluye”, decía un documento elaborado por otra autoridad de la Academia Argentina de Letras, Alicia María Zorrilla.
La Academia Nacional de Educación también afirmó que “los estilos inclusivos” alteran la lengua “hasta formas que resultan incómodas para el sano sentido común de la sociedad”.
Y ya que de sentido común se trata, Zorrilla preguntaba: “¿Cómo pueden leerse palabras como niñ@s, niñ*s o niñxs?”, dado que la arroba “no es una letra” ni la equis una vocal…
El fundamento de esta neolengua es que se le atribuye a la palabra el poder de superar los problemas. Al que cree que el lenguaje forma el pensamiento, y no al revés, le parece que basta con desdoblar para “construir” igualdad. ¡Cuánto más cómodo, fácil y seguro es combatir supuestas injusticias en el idioma antes que las verdaderas desigualdades en la realidad!
No falta el rasgo autoritario en estas vanguardias iluminadas que, paradójicamente, en nombre de la lucha contra estereotipos “impuestos”, quieren obligar a la gente a hablar “bien”, e imponer, a través del lenguaje inclusivo, una visión sesgada de la sociedad y sus problemas.
El argumento pro lenguaje inclusivo sostiene que éste muestra las desigualdades y visibiliza lo que por siglos estuvo oculto: la existencia de las mujeres. Toda una revelación.
En los años 80 y 90, cuando nadie hablaba en inclusivo, se produjo la gran apertura a la participación política de la mujer en el poder legislativo -Ley de Cupo 1991- y la igualación civil, con la patria potestad compartida, entre otros. Cabe preguntarse cómo un parlamento para el cual la mujer era invisible, votó la inclusión de un tercio de mujeres en todas las listas. Es algo que no encaja en la lógica de los promotores del lenguaje no sexista.
La igualdad legal entre géneros es total en la Argentina, excepto por el hecho de que las mujeres se jubilan antes. Pero eso no se visibiliza. La ideología está por encima de la realidad y de la historia, incluso de la más reciente.
El masculino plural refleja el dominio del macho en el orden social, afirman. Y si antes denunciaban la explotación capitalista y hasta las guerras como expresión de la competencia económica entre las potencias, hoy ya se olvidaron de los soldados desconocidos, los obreros o los mineros. Varones bien visibles y privilegiados. En la nueva versión de la evolución humana, la historia es resultado de la explotación de las mujeres por los varones. Estos se apropiaron siempre de todos los bienes y de todo el poder. Pero eso al fin se va a acabar gracias a “todos, todas y todes”.
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