La presencialidad en las escuelas dividió al debate público. Hubo dos posturas muy claras, la del Gobierno Nacional y la del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y más allá de que la Corte Suprema reconoció la autonomía de esta última y sentó un precedente importante para lograr un país federal, el conflicto deja una enseñanza interesante: más allá que en política siempre se debe elegir el camino del diálogo, hay momentos en que es imprescindible ser firmes y contundentes.
La educación es el futuro de un país. De ahí salen nuestros emprendedores, intelectuales, periodistas, políticas, trabajadoras y docentes. Es una temática tan crucial como irrenunciable. Sin ella, no hay progreso posible. Y quizás sea el mejor termómetro para medir el desarrollo de una nación. Por eso, no nos tembló la voz, fuimos categóricos y acudimos a la Justicia para resolver la pugna.
Pero no fue un conflicto en vano o impulsivo. No. Fue una disputa sana para la Argentina. Como pocas veces en los últimos años, se cristalizaron los dos proyectos de país que están en danza: por un lado, un dogma que reduce a la educación a una muletilla de campaña, que no la entiende como una posibilidad de movilidad social ascendente o una herramienta para que las personas puedan ser autónomas y libres; y por el otro costado, una visión moderna, que defiende la cultura del esfuerzo, el aprendizaje y la superación personal.
Y las diferencias no fueron solo de fondo, también de forma. Desde el Gobierno de la ciudad de Buenos Aires demostramos que los datos son más importantes que los relatos. Cualquier decisión política pública debe sustentarse con evidencia empírica. Y más en este contexto sensible, donde todo representa un dilema. Por ejemplo, si se prohíbe la circulación nocturna, afectamos la gastronomía; si se habilitan los vuelos, aumentamos la circulación de personas y, por ende, los contagios. Más que nunca, estamos obligados a ser quirúrgicos en la gestión pública.
Claro que hay otros temas que dividen aguas y son esenciales para nuestra convivencia. La independencia de la Justicia es uno. Hay quienes piensan que el poder judicial debe ser un instrumento político al servicio de una causa mayor; en cambio, hay otros que estamos convencidos que es su autonomía la que nos va a permitir vivir en una sociedad plural, dinámica y libre. La inserción en el escenario internacional es otra disyuntiva. ¿Vamos a crear un mundo para la Argentina o a diseñar una Argentina para el mundo? ¿La globalización es una amenaza o una oportunidad? ¿Somos capaces –o no– de asumir el desafío de la competencia y del liderazgo regional? Preguntas que sirven como fronteras entre dos narrativas de país.
Decía el filósofo austríaco Karl Popper que la verdad no se descubre, sino que se va descubriendo. Es una búsqueda infinita. Nunca llegamos a tocarla, solo podemos acercarnos; y la mejor manera de hacerlo es a través de información rigurosa. Argentina tiene que madurar y empezar a tomarse en serio la ciencia de los datos. Aprovechar las cuatro V del big data –Velocidad, Volumen, Veracidad y Variedad– para ser eficientes y cuidar a nuestra sociedad de manera integral, tanto en el plano sanitario como en las esferas económica, educativa y cultural.
Las alternativas son el “olfato”, la superstición y la improvisación. Ninguna con rigor científico. No pueden ser comprobadas ni rebatidas; solo se sostienen en el tiempo a través de la fuerza, la prepotencia o la necedad. Así la gestión se convierte en una cuestión de fe, no de resultados tangibles que le mejoran la vida a la gente, que es –al fin y al cabo– el objetivo cardinal de la política.
Esta diferencia entre el factor emocional y los datos la entendieron perfecto los padres y las madres de los alumnos. Las distintas organizaciones que se movilizaron, y están preocupados por el futuro de sus hijos, comprendieron que las estadísticas están por encima del temor, que naturalmente es totalmente normal en este contexto crítico. Pero ante tanta incertidumbre, lo mejor que se puede hacer es recurrir a la evidencia empírica. Determinar nuestras acciones en base a datos precisos y, obviamente, entender que todo es sensible a cambios.
Y en relación a los padres, también destacar su compromiso cívico. En medio de una pandemia, se organizaron e informaron y defendieron su postura con respeto y argumentos sólidos. Un verdadero ejemplo de pluralismo y espíritu democrático, que dudo que se extinga. Después que pase el Covid-19, estoy convencido que vamos a tener un nuevo actor en la agenda educativa. Los padres “llegaron” para quedarse. ¡Y bienvenidos sean!
La democracia es conflicto, pero también consenso. Los grandes gobernantes deben entender cómo compatibilizar y saber en qué momento activar, pero siempre el fin primero y último tiene que ser trabajar por un presente mejor y un futuro con más y mejores oportunidades. Sin duda, la educación es un tema por el que vale la pena confrontar visiones. En este caso, el resultado fue estimular un intercambio abierto en el que nunca sobran posiciones o perspectivas. Hacía bastante tiempo que las aulas no monopolizaban el debate público. Discutir sobre el conocimiento es discutir hacia dónde vamos y qué tipo de ciudadanía deseamos. Y eso siempre es saludable para nuestra democracia.
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