A principios de mayo 2020, se produjo un desagradable episodio internacional cuando el presidente Alberto Fernández hizo mención a las medidas adoptadas por Suecia frente a la pandemia, a modo de contraejemplo de lo que se debía hacer: “Cuando a mí me dicen que siga el ejemplo de Suecia, la verdad lo que veo es que Suecia, con 10 millones de habitantes, cuenta 3.175 muertos por el virus. Es menos de la cuarta parte de lo que la Argentina tiene. Es decir que lo que me están proponiendo, es qué de seguir el ejemplo de Suecia, tendríamos 13 mil muertos”.
Hoy, un año después, la evidencia parece mostrar otra realidad. Según la página de Worldometers, el número de muertes en nuestro país asciende, al 8 de junio, a 81.946 y en Suecia a 14.506. Si tomamos en cuenta la cantidad de habitantes de ambos países, en la Argentina el total de muertes por millón de habitantes asciende a 1.798 y en Suecia a 1.428. Por su parte, lo que es aún más relevante, la página de Ourworldindata.org, reporta que, al 2 de junio, el porcentaje de tests positivos (promedio de los últimos 7 días) en la Argentina asciende al 32,5% y en Suecia a tan sólo el 4,3%. Dos realidades frente al COVID por completo distintas.
Suecia es una sociedad que privilegia la libertad. Como señala una página del Swedish Institute, una agencia oficial de su Gobierno: “La respuesta del país al COVID se basa en parte en la acción voluntaria. Por ejemplo, en lugar de hacer cumplir un confinamiento nacional, las autoridades dan recomendaciones: quedarse en casa si tienes síntomas, mantener la distancia con los demás, evitar el transporte público si es posible, etc. En la sociedad sueca existe, en general, una confianza relativamente fuerte en las agencias gubernamentales. Los agentes públicos y privados en general tienden a seguir el consejo de los organismos responsables”. Probablemente es difícil encontrar un contraejemplo más evidente del autoritarismo que caracteriza a nuestra sociedad.
Por supuesto, eso no quita la correcta utilización de los dos únicos instrumentos efectivos que ha encontrado la humanidad para enfrentar el flagelo: el testeo y la vacunación. A modo de comparación, al 8 de junio, según Wordomenters, nuestro país había realizado 321.173 tests por millón de habitantes y Suecia, 1.000.985. La diferencia es altamente significativa, como también lo es también la diferencia en el ritmo de vacunación. Al 4 de junio, reporta Ourwoldindata.org, en nuestro país había recibido, al menos, una dosis el 23,05% de la población y en Suecia el 38,22% y las dos dosis, el 6,54% en la Argentina y el 16,76% en Suecia.
Los números nunca son exactos y tan sólo sirven para ilustrar dos realidades muy distintas. Un país optó por enfrentar esta tremenda emergencia sanitaria con libertad y apelando a la indispensable responsabilidad de los ciudadanos. Otro, optó por el autoritarismo más extremo, hasta hablar de libertad ha sido tomado como insensibilidad, aún con sorna.
Pero los números sugieren que la libertad salva vidas. Por cierto, no solamente las reportadas hasta ahora sino un número mucho más significativo, pues como también señala aquella página del Swedish Institute: “Los preescolares y escuelas suecas para niños de 6 a 16 años han permanecido abiertos durante la pandemia, con algunas excepciones. La Agencia de Salud Pública de Suecia ha hecho la evaluación de que el cierre de todas las escuelas en Suecia no sería una medida significativa. Esto se basa en un análisis de la situación en Suecia y las posibles consecuencias para toda la sociedad”.
Dos fotos más opuestas imposible. Los niños suecos, prácticamente, no han perdido días de clase desde el comienzo de la pandemia. Cualquier parecido con nuestra realidad es tan sólo fruto de una fantasía. Dentro de no tantos años estos niños y jóvenes serán adultos y su vida habrá sido afectada indefectiblemente.
¿Es posible dudar a esta altura que la libertad salva vidas? De confrontar nuestra realidad frente al COVID y la de Suecia, a riesgo de ser reiterativo, 32,5% vs. 4,3% de tests positivos en la actualidad, es por demás evidente. De sumarle a ello las vidas que Suecia ha salvado por mantener abiertas sus escuelas, frente al efecto sobre la vida futura de una generación de niños y jóvenes víctimas del cierre hasta de los jardines de infantes y escuelas primarias en nuestro país, la conclusión es indudable: la libertad salva vidas.
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