En una curiosa definición, el Presidente de la Nación ha afirmado que “es hora de reconocer que el capitalismo no ha dado resultados”. Las declaraciones del Jefe de Estado tuvieron lugar durante una conversación virtual junto al Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, en el marco del Foro Económico de San Petersburgo.
Acaso creyendo que denostando al sistema capitalista podía congraciarse frente al jefe del Kremlin, el mandatario argentino pareció olvidar uno de los hechos fundamentales de la historia reciente. El comunismo cayó en la Unión Soviética hace tres décadas y la Rusia de Putin precisamente creció de la mano de la introducción de las reglas de la economía capitalista en ese país.
Pero si el capitalismo no ha dado buenos resultados, ¿acaso el socialismo sí los ha ofrecido? ¿El Gobierno argentino desconoce que allí donde fue aplicado el socialismo sólo ha generado pobreza, atraso y, de manera inalterable, el surgimiento de una casta de jerarcas privilegiados? Los ejemplos sobran. Cuba, Corea del Norte, Alemania del Este, la propia Unión Soviética. Nadie puede ignorar las consecuencias del socialismo.
La falta de sentido de la realidad que exhibe el primer mandatario sólo puede causar alarma. Lejos de haber fracasado, los países capitalistas son los que están logrando salir de la pandemia del COVID-19 con mayor rapidez. Los Estados Unidos, el Reino Unido y el Estado de Israel son ejemplos de ello.
Al revés de lo que afirma el Presidente, los países capitalistas que han vacunado masivamente a su población han demostrado estar avanzando rápidamente hacia la recuperación económica. Hace pocos días, el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos dio a conocer que la economía norteamericana recorre desde hace meses una senda de creación de empleo. En mayo, el desempleo se redujo al 5,8% respecto al 6,1% del mes anterior. En algunos Estados, empresas reportan faltantes de oferta laboral.
Al mismo tiempo, en base a las cifras de la John Hopkins University, el promedio diario de muertes en ese mismo país ha descendido a 432, es decir el número más bajo desde marzo de 2020, al tiempo que el número de nuevos casos se redujo en torno de los quince mil casos diarios en la primera semana de junio.
Mientras tanto, nuestro país evidencia un manejo catastrófico de la pandemia. Una cuarentena eterna, jurídicamente inconstitucional y sanitariamente contraproducente, generó una profundización de la depresión económica que llevó a una caída de diez puntos del Producto Bruto Interno durante 2020, una cifra que duplica la del Brasil.
En tanto, el Gobierno fracasó rotundamente en su plan de compra y distribución de vacunas. La realidad presenta la triste certeza de que la Argentina es uno de los países con mayor tasa de contagios y muertes como consecuencia de los atrasos en la llegada de vacunas. Una política que combinó dosis de impericia, prejuicios ideológicos y un inaceptable escándalo de vacunas de privilegio para la nomenclatura oficialista de La Cámpora y los amigos del poder.
Pero en lugar de reconocer la realidad de estas verdades, el Gobierno insiste con una agenda económica y de inserción internacional que coloca a la Argentina en el túnel del tiempo. Controles de precios, aumentos de impuestos, imposiciones con carácter retroactivo -inconstitucionales-, prohibición de exportaciones y una insoportable maraña de regulaciones constituyen las fracasadas y repetidas recetas que surgen del oficialismo. Pero declamar ideas perimidas no constituye un sustituto de un plan económico que otorgue estabilidad y crecimiento para la Argentina. Otros sueños trasnochados tampoco contribuyen a ese objetivo.
La diplomacia oficialista diseña y ejecuta una política exterior cada día más tercermundista. Las conclusiones del llamado Grupo de Trabajo del Foro de Sao Paulo del pasado 29 de mayo ofrecen una interesante reseña del sistema de relaciones al que el gobierno argentino ha decidido adherir.
En una videoconferencia, los partidos miembros del Foro sostuvieron que la pandemia del COVID ha “profundizado la crisis general del capitalismo en América Latina y el Caribe” al tiempo que denunciaron que “el modelo neoliberal demuestra cada día su incapacidad de atender las necesidades básicas de salud de nuestros pueblos”. Calificaron además a los EEUU como una potencia que propugna “imponer la dominación neocolonial en nuestra América” a través de “gobiernos serviles”.
Si alguna duda podía quedar sobre el lugar donde se inserta la Argentina, el propio comunicado se ocupó de aclararlo. El Grupo de Trabajo del Foro de Sao Paulo reiteró su “respaldo” a los “gobiernos revolucionarios, progresistas, populares y de izquierda de Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, México y Argentina”. A la vez que reconoció “los esfuerzos del gobierno argentino encabezado por Alberto Fernández en la búsqueda de revertir las consecuencias de la implantación de políticas neoliberales que tanto daño causaron a su nación”.
En la práctica, el Gobierno argentino ha colocado al país al servicio de las dictaduras de Cuba, Nicaragua y, especialmente, Venezuela. Buscando congraciarse con sus socios del Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, el Jefe de Estado argentino ha llegado al extremo de desistir de las denuncias por violaciones de Derechos Humanos cometidas por el régimen de Nicolás Maduro interpuestas por los países democráticos de las Américas en 2018 y a las que la Argentina había impulsado durante el Gobierno del entonces presidente Mauricio Macri.
Pero nada es gratis en este mundo. Un antiguo adagio indica que se pueden cometer errores pero no evitar sus consecuencias. La adhesión a políticas tercermundistas en materia económica y de política exterior condenará a la Argentina a profundizar una espiral descendente hacia la pobreza y la insignificancia.
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