Vacunas y geopolítica

Queremos una Nación cohesionada en sus principios, afirmada en sus valores y decidida en la consecución de sus objetivos. La verdad nos hará ciudadanos libres con la capacidad de asumir el control de nuestras propias vidas

Vacunas y geopolítica (EFE/ Carlos Ortega)

Hoy es el día previsto para que acudan a la Cámara de Diputados los representantes de los laboratorios que producen vacunas contra el COVID-19. Tendrán la oportunidad de exponer con absoluta libertad y los legisladores podrán a su turno hacer las preguntas que deseen, en una jornada que será televisada en directo. El Congreso se erigirá entonces en un ámbito de diálogo ciudadano, promoviendo formas de participación para transparentar la información, horizontalizar debates del quehacer público y transmitir confianza justamente a partir de la visibilización de cuestiones que atañen al interés general. El pueblo quiere saber cuál es el avance de la vacunación, los objetivos para los próximos meses, el verdadero grado de inmunidad que brindan las vacunas, la necesidad o no de mantener algunos cuidados post-vacunación o el estado actual de las investigaciones sobre distintas cuestiones de la inmunización (características de la protección que garantiza, tiempo de duración, efectos en la salud no previstos, necesidad o no de volver a vacunarse en los años venideros, etc.). El pueblo quiere saber también cuestiones específicas de los contratos suscriptos, obligaciones recíprocas de las partes, precios pagados, plazos de entrega y si es cierto que alguna de las vacunas no llegó por un pedido de coima o si se trata de un cuento impulsado irresponsablemente por quienes gustan de descalificar al adversario mas nunca de aportar una idea o una solución.

Un tema tan sensible como el de las vacunas requiere que se brinde sin tapujos toda la información disponible. Ese es también el sentido de la invitación cursada a los laboratorios: que puedan decir cuál ha sido el proceso de la vacunación en nuestro país y la experiencia de otros lugares del mundo. No podemos vivir tensionados por rumores que se esparcen sin aportar elementos probatorios siquiera indiciarios, porque así es como crece la semilla de la desesperanza colectiva. El pueblo quiere saber de qué se trata, como en otras ocasiones, y el mejor remedio es poner toda la información disponible al alcance de todos. Se llama democracia y es una práctica saludable que merece ser reconocida como un aporte interesante a la reflexión colectiva aún pendiente sobre tantísimos asuntos vinculados a la pandemia, los estrictamente sanitarios y también aquellos referidos a la recuperación de la normalidad perdida y la veloz recomposición de la economía y la puesta en marcha de la actividad productiva, rezagada por las medidas de cuidado adoptadas en el mundo entero como principal estrategia de contención a la propagación descontrolada del virus.

La pandemia es una realidad muy tangible: está omnipresente en nuestras vidas. Hablamos, leemos y escuchamos sobre ella en cada momento. Dejamos de ver a nuestros padres porque no queremos ser los transmisores de un virus mortal. Descubrimos las bondades (y limitaciones, claro) de la comunicación virtual. A veces nos relajamos inconscientemente y flexibilizamos las prescripciones de cuidados personales mientras que en otras ocasiones andamos con dos barbijos juntos porque sentimos que el virus pega cerca. Lo vivimos primero como una preocupación lejana, como algo “que le pasa a otros”, hasta que se vuelve dolorosamente cercano y comenzamos a perder familiares y amigos. Escuchamos noticias constantes sobre cepas, estadísticas, aplanamientos, subidas o caídas de las curvas de contagio, tratamientos novedosos, filósofos que auguran el crujimiento del capitalismo por la pandemia, filósofos que anuncian exactamente lo contrario, gurúes que anticipan cuándo y dónde surgirán las próximas pandemias, activistas que denuncian las medidas de cuidado como prácticas de confinamiento dirigidas a controlar y disciplinar nuestras vidas, etc. No faltan los negacionistas que sostienen que todo es una gran farsa, que el virus no existe, que las muertes son dibujadas y que en verdad estamos siendo víctimas de una gran simulación pergeñada desde las sombras para satisfacer el apetito inconmensurable de los verdaderos dueños del poder mundial. Están los pesimistas que señalan el colapso de formas de sociabilidad referidas en verdad a una crisis civilizatoria estructural y sistémica. Claro que también están los optimistas que confían ciegamente en la liberación de aquellas potencialidades encorsetadas por las medidas de excepcionalidad vividas, y que prometen un mundo mejor a la vuelta de la esquina. En fin, hay de todo en la viña del Señor.

El Congreso analizará los contratos de compra de vacunas con los laboratorios (Natacha Pisarenko/REUTERS)

Consumimos diariamente un flujo de informaciones que no llegamos a procesar, que se contradicen unas a otras de un modo que nos genera aturdimiento y confusión. Hay veces que no sabemos qué pensar ante la proliferación de fake news, operaciones de la política más deleznable y guerras publicitarias financiadas por quienes pretenden descalificar y enlodar a tal o cual vacuna para beneficiar elípticamente a otras. Algunos dirigentes políticos operan desembozadamente como lobistas de algunos de esos intereses, propagando noticias falsas para desacreditar a algunos en beneficios de otros y, de paso, llevar agua para el molino propio. El triste espectáculo brindado genera una decepción que se potencia en un contexto económico y social complicado por la caída del comercio mundial, la retracción de las actividades productivas y la veloz destrucción de modalidades de trabajo que sucumbieron ante el cataclismo en los usos, hábitos y costumbres cotidianas del último año y medio. El lobby de políticos que olvidan el ejercicio de la representación que detentan para convertirse en mandatarios de intereses facciosos pinta un cuadro de degradación ética y desagregación social.

El mundo debate si el COVID-19 es consecuencia del cambio climático y la devastación ambiental que mata especies y genera nuevas enfermedades, si fue diseñada como un arma biológica, si se escapó de un laboratorio privado que realizaba algún tipo de ensayo y desarrollo propio... Planteos razonables se superponen con teorías conspiracionistas que resultan descabelladas pero que en el fondo nos interrogan si no alojan una luz de verdad entre tanto desconcierto. La salud entonces se convierte en campo de disputa porque pasa a ser, entre otras cosas, territorio donde se juega la seguridad misma de los estados y regiones. El COVID-19, en un mundo hipercomunicado, se propagó de un modo tal que rebasó fronteras y jurisdicciones. Se convirtió en un fenómeno mundial, mientras que su abordaje se realizó básicamente desde estrategias sanitarias estrictamente nacionales ante la defección de otras instancias de coordinación a nivel supranacional.

Muchos de los mejores científicos, formados en instituciones educativas públicas, terminaron reclutados por laboratorios trasnacionales que usufructuaron ese caudal de conocimientos y experticia para poder desarrollar las vacunas de inmunidad. Esos mismos laboratorios también contaron con financiamiento, infraestructura y logística brindada por el sector público de distintas naciones. La producción y suministro de los componentes de la vacuna obedeció a prácticas de colaboración a nivel global merced al aporte mancomunado del sector público y privado de muchos países integrados a una misma cadena, mientras que la distribución y aplicación obedeció a estrictos criterios vinculados a la nacionalidad de origen de los laboratorios productores. La O.M.S. consigna que el 75% de las vacunas se ha concentrado en apenas 10 países, consagrando una desigualdad lacerante que nos habla mucho de cómo funciona nuestro mundo. Esta descripción no pretende ser un lamento: el mundo es como es, y la única verdad es la realidad. No se trata de llorar sobre la realidad sino de comprender y desentrañar el verdadero funcionamiento de la lógica que rige estos asuntos de verdadera geopolítica, para actuar del mejor modo en la defensa del interés que debemos representar y defender: el interés nacional. Las cuestiones de la propiedad intelectual internacional, la regulación jurídica de las transferencias tecnológicas y el uso de licencias hacen a un debate de fondo donde se juegan modos de concebir la vida en común. Nuestra mirada debe estar en línea con las necesidades que tenemos como nación a medio camino de un desarrollo pleno de su capacidad tecnológica y científica. No estamos en cero, pero el abismo que nos separa de las naciones desarrolladas se hace cada vez más profundo.

No se trata de llorar sobre la realidad sino de comprender y desentrañar el verdadero funcionamiento de la lógica que rige estos asuntos de verdadera geopolítica (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

El carácter global de la pandemia tuvo que ver con la velocidad extraordinaria con que llegó a cada rincón del planeta tanto el virus originario como cada una de sus sucesivas cepas. Esta característica pone en cuestión la eficacia de una estrategia de vacunación afirmada en el desigual desarrollo de las naciones. Ello es así porque la inmunización de unos pocos países corre riesgo si no se inmunizan los demás, en tanto que la eventual aparición de una nueva cepa puede hacernos retroceder al punto de partida si es que la misma adquiere la capacidad de burlar la eficacia de las vacunas actuales. Esta posibilidad nos obliga a reflexionar que el COVID-19 deba ser abordado como un problema común a la humanidad, que requerirá la construcción de lazos de articulación y coordinación entre todos los países de la comunidad internacional. Esto también es un elemento presente en el debate mundial: la existencia de problemas que se vuelven comunes y que requieren abordajes desde una mirada integradora y no parcial o sesgada.

Argentina es parte de la cadena de producción de vacunas, primero con AstraZeneca y muy pronto con Sputnik. No somos ese desastre que algunos pintan desde machacar insistentemente con falacias repetidas a la manera goebbeliana: miente y miente que algo quedará…

Somos un país con un interesante desarrollo científico y tecnológico, pero que sin embargo resulta incompleto. El sector público tiene la obligación de ponerse al frente de la orientación de un programa de investigación que conecte con los desafíos vinculados a las cuestiones de salud en el mundo que viene. Soberanía científica y tecnológica es salud, es libertad, es vida. Comprender la lógica del mundo que vivimos (que ya no es bipolar ni tampoco unipolar) es imprescindible para no convertirnos en peones del ajedrez de la diplomacia internacional que juegan otros jugadores. El manejo mundial de la pandemia tuvo que ver con ese ajedrez jugado por jugadores que saben lo que quieren y que no trepidan en hacer las jugadas necesarias para conseguir sus objetivos. Comprender el juego del adversario es un requisito ineludible para poder definir claramente una estrategia propia, que nunca se define en abstracto sino en función de un tablero concreto atravesado por circunstancias tangibles y no meramente teóricas.

El sector público tiene la obligación de ponerse al frente de la orientación de un programa de investigación que conecte con los desafíos vinculadas a las cuestiones de salud en el mundo que viene (REUTERS/Amanda Perobelli)

El manejo de la pandemia tuvo sus aciertos y sus errores. Necesitamos reflexionar sobre lo que hicimos bien y lo que hicimos mal, pero no con la calculadora en mano para perjudicar a quienes se dedicaron a poner el cuerpo en la protección de la vida y la salud de todos. El desasosiego que siembran los profetas del odio es funcional a la construcción de un estado de ánimo de ensimismamiento individual y ruptura de los lazos de sociabilidad que redunda en anomia, desinterés social y la consagración de desigualdades lacerantes e inhumanas. No somos los mejores del mundo, pero tampoco los peores. Que la arrogancia y la altanería no sean el signo distintivo de la argentinidad, pero que tampoco lo sea la autoflagelación constante que deriva de repetir falsedades esparcidas por el designio de quienes nos quieren desunidos y enfrentados por rencillas inconducentes. No queremos ser un país fracturado por enfrentamientos artificiosos atizados por minorías interesadas. Queremos una Nación cohesionada en sus principios, afirmada en sus valores y decidida en la consecución de sus objetivos.

Celebro que los laboratorios puedan explayarse con libertad en el Congreso de la Nación, que es la casa de la democracia. Es un modo de construir una sociedad más razonable, con sentido común y capacidad reflexiva.

Las injurias y falsedades nos harán esclavos de nuestra propia malicia. La verdad, en cambio, nos hará ciudadanos libres con capacidad de asumir el control de nuestras propias vidas.

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