
El gran maestro Jasídico Rabí Menajem Najum vivió a mediados del Siglo XVIII en la ciudad de Chernobyl, que pertenece actualmente a Ucrania. Huérfano de pequeño, dedicó su vida atravesada por la pobreza y la escasez a ser maestro de niños. Discípulo directo del mítico Baal Shem Tov, escribió un libro que se transformó en pilar del pensamiento jasídico, en el que mostró su atrapante faceta mística: “Me´or Einaim, La luz de los ojos”.
En su obra, Rabi Menajem explica que la mayoría de la gente comprende que la ausencia es anterior a la presencia y que el fracaso es previo a la victoria, por lo que acepta cierta regresión espiritual en la aspiración del futuro crecimiento. El Maestro afirma que, en general, entendemos que el descenso es circunstancial para lograr ascender hacia aquel lugar al que aspiramos, hacia una dimensión más plena de contacto con lo que en verdad trasciende (Me´or Einaim, Parashat Itró).
Sin embargo, para el Me´or Einaim la idea de “retroceder un paso atrás para ir dos pasos adelante” y así lograr un proceso de crecimiento espiritual, es limitada. Sostiene que la persona debe centrarse no solamente en el lugar al que quiere ir, sino también en el lugar donde se encuentra en ese instante. En momentos de caída del espíritu, nos sentimos solos, vacíos. El Rabí Jasídico nos enseña que no hay un sólo momento en la vida que esté vacío, sino que esa sensación de estar rodeados de la nada es un medio vital para llevarnos a otro plano. Cada instante del camino contiene un valor intrínseco.
En la lectura de esta semana, el pueblo liberado de la esclavitud de Egipto se ve esclavo de sus propios temores. Tienen frente a ellos la Tierra Prometida, pero los miedos que genera la incertidumbre del mañana, la angustia que trae el estar atados al dolor del ayer y la flaqueza de confianza en sí mismos, los quiebra. En la desesperación, no saben hacia dónde ir ni con quién (Números 14:1-4). Se ven en medio del desierto, en medio de la nada, vacíos. Y en esa caída a la nada creen haberlo perdido todo.
Solemos pensar que el vacío es la contracara de lo que existe. Que la nada es lo contrario del todo. Sin embargo, la nada es la fuente y el origen del todo. En la Grecia de Parménides, el filósofo decretaba que nada puede surgir de la nada. Sin embargo, en la tradición bíblica la Creación del todo es creatio ex-nihilo, en donde Dios crea “todo de la nada”. Por lo que la nada no es la falta de existencia, sino la fuente de todo lo que existe. Es allí donde se encuentra la máxima potencia de energía desde donde volver a empezar.
En el Árbol de las Sefirot de los místicos, la primera y más elevada de las emanaciones divinas es llamada el Ain Sof, la Nada Sin Fin. Lo inexplicable. Ese lugar donde no hay preguntas ni respuestas. La mística judía propone la búsqueda de momentos de meditación, donde poder despojarnos de lo que nos ata a nuestra dimensión terrenal. Ese trabajo de conexión profunda busca ingresar al “Ain”, “la Nada”. Sin embargo, a diferencia de otras tradiciones espirituales donde el objetivo es la anulación del “Yo”, aquí el objetivo no es el ingreso a la Nada, sino que se ingresa a la Nada para un objetivo. La Nada no es el vacío, sino la fuente de todo.
El objetivo es descubrir el “Ani Amití”, el “Yo Verdadero”. En hebreo, la palabra “YO” se escribe “ANI”, y tiene las mismas letras que la palabra “NADA”, “AIN”.
Cuando logro que mi ANI sea AIN, entonces descubro mi verdadero ANI.
Ese ingreso a un plano existencial, donde nos sentimos vacíos (AIN) de todo, es esencial para descubrir un “Yo” (ANI) más total, más genuino, más real. El AIN, ese vacío, esa nada, se hace fuente de mi propia creación. No se trata de retroceder o descender para ascender, sino descubrir la potencia espiritual que tiene cada lugar en el que estoy.
La composición de la palabra Yo (ANI) en hebreo lo explica todo. Las palabras hebreas que terminan con la letra “I” contienen el artículo posesivo: “mío, o mí”. Además, la palabra “AN” significa “dónde”. Por lo que la palabra ANI (AN –I) también puede leerse como “mi dónde”.
Mi “Yo” pide poder responder cuál es el lugar que ocupo hoy, mi dónde. No hay momentos de vacío, sino que cada instante del camino compone nuestra existencia. Tener un norte, un objetivo a alcanzar, es imprescindible. Tanto como poder responder y atesorar el lugar, ese lugar que habla de mí y que ocupo a cada paso.
Amigos queridos. Amigos todos.
No siempre que crecemos, sentimos que estamos creciendo. En tiempos de vacío, solemos preguntarnos: “¿a dónde debo ir?”, pensando que la respuesta estará esperándonos en algún otro lugar. En otra pareja, otra familia, otra comunidad, otro círculo de amigos, otro país. Lo que debemos intentar responder es: “¿dónde estoy ahora?”. Porque es nuestro dónde el que define quiénes somos. No hay momentos de vacío. Es durante el viaje que descubrimos que cada lugar de nuestra vida, es la fuente del origen de todo lo que seremos.
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