Cuando estás pensando en sobrevivir, no pensás en nada más. Lo terrible es que en nuestro país, para gran parte de la población esa es la historia de su vida.
La pandemia agravó todos nuestros problemas estructurales. Y la incertidumbre, el miedo y la supervivencia es por momentos la historia de todos. A la preocupación por las vacunas, los contagios, las terapias intensivas, en definitiva por nuestra salud y nuestra mismísima posibilidad de seguir vivos, le sumamos la preocupación de poder ir a trabajar, de que nuestros hijos vayan a la escuela y de continuar de alguna manera con nuestros proyectos de vida.
Luego de más de un año viviendo en esta atmósfera social que muchas veces se torna ensordecedora, vertiginosa y acuciante, la mayoría de la población ha reflexionado, y en sus diferentes situaciones, reconocido que el COVID no bajó a la tierra en un ovni, sino que somos los responsables de lo que nos pasa.
Es trillado decirlo pero cabe la frase: crisis es oportunidad. A las voluntades y las luchas de muchos años por poner en la agenda la crisis climática y ecológica, hoy se le suman muchas voluntades, de ciudadanos comunes, de ONGs, del sector productivo y de los gobiernos, que ante la evidencia no pueden resistirse más.
Los efectos del cambio climático influyen cada vez más en los resultados económicos. Quedó claro en esta pandemia que una sociedad enferma no puede trabajar, no puede consumir, no puede producir, no puede generar riqueza, no puede ir a la escuela. Y solo es posible una sociedad sana en un ambiente sano.
Durante siglos hemos subestimado lo que significa un clima estable y “predecible”, eso hace décadas que viene cambiando y con ello el esfuerzo que ha tenido que hacer el mundo para seguir produciendo alimentos y energía que garanticen la supervivencia humana.
Hoy desde los líderes de los países del hemisferio norte, hasta nuestros líderes latinoamericanos tienen una agenda climática, lo cual era impensado hace unos años, pero que tiene que pasar del discurso a la acción concreta.
No hay excusas para no hablar y hacer en materia ambiental, la crisis social y económica que padecemos está acompañada por la crisis climática y ecológica, que las agrava y las precede. La transversalidad es tal, que cualquier decisión de política pública en cualquier área de gobierno, o de producción en una empresa o de actitud como ciudadanos debe ser sostenible.
Hoy son una realidad en nuestro país las empresas que están construyendo autos eléctricos, la posibilidad de avanzar en viviendas con eficiencia energética o en la producción de mercancías totalmente recicladas o biodegradables, las energías renovables que van reemplazando a los combustibles fósiles, la movilidad sustentable, la agroecología en más de 100.000 hectáreas en los municipios de la RENAMA, la innovación permanente para encontrar la combinación de soluciones que nos permitan la carbono neutralidad. Esto está pasando hoy, no es en el futuro, es en el presente.
¿Van algunos países más adelante que Argentina? Sí, es una obviedad, no somos Alemania, pero ese no es argumento para seguir abonando a la teoría del “estamos condenados”. Esa posición es trágica y es cómoda a la vez, para quienes se resisten al cambio y eligen el corto plazo. Si hacemos eso, nos quedamos afuera de todo, perdemos la oportunidad de ser parte del gran acuerdo verde que la humanidad necesita que todos los países del mundo hagan. Pero se trata otra vez de pasar del discurso a la acción concreta, con la convicción de que la agenda ambiental es la agenda del único desarrollo posible, el sostenible. Esa agenda genera empleo, y soluciones paralelas para nuestros problemas estructurales en el objetivo de construir una sociedad más inclusiva e igualitaria.
Por eso en este 5 de junio de 2021, Día Mundial del Ambiente, si pensamos en sobrevivir no tenemos más opción que pensar también en el ambiente, y en consecuencia tomar decisiones sostenibles, porque nuestro trágico hoy fue el mañana de los que no hicieron nada.
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