En 2019, 181 CEOs de las empresas más grandes de Estados Unidos que forman parte de la coalición Business Roundtable, se comprometieron a dirigir sus empresas en beneficio de todos los grupos de interés: clientes, empleados, proveedores, comunidades y accionistas. Este compromiso marca un alejamiento notable de aquella declaración histórica que afirmaba que el principal propósito de las corporaciones era servir a sus accionistas. Esta necesidad de transformar el propósito de las empresas se profundizó con la crisis sanitaria y económica generada por el COVID-19. La pandemia terminó de evidenciar las desigualdades económicas y la pérdida de confianza en las instituciones, sumado a una mayor conciencia por la crisis climática. De igual manera, esta crisis despertó una mayor atención de los inversores por los factores Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG), y las inversiones de impacto llegaron a niveles récord durante el 2020.
Podemos definir a las inversiones de impacto como aquellas inversiones realizadas con la intención de generar un impacto de carácter social y ambiental positivo además de una rentabilidad económica. Estas inversiones representan un nuevo tipo de capital, el cual combina las motivaciones de inversores tradicionales y de filántropos. A su vez, es realizado por un espectro grande de actores, desde inversores individuales, fondos de inversión comerciales, fundaciones, organismos internacionales, y ONGs. Según el Global Impact Investing Network (GIIN), la organización que nuclea a los inversores de impacto a nivel global, el tamaño estimado del mercado mundial de inversión de impacto a fines de 2019 era de USD 715.000 millones. En América Latina, se estima que entre 2015 y 2019 las inversiones de impacto crecieron un 20% y 41% de los inversores encuestados por GIIN dijeron estar interesados en aumentar aún más sus inversiones en la región.
La pandemia terminó de evidenciar las desigualdades económicas y la pérdida de confianza en las instituciones, sumado a una mayor conciencia por la crisis climática
Las inversiones de impacto representan una gran oportunidad para América Latina y el mundo, principalmente porque están redefiniendo cómo se entiende el éxito en los mercados, cambiando la perspectiva frente al riesgo y la oportunidad y fomentando una economía de “triple impacto” que genera impacto y valor social y ambiental, además de económico.
Ahora, para entender mejor estas inversiones es importante preguntarse qué tipos existen y cómo funcionan en la práctica. Se pueden identificar distintos tipos de inversiones de impacto que se diferencian por su objetivo, y por el grado de retornos financieros que generan. Al día de hoy, sin embargo, sus categorías se siguen debatiendo.
En primer lugar, existen las inversiones responsables, que buscan alinear los valores de los inversores con su portafolio, evitando sectores con imagen negativa como pueden ser el tabacalero o el de armas. Las siguen las inversiones sustentables o que incorporan factores Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG), las cuales está demostrado que ofrecen mejores retornos financieros que las empresas que no implementan estos elementos. Luego se encuentran las inversiones temáticas enfocadas en un solo sector, que tienen un retorno social o ambiental a la vez que retornos financieros, como pueden ser las inversiones en empresas de energías renovables. Solo en 2020 las inversiones globales en energías renovables llegaron a más de USD 305.000 millones.
En América Latina, se estima que entre 2015 y 2019 las inversiones de impacto crecieron un 20% y 41% de los inversores encuestados por GIIN dijeron estar interesados en aumentar aún más sus inversiones en la región
Por último, están las inversiones que ponen el impacto social y ambiental por encima del retorno financiero y buscan emprendedores de Triple Impacto que están en etapa temprana y ponen el efecto socioambiental en el centro de su modelo de negocios. Aquí hay un número menor de inversores, generalmente liderado por fundaciones u ONGs, ya que tienen que aceptar un mayor nivel de riesgo y retornos financieros más bajos. Los inversores buscan invertir ‘capital paciente’ en modelos de negocios innovadores con potencial de escala, que generen un efecto catalítico para llegar a muchas personas en el menor tiempo posible.
Es importante destacar que en esta categoría el capital no basta, también es fundamental el acompañamiento para que estas empresas puedan crecer y aumentar su impacto. Las inversiones “impact first” como las llaman en Estados Unidos y Europa, son especialmente interesantes porque tienen la capacidad de transformar sistemas para garantizar que nuestras economías sean más inclusivas y sustentables. En Argentina, hay numerosos emprendedores de Triple Impacto que trabajan día a día con este objetivo. Para fines del 2020, 128 de estas empresas fueron certificadas por el Sistema B y generaron empleo para más de 7.700 personas.
Ahora, dadas las complicaciones que trae invertir en países emergentes, sumado a la crisis del COVID-19, ¿cuáles son los desafíos que las inversiones de impacto deben afrontar para que puedan seguir creciendo en países como la Argentina? En primer lugar, existen cuestiones regulatorias importantes a considerar. Según el informe presentado por la consultora Keidos, en el país hay un bajo desarrollo de políticas y regulaciones que promuevan las inversiones de impacto, lo que también es un reflejo del pequeño mercado de capitales en el país. La falta de generación de confianza y seguridad jurídica para terceros, sumado a la volatilidad económica también dificultan la atracción de distintos tipos de inversiones además de las de impacto. La aprobación de tipos de legislación como la Ley de Sociedades de Beneficio de Interés Colectivo (BIC), un proyecto de ley que busca crear un nuevo régimen jurídico aplicable a cualquier tipo de sociedad, con el fin de darles un reconocimiento legal a las empresas de Triple Impacto, podría representar un paso importante en este sentido. El proyecto, que fue aprobado por Diputados en 2018, espera todavía su aprobación en el Senado.
Las inversiones impact first como las llaman en Estados Unidos y Europa, son especialmente interesantes porque tienen la capacidad de transformar sistemas para garantizar que nuestras economías sean más inclusivas y sustentables
La importancia de esta ley también está vinculada a otro elemento clave y que generalmente representa una barrera para que las inversiones de impacto puedan crecer: el reporte de métricas de impacto. Para poder atraer este tipo de inversiones, las empresas deben medir y evaluar el impacto social y ambiental que tienen sus negocios de una manera integral, desde su cadena de valor, a sus empleados, consumidores y comunidades. Garantizar el desarrollo de métricas consistentes es fundamental para generar la confianza de inversores.
Hoy hay un claro consenso de que para reconstruir nuestras economías luego de la crisis del COVID-19, vamos a tener que integrar a todos los sectores, especialmente a los más vulnerables, y proteger a nuestro planeta. También sabemos que para responder a los problemas más importantes que atraviesan nuestra sociedad necesitamos financiamiento. Se estima que para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por las Naciones Unidas para 2030 se necesitan USD 2,5 trillones de dólares a nivel mundial. Paralelamente, el mercado de inversiones tradicionales en la actualidad llega a los $300 trillones. Si logramos mover 1% de ese total para potenciar negocios inclusivos y sustentables, podremos dar un importante paso para responder a los grandes desafíos que nos trae el siglo XXI.
SEGUIR LEYENDO: