La patraña: con el agua al cuello y navegando mares extremos

Estamos en la era del final de las ideologías y nosotros aún buscamos viejos trastos en los baúles del recuerdo

La patraña: con el agua al cuello y navegando mares extremos

Entre los sicarios de la educación y los embusteros del relato van pasando nuestros días. Y el agua, lenta y casi parsimoniosamente nos va hundiendo debajo de una catarata de engaños. Están los que dan batalla desde sus profesiones o empresas de cualquier tipo y envergadura, están los que pelean desde el núcleo de sus familias dando el ejemplo cotidiano, están los que se apasionan enseñando y estudiando en las aulas de la vida y estamos los que tratamos de ametrallar con fuertes palabras y no con balas y puñales traperos. Quizás el hecho de pensar y de escribir sea una forma de enrostrar y buscar rebeliones de pensamientos que puedan provocar el despierte de un anestesiado pueblo.

Patética la escena de las últimas semanas, donde nuestro más votado pero delegado y secundario mandatario se dio un pequeño tour por las Europas tirando la manga a diestra y siniestra, para luego y coronando la velada, en una jugada inverosímil, termina apoyando al Estado Palestino por fuera del alineamiento de aquellos mismos a los que fue a pedirles apoyo. Fue pasar la gorra y salir luego por una tangente que a ningún lado nos lleva. Y allí estamos, en una colegial foto de graduación junto a Venezuela, Cuba, Libia, Senegal, Somalia, Sudán, Mauritania, Gabón y una escasa decena de países más, con China y Rusia como convenientes abanderados y mastines. A esta altura del partido, ninguno de los iluminados que nos gobiernan ha entendido que la unión China-USA es íntima y concreta ya que ambos se complementan en tecnologías, patentes y aprovechamientos de escalas de producción. No son enemigos, son socios necesarios. No los unen la ideología, los unen los intereses. Por su parte, Rusia corre con una estrategia parecida a la China, si bien con un mercado interno algo más debilitado, políticas no tan claras a largo plazo y menor vocación por trabajar seis días a la semana a razón de 12 horas por día. Sin embargo, al leer Ud. esto, ya el Chelsea será el rey de la Champions League y seguro habrá llevado alegría a sus propietarios rusos. En suelo lusitano se enfrentaron las potencias del gas y el petróleo representados en equipos de la Corona Británica. Un símbolo de los capitales sin idearios.

Estamos en la era del final de las ideologías y nosotros aún buscamos viejos trastos en los baúles del recuerdo. Vamos al altillo de las cosas olvidadas y escudriñamos fotos amarillas pegadas en cartulina descolorida, cuando el mundo arremete hacia lo digital. En el universo del 5G, de las carreteras de fibra óptica, del WhatsApp acelerado, no nos damos cuenta que ya no hay espacio para el romanticismo tardío del “Tercer Movimiento” de los setenta. Ernesto Cardenal (1925-2020) en mi adolescencia quedó. Estamos viviendo la era de la bipolaridad. De un lado, los muchachos que generan riqueza, privilegian los intercambios y están por encima de las doctrinas, y del otro un rejunte de marginales que con razón o sin razón se han quedado hurgando entre pasados y epopeyas que ya nadie quiere ni leer, ni vivir, ni sostener. Ey, ojo que niños malos hay en los dos bandos, pero al momento del progreso y del reparto quisiera estar en la fila de los noruegos; por otro lado al ser una raza más alta, los veré de lejos y allí tras ellos iré.

Escribiré algo controvertido. Me atormenta mucho más la falta de educación, las invenciones de nuevas historias o la imposición de falsos paradigmas, que el latrocinio de unos pocos en desmedro de unos cuantos muchos. A los hurtadores les puede caber la justicia pero a los pibes no capacitados les espera un largo calvario, ya que no podrán insertarse en ningún espacio de vanguardia. Sus destinos serán tristes y opacos. Al hilvanar estas historias, puedo asegurar que tengo mucho recorrido por el mundo y muchos orines juntados en antesalas de grandes empresas para que me reciban y escuchen por pocos minutos las ideas de mi empresa argentina. He deambulado buscando el lugar del crecimiento y en el camino he tropezado con fracasos y paredes que parecían imbatibles. Sé perfectamente lo que es ir a congresos del mundo, donde quizás no había más que una decena de escuchas, pero que al finalizar el mismo y para no quedar mal en la parada, uno mismo debía decir que “la presencia argentina en tal congreso fue un éxito”. Aprendí que era mucho más importante estar cinco minutos con el Señor de los Anillos y los Poderes y no dos días buscando en medio de la pobreza una vacuna caribeña que nos arranque el maldito COVID-19. No estamos siendo coherentes y acaso eso sea el peor de los retrocesos. Del glamour de París y Macron pasamos sin escalas a la penuria de Cuba o de Venezuela, sin darnos cuenta que el mundo entero se está moviendo solo por intereses y beneficios. Si Francis Fukuyama (1952-) escribió hace exactamente treinta años “El fin de la historia”, me permitiría sugerir que debiera pensar algo sobre “El fin de las ideologías”. Son tiempos de intercambios y conveniencias. No son tiempos de aislamientos o de levantar excéntricas banderas, como las del lenguaje inclusivo o el último estreno “Hacia una mejor gestión del período menstrual”.

El tributo de este escrito es para Charles Bukowski (1920-1994), llamado el “poeta maldito” ya que nadie describió como él las atmósferas abrumadoras y la sin razón del optimismo, al punto que en su lápida tiene talladas solo tres palabras: “No lo intentes” (Don’t try). Leo de Bukowski: “La gente estaba desesperada y a la defensiva. Se sentían como si estuvieran malgastando sus vidas. Y tenían razón”. Nada más certero y preciso para estos tiempos. Si te llenan de miedos apagarán tu rebeldía. Si te dicen que la salida es una tercera vía, debieras ya darte cuenta que derecho vas contra el muro. Los patrañeros nos quieren convertir en ladrillos de una pared en la que solo ellos se terminarán apoyando y guareciendo.

Un ensayo de Borges, “El Pudor de la Historia”, nos cuenta que los cambios de tendencias en la historia casi siempre se producen por hechos “insignificantes”. La sociedad híper conectada nos muestra en vivo y en directo a una chica tirada sin atender en un pasillo de un hospital, o a pequeñas y escasas cajas de vacunas imperialmente viajando en aviones de nuestros cielos o a caraduras supuestamente “esenciales” solo para el acto vacunatorio. Esos hechos pasan a ser reales cuando se lo mediatiza. Y son más bestiales cuando se los viraliza. Pero mientras eso ocurre, millones de chicos están sin escuela, sin comida y en la pobreza. Volviendo a Borges, estoy totalmente convencido que una sola chispa puede hacer arder el polvorín.

El zurdo Olarriaga nunca quiso ser un ladrillo más en la pared, ya que desde su juventud soñó y moldeó infinitos planes de crecimiento. Se había formado y educado en la escuela pública, trajinó colectivos en tempranas mañanas y devoraba las revistas que podían llegar a su casa. Miraba, aprendía y trataba de emular lo bueno de los mayores, sin dejar de lado la rebeldía para abrirse paso en la jungla. Desde su pequeña ventana de barrio intuía un mundo de progreso. Temprano en los ochenta, los nuevos medios le sacudieron la cabeza al permitirle descubrir la inmensidad y diversidad de culturas. Al pago chico lo amaba, pero no por eso se quedaría haciéndole el aguante a los bucaneros de lo ajeno. Un día se sintió rodeado. Venían por sus alas, le mentían con la historia estudiada y querían cortarle sus quimeras. En ese preciso instante, en su Aleph imaginario, donde tenía encapsulado todo el tiempo y todo el espacio, se dio cuenta que la revolución no era uno de los caminos, era el único camino posible. Era momento de salir a acribillar con nuevos apotegmas.

Tributo a Charles Bukowski (1920-1994).

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