La realidad argentina parece por momentos una picadora de carne. Y si no hablamos de un tema en el momento en el que ocurre, en segundos otro nos está corriendo como una bestia enloquecida. En unos pocos días, hemos visto al Gobierno volverse cómplice de las violaciones de derechos humanos en Venezuela, apoyar al grupo terrorista Hamas y, en estas horas, obviar cualquier condena a la nueva redada represiva del régimen cubano, que ha detenido opositores, periodistas y artistas estando allí la ministra de Salud Carla Vizzotti que incluso se reunió con la máxima autoridad de la isla.
Vizzotti viajó a Cuba junto con a la asesora presidencial Cecilia Nicolini para adentrarse en el avance de las vacunas Soberana 02 y Abdala, poco conocidas en el mundo pero que meritaron este viaje de las funcionarias argentinas. De los derechos humanos en Cuba no dijeron absolutamente nada. Se sacaron las fotos con las futuras vacunas pero no dijeron nada de esta cuestión. Es más, recibieron una invitación para el Presidente, que tal vez visite Cuba y termine diciendo desatinos como los que dijo al referirse a Venezuela.
Cuando Alberto Fernández respondió que las violaciones a los derechos humanos “van desapareciendo”, además de utilizar una palabra de terror, olvida que los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles. Entonces uno se pregunta qué hay detrás de esta ola de amistosa y extrovertida identificación con tiranos y dictaduras.
Hay quienes insisten en el análisis de esta cuestión en que los alineamientos con Venezuela, Hamas y Cuba son solo ardides retóricos para consolidar al núcleo duro. Esas miradas quizás sean un tanto ilusas porque lamentablemente los hechos de esta semana implicaron mucho más que palabras. Son acciones de política exterior, son acciones de gobierno. Y ocurren al compás de avanzadas en el frente interno que van en el mismo sentido.
El kirchnerismo amigo de Maduro, de Cuba y de Hamas si pudiera cambiar el sistema de gobierno argentino a un modelo más autoritario, ¿lo haría? Y aquí la realidad es lo que indica que intentan hacerlo en cada oportunidad.
Repasemos no más. Con la ley que quiere cambiar el Ministerio Público Fiscal, apuntando a la Corte Suprema de Justicia, pasando por sobre la Constitución cada vez que tienen chance o torpedeando desde adentro cualquier atisbo de volver al mundo.
¿Por qué el Gobierno está radicalizando sus posiciones antidemocráticas en la política exterior? No es muy difícil vislumbrar con ejemplos made in Argentina que sus modelos internos favoritos son el feudo de Formosa o Santa Cruz. El Gobierno se radicaliza con posiciones antirrepublicanas porque dentro de la república Cristina Kirchner no puede tener impunidad.
La Vicepresidenta está tan complicada judicialmente que para zafar necesita romper la república. A un año y medio de poder, y este es el eje de por qué están tan enojados con el presidente que pusieron a dedo, no pudieron hacer nada para frenar las causas más importantes. Vialidad, Hotesur o Los Sauces. Y por eso quieren quedarse con el control de los fiscales. Con fiscales bajo el poder político, obviamente se termina cualquier atisbo de justicia.
Entonces creo que no habría que cometer el error de pensar que solo estamos ante, como dicen popularmente, jarabe de pico en este caso inflamado de nacionalismo para consumo local. Las repúblicas mueren cuando muere la independencia de poderes. Cada poder es imperfecto. Pero en coexistencia se limitan y, por ende, limitan el abuso de poder de cualquiera de ellos.
Hoy en Argentina hay un asedio permanente para que eso ocurra. Que hasta ahora se haya frenado porque la sociedad así lo quiso, no significa que el Gobierno no siga intentándolo. Y esa es la última frontera ante lo que no debemos distraernos. No es solo retórica, no es mero discurso. Son acciones de política exterior que le dan al mundo señales no compatibles con las democracias. Y aquí adentro es donde debemos saber leerlas.
*Editorial de Cristina Pérez en su programa Confesiones en la noche por radio Mitre