Hace tiempo que la educación no estaba en el centro del debate como este año. Los medios, los gobiernos, los investigadores, los organismos internacionales, las ONGs, los padres, todos los actores se movilizaron más que nunca en torno de la cuestión educativa. La confrontación entre el Gobierno Nacional y de la CABA a propósito de la reapertura de las escuelas llevó la cuestión hasta la Corte Suprema y los principales medios de comunicación como nunca.
No es para menos. Argentina es hasta el momento el segundo país de América Latina con cierre más prolongado de todas o parte de las escuelas, en la región del mundo donde los cierres fueron más largos. En un contexto de aumento de la pobreza y de acceso insuficiente a la conectividad y los dispositivos, este cierre generó enormes pérdidas de alumnos, aprendizajes y oportunidades de cuidado de la infancia y la adolescencia. En los barrios más pobres, donde la escuela es muchas veces la única presencia del Estado, los chicos quedaron librados a su suerte, expuestos a la calle, la mala alimentación, el contagio, el maltrato, el trabajo o el narcotráfico, razón por la cual los curas villeros clamaron por la educación presencial.
Sin embargo, sería deseable que el debate no se redujera a presencialidad sí o no. Deberíamos aprovechar para problematizar la cuestión educativa, para prestarle más atención, tomar nota de lo importante que es para todos, extraer lecciones de esta calamitosa situación y pensar cuáles son los acuerdos posibles de aquí en más. La educación es sin dudas una urgencia de largo plazo. Va a llevar tiempo reparar las deudas preexistentes y el deterioro generado desde 2020.
¿Qué aprendimos hasta ahora de esta situación tan difícil y disruptiva? Primero, que la presencialidad es indispensable en la educación básica. Por un lado, por el rol de la escuela en la socialización, el cuidado y la organización familiar, evidente como nunca para todos. Por otro lado, porque desde el nivel inicial hasta el secundario los chicos necesitan estar con sus pares y docentes para no abandonar y desarrollarse como personas y aprendices. Es cierto que, para ellos, quizás el mayor deseo de volver a la escuela pasa por los amigos. ¿Cómo hacer que quieran volver también por las ganas de aprender? ¿Cómo escuchar mejor a los chicos desde la escuela y desde la política educativa?
Segundo, aprendimos que urge generalizar el acceso a la computadora e internet. No caben dudas de que el sistema educativo debe estar preparado para la enseñanza a través de internet. Ahora bien, cabe plantearse si debe entregarse una computadora a cada alumno. Las políticas nacionales y provinciales implementadas en las últimas décadas revelan que el modelo 1 a 1 es complejo por la inversión requerida, el mantenimiento y renovación de los dispositivos; las dificultades para lograr que los estudiantes lleven los dispositivos a la escuela; y el uso efectivo para la enseñanza y el aprendizaje. Existen modelos alternativos, como el de contar con una computadora por alumno en cada salón de clases y otorgarlo en préstamo a quienes lo requirieran ante una situación de pandemia. ¿Cuál es la mejor estrategia de incorporación de tecnología en la escuela para nuestro país?
Tercero: allí donde fueron posibles, las clases virtuales obligaron a los docentes a utilizar las tecnologías digitales, probar combinaciones diversas entre la presencialidad y la virtualidad, utilizar recursos nunca explorados, organizar reuniones de padres virtuales, experimentar nuevas modalidades de evaluación. ¿Cómo se puede sostener la inclusión de las tecnologías digitales en la enseñanza con el retorno a la presencialidad? ¿Qué políticas de formación docente inicial y continua podrían profundizar estos aprendizajes?
Cuarto: la pandemia destacó algo que ya sabíamos y es que los docentes son cruciales. En tiempos normales y más todavía en estos tiempos extraordinarios, el aprendizaje depende principalmente de la calidad de los docentes y del trabajo en equipo. Y, sin embargo, en la mayoría de las provincias los salarios, la infraestructura, los materiales didácticos, las oportunidades de crecimiento profesional, la formación continua y el tiempo sin alumnos para el trabajo con colegas son insuficientes. ¿Cómo lograr que la profesión docente cuente con condiciones de trabajo y de vida dignas de su relevancia?
Quinto: al observar el impacto de esta situación inesperada en cada escuela, confirmamos también la importancia de los directores. Tanto en el plano organizativo, como en la comunicación con las familias y particularmente en la coordinación pedagógica del equipo docente, las escuelas con directores bien preparados lograron mejores respuestas que el resto. Aún cuando se sabe que las capacidades de los directores son “una bala de plata” para la mejora del sistema educativo en su conjunto, la formación específica para este rol es casi inexistente en el país. ¿Por qué no ofrecer formación especializada profunda como condición de acceso al cargo y una vez en él?
Sexto: una consecuencia del cierre de las escuelas fue el involucramiento inédito de los padres. Las madres, abuelas, tías, hermanas mayores, niñeras, etc. más que los hombres, quedaron a cargo del cuidado y las actividades escolares de los chicos; escucharon las clases vía internet y conocieron mejor a los docentes. Surgieron organizaciones de padres a favor de la presencialidad. La educación irrumpió en los hogares como nunca y exigió un compromiso mayor por parte de las familias. ¿Cómo aprovechar este despertar? ¿Cómo propiciar una mayor participación de las familias en la educación? ¿Cómo hacer para escuchar más la voz de las familias sobre la educación que reciben sus hijos? ¿Por qué sólo quien paga tiene este derecho?
He aquí sólo algunos de los temas fundamentales sobre los cuales deberíamos reflexionar y contar con propuestas concretas para el mediano y el largo plazo. Hace una década, un estudio que conmovió la política educativa a nivel internacional afirmaba que los países que lograron mejoras sostenidas de los aprendizajes habían iniciado el proceso a partir de la concientización social sobre el estado crítico de la educación. ¿Cuánto vamos a seguir esperando a cambiar mientras los chicos terminan la primaria sin saber leer y resolver problemas básicos? ¿Vamos a ir hasta el fondo de la preocupación que se ha generado hoy en todos los sectores de la sociedad? ¿Están los gobiernos y la sociedad a la altura del desafío de ir más allá de la discusión sobre la apertura o el cierre de las puertas de la escuela?
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