¿Dinero en el bolsillo de la gente?

Muchos políticos alientan impulsar el consumo, pero no creen en el rol del mercado. Para mejorar la calidad de vida, existe la ineludible necesidad del ahorro y la inversión previa

Bodega de alimentos en Buenos Aires, para comedores sociales (EFE - Ministerio Acción Social Argentina)

Más allá del debate académico, en el último tiempo se hizo pública la discusión acerca de la conveniencia de impulsar el consumo con el objeto de reactivar las economías. Muchos gobernantes, en esta misma línea, han insistido sobre de la necesidad de “poner dinero en el bolsillo de la gente”. Esta buena intención debe ser analizada con detenimiento y preguntarse cuáles son los medios correctos y sustentables para lograr el bienestar que todos queremos.

Decir que el consumo es importante, ciertamente es una expresión de Perogrullo ya que, todas nuestras decisiones, en última instancia, están orientadas al consumo. El consumo no se limita a cosas materiales, como autos y comida, sino que también, entre otras muchas cosas, incluye servicios intangibles como el entretenimiento y el pago de seguros para obtener tranquilidad.

Decir que el consumo es importante, ciertamente es una expresión de Perogrullo ya que, todas nuestras decisiones, en última instancia, están orientadas al consumo

Tampoco está necesariamente asociado a transacciones monetarias porque, por ejemplo, se puede consumir la belleza de un atardecer o disfrutar del sonido del mar. Nótese además que, en todas las acciones, vivimos consumiendo y administrando el tiempo, el recurso escaso por excelencia. Más aún, cuando deliberadamente omitimos hacer algo, manifestamos la preferencia de asignar nuestra inversión de tiempo en otra cosa.

Se suele hacer referencia al mercado utilizando la expresión despectiva de la “sociedad de consumo” o el “consumismo” como si los que la esgrimen vivieran del aire

También, en este mismo sentido, se suele hacer referencia al mercado utilizando la expresión despectiva de la “sociedad de consumo” o el “consumismo” como si los que la esgrimen vivieran del aire.

Es por demás contradictorio que, los mismos que impulsan el fortalecimiento del consumo se refieran a las penurias de la “sociedad de consumo” dejando poco clara su posición. Sin perjuicio de ese embrollo conceptual, no perciben que el mercado es, ni más ni menos, la manifestación de la voluntad de millones de personas en intercambios libres de bienes y servicios que apuntan a mejorar mutuamente la vida. Nadie nos obliga, nadie nos hipnotiza.

El mercado es, ni más ni menos, la manifestación de la voluntad de millones de personas en intercambios libres de bienes y servicios que apuntan a mejorar mutuamente la vida

Quienes sostienen que la cooperación social y la división del trabajo es una red de engaños y abusos, nunca son proclives a aislarse y vivir en condiciones de barbarie; se limitan a hacer berrinches contra la sociedad que, según ellos, los obliga a tener un servicio prepago de salud y un perfil en la red social de internet.

De más está decir lo vergonzoso que resulta la incoherencia de autoridades influyentes que despotrican contra el mercado hablando del consumismo y se refieren al dinero como “el estiércol del diablo”. Paradójicamente, son ellos quienes más disfrutan de los hoteles cinco estrellas, los viajes en primera clase, vivir en palacios con aire acondicionado y otros beneficios del mercado abierto.

Incentivar el empleo y el ahorro

El progreso, los niveles de vida y el bienestar están justamente asociados al consumo. Pero es imprescindible entender que, para mejorar la calidad de vida, existe la ineludible necesidad del ahorro y la inversión previa.

El trabajo es el factor productivo por excelencia, es el único medio para hacerse de bienes y gozar de servicios. Por ello, para mejorar nuestra calidad de vida, es preciso aumentar nuestra capacidad productiva. Pero solo se podrá mejorar la productividad a través de las inversiones de capital que aumentan el rendimiento de nuestro trabajo.

El trabajo es el factor productivo por excelencia, es el único medio para hacerse de bienes y gozar de servicios

Si simplificamos al estilo Frédéric Bastiat estos conceptos, se ilustra el punto más claramente: Supongamos que dos personas, luego de un naufragio en el que han perdido el barco y todas sus pertenencias, quedan recluidos e incomunicados en una isla. A partir de su situación crítica y no teniendo más que sus manos, la ropa puesta y su ingenio, empiezan a establecer prioridades para administrar los esfuerzos tendientes a sobrevivir.

Primero, lógicamente, deciden ir por comida y empiezan a buscar y recolectar raíces, insectos y a subirse a palmeras para desprender y bajar cocos con sus manos desnudas. Para poder abrir los cocos y comer su contenido, también destinan tiempo y trabajo adicional arrojándolos insistentemente contra unas piedras. El proceso de recolección y alimentación les requiere una jornada completa, sin embargo, les alcanza para comer lo que necesitan cada día.

Luego de varias jornadas de repetir este proceso, se dan cuenta de que nunca mejorarán su condición viviendo al día y deciden ahorrar un tercio de la comida diaria. Al cabo de tres días de proceder en consecuencia, uno de ellos se alegró porque, debido a ese ahorro, podrían descansar un día completo sin necesidad de buscar comida. El otro náufrago, que era más inteligente, le hizo entender que no estaban dadas las condiciones para tomar vacaciones y que era un despropósito haber hecho el esfuerzo del ahorro para invertirlo en un descanso. Luego de una breve discusión, acuerdan invertir los víveres ahorrados en el armado de una red de pesca hecho con cortaderas silvestres y darle filo a una piedra haciendo largas fricciones contra las rocas.

Es el ahorro el que, a su turno, abre la posibilidad de disfrutar del consumo de mayor cantidad de bienes y servicios, más variados y más sofisticados

Ese ahorro en raciones de vituallas posibilitó la inversión de capital que representa la red y la piedra cortante. Ahora, además de poder cortar y abrir los cocos en menor tiempo, pueden empezar a pescar, cosa que antes era imposible. Esto implicó una mejora en el nivel de vida de los dos náufragos y, como la productividad era mayor y no necesitaban dedicar el día entero a los alimentos, todas las jornadas disponían de tiempo para dedicarlo a la construcción de un refugio y así cubrirse de las inclemencias del tiempo.

Cuando los náufragos se plantearon desafíos mayores como construir una embarcación o convertir el simple refugio en una choza, volvieron a establecer criterios de ahorro para invertir en cosas que antes resultaban imposible siquiera considerarlas como una posibilidad.

Subrayar la importancia del ahorro no apunta a valorarlo en sí mismo como la concepción mercantilista de siglos pasados sino, como queda dicho, se destaca el ahorro como base de la inversión. Es el ahorro el que, a su turno, abre la posibilidad de disfrutar del consumo de mayor cantidad de bienes y servicios, más variados y más sofisticados.

Concepto fallido

Pretender consumir sin ahorrar nos estanca en el mismo status productivo y, cuanto más delicada la situación, más decisivo es el ahorro y la moderación del consumo presente. En la era moderna de bancos centrales e intervencionismo estatal, fomentar el consumo, lleva indefectiblemente a consumir capital y bajar la productividad debido al endeudamiento público, la suba de impuestos y la emisión monetaria. Si naufragar es una desgracia, mucho peor es naufragar en compañía de un keynesiano porque, en vez de ser prudente y enfocarse en el ahorro, va a insistir en la idea de comerse todas las latas de atún que se rescataron milagrosamente del naufragio argumentando que “en el largo plazo estamos todos muertos.”

La teoría keynesiana y su desprecio por el ahorro, ha hecho estragos en las academias y su consiguiente adopción política. Con la aniquilación del ahorro privado, el Estado nacionaliza el crédito y la inversión (Reuters)

La teoría keynesiana y su desprecio por el ahorro, ha hecho estragos en las academias y su consiguiente adopción política. Con la aniquilación del ahorro privado, el Estado nacionaliza el crédito y la inversión y se abre el camino libre del dirigismo para la fiesta del gasto público y el déficit fiscal.

Poner dinero en el bolsillo de la gente no siempre quiere decir enriquecerla. En el caso que proponen los gobernantes, en vez de devolverle a la gente el fruto de su trabajo extraído vía impuestos, quitar las regulaciones y terminar con la estafa inflacionaria; toman el camino del clientelismo y del gasto financiándolo con inflación, impuestos y endeudamiento público. Es un camino efectivo para el político que vive del trabajo ajeno pero un camino seguro hacia la miseria para el resto de la sociedad.

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