Han destruido tanto la educación que es una obligación moral buscar algún rayo de luz que nos saque de semejante oscuridad. Alguien que nos sirva de guía para salir de tanto tóxico que han inoculado ministros de cuarta categoría y un grupito de sindicalistas que defienden más sus privilegios que los derechos de los docentes.
Es muy triste ver lo que pasa con tanto adoctrinamiento y paros por cualquier cosa contra los gobiernos con los que no coinciden los Baradel de la vida. Precisamente, hay una vida que es aire puro y que vale la pena recuperar para evitar tanta asfixia a la que someten a alumnos y padres.
Es la vida de esa gigante mujer llamada Rosario Vera Peñaloza, que murió un día como hoy, hace 71 años, cuando recién había cumplido los 77.
Hoy es el día de las maestras y de los jardines en homenaje a ella que, en el 1.900, fundó el primer jardín de infantes como anexo a la Escuela Normal de La Rioja.
No es ninguna novedad que nuestros mejores años fueron los mejores años de la educación argentina. Tenemos 5 premios Nobel, tres de ellos en ciencias, disciplina en la que Brasil, por ejemplo, no tiene ninguno.
Fuimos ejemplo en el mundo. Cuando los maestros y los profesores empezaron a perder prestigio social, o el respeto de los gobernantes, o fueron manipulados por dirigentes sindicales sin escrúpulos, la Argentina se vino a pique.
Hay que reconstruir ese país donde un joven tenga más posibilidades de estar en clases o en el trabajo que robando o en la cárcel. Ya en su época, Sarmiento decía que si no se educa a la gente por una razón de estricta justicia, por lo menos, se la debería educar por miedo. Es casi un teorema: lo que se dilapida en educación se multiplica en inseguridad.
Y en educación, tenemos que venerar una leyenda. Hablo de Rosario Vera Peñaloza. Si Sarmiento fue el padre del Aula, ella fue la madre. Vale la pena conocer la vida, el pensamiento y la obra de Rosario Vera Peñaloza porque tengo la sensación de que muchos jóvenes no la conocen y que muchos grandes saben poco y nada de ella.
Y un país que quiere refundarse en la libertad y la igualdad no puede darse el lujo de olvidar a una mujer de semejante luminosidad. Rosarito, como si fuese un regalo del árbol, nació en la Navidad de 1873 en Atiles, un pueblito perdido en el corazón de La Rioja.
Era bisnieta de Nicolás Peñaloza, abuelo del caudillo Ángel Vicente Peñaloza, conocido popularmente como “El Chacho”. Cuando ella tenía diez años, con un par de meses de diferencia, fallecieron sus padres.
Criolla hasta en los suspiros, Rosarito, como si tuviese un mandato superior hizo la primaria en San Juan, la patria chica de Sarmiento. A sus 15 años, muere Sarmiento y ella siente en el pecho un dolor muy profundo y una suerte de llamado para continuar su camino.
Rosarito fue perseguida por los retrógrados y oscurantistas de siempre. Todo porque ella no se dejaba domesticar por la educación ortodoxa, cerrada, vacía de contenido humanista y social.
Escribió 25 libros, en su mayoría inéditos. Militaba con su palabra pero más con la acción: hacía mucho y hablaba poco. Fue incansable fundadora de museos y jardines de infantes en todo el país.
Ocupó 22 cargos públicos. Fue maestra en muchas provincias. Hizo del país un aula. Se había recibido en la escuela Normal de La Rioja que habían fundado unos meses antes dos de las maestras que Sarmiento había traído de los Estados Unidos.
El tiempo le puso anteojitos tipo John Lennon para ayudar a sus ojos cansados. Era austera, pequeña, calladita, franciscana en sus formas y en el fondo. Por suerte, hay cientos de escuelas que llevan su nombre.
Rosarito debe ser una de las banderas necesarias para salir del fracaso educativo actual. El boletín de calificaciones de la educación argentina es un verdadero desastre.
Está lleno de aplazos que demuestran lo insuficiente del instrumento más importante para lograr una sociedad igualitaria. Supimos ser vanguardia educativa, ejemplo en el mundo y hoy somos retaguardia, ejemplo de lo que no se debe hacer.
Ahora discutimos esa locura de educación presencial o remota. En realidad, son muy pocos los pibes que han accedido a una computadora y a todas las horas que corresponde para aprender en serio. Esto puede ser consecuencia de la pandemia.
Pero antes del virus, ya teníamos otras enfermedades en los aprendizajes. Tenemos el calendario escolar para chicos que van a escuelas estatales más corto del planeta. ¿Escuchó bien? Nuestros hijos son los que menos días y horas de clase tienen.
Los que padecen feriados extra large o ausentismo feroz entre docentes y también entre alumnos y huelgas que baten todos los récords. No existen antecedentes de gremios docentes que hagan tantos días de paros.
La pequeña gigante de Vera Peñaloza, en su testamento aseguró que carecía de herederos forzosos y de bienes “que no sean las cosas insignificantes de mi uso personal y mi obra intelectual”.
Esos escritos trascendentes quedaron en manos de su hija espiritual, Martha Alcira Salotti, quien se encargó de editarlos. Dos sillones hamacas que le habían obsequiado los donó al Museo Histórico de La Rioja y, finalmente, su deseo póstumo fue que sus honores fúnebres, “fueran modestos”.
Hizo del aula un altar y de ese altar un país. Se ganó el título de “Maestra de la Patria” a fuerza de entregarlo todo hasta que duela, como pedía la madre Teresa. Entregó hasta los momentos más importantes de su vida personal sin pedir nada a cambio.
Escribió su credo patriótico que bien podría estar colgado en todas las escuelas. ¿Lo conoce? Escuche el decálogo patriótico de Rosario Vera Peñaloza que vale la pena:
1) Amar a la patria más que a sí mismo.
2) No jurar en su santo nombre falsamente.
3) Conmemorar sus glorias.
4) Honrar a la madre patria en todos los actos de la vida.
5) No matar el sentimiento patrio con la indiferencia cívica o la tolerancia indebida.
6) No realizar acto alguno que mengue la propia dignidad. Quien se dignifica a sí mismo, dignifica a la patria.
7) Escuche, por favor… Cuidar los bienes del estado más que de los propios.¿Escuchó? Se lo repito. Es para que se les grabe en la mente a todos los funcionarios públicos. Cuidar de los bienes del estado más que de los propios.
8) Buscar y practicar siempre la verdad.
9) No desear jamás tener otra nacionalidad.
10) No ambicionar los derechos de las demás naciones ni mucho menos pretender su dominio y dar a la Argentina capacidad para no ser superada ni vencida.
¿Vio lo que le dije? Rosarito era de la madera noble de la que deben estar hechas todas las maestras. Una viga maestra de nuestra identidad.
En 1950, hoy hace 71 años, en Chamical, mientras estaba ejerciendo como maestra de maestras, se alejó del grupo de docentes a quienes les estaba dictando un curso y se dejó morir sobre una piedra de esa tierra que tanto amaba.
Fue una patriota, una heroína civil que le ganó mil batallas a la ignorancia. Sin embargo está olvidada como tantas otras cosas buenas que dio este bendito suelo nacional que seguirá siendo bendito si recuerda y honra a sus maestros. A los que sembraron de neuronas e hicieron más fértil la mente de nuestros hijos.
Argentina seguirá siendo bendita si valora su cultura y a sus anónimos guerreros de la palabra y la inteligencia. Le recuerdo una vez más y no me canso, la frase de José de San Martín: “No hay ejército más poderoso para defender nuestra soberanía que la educación”. Y es una verdad grande como una Nación que se confirma todos los días.
Por suerte, para combatir el olvido Félix Luna y don Ariel Ramírez pusieron a Rosario Vera Peñaloza en boca de todos. La hicieron letra y música. La convirtieron en una bandera y un himno.
Se admiraron de todos los hijos que tenía Rosarito, de esos millones de argentinitos vestidos como de nieve, en una ronda de blancos delantales, frente al misterio del pizarrón.
* Editorial de Alfredo Leuco del 28 de mayo en “Le doy mi palabra”, radio Mitre
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