Una crisis es una situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o proceso. Tiene elementos incomprensibles, como la incertidumbre, el orden y el desorden, lo previsible e imprevisible, la sorpresa y la falta de información. Todos ellos se cruzan en difusos límites junto a una sensación de pérdida de control.
El coronavirus afectó la vida de todos y dejó amigos y conocidos en el camino. Desató una severa crisis a nivel mundial, regional y nacional que pone a prueba diariamente a líderes y especialistas de todos los campos, en particular, a aquellos del área salud, para encontrar lo antes posible las mejores soluciones ante una sociedad que aguarda expectante y preocupada.
Pero las crisis también pueden motivar a la reflexión y el aprendizaje, a fin de mejorar la toma de decisiones, continuar un duro sendero y estar mejor preparados en todos los ámbitos ante eventos futuros de cualquier naturaleza. ¿Qué cosas se podrían haber preparado e implementado mejor?, ¿cómo concebir una buena estrategia y para qué?, ¿cómo mejorar el trabajo integrado y previsor?, ¿con qué medios y capacidades se podrían contar en forma inmediata?, ¿cómo generar recursos con valor agregado?, ¿de qué manera se puede usar mejor lo que se dispone? En fin, hay un sinnúmero de preguntas que se podría hacer para entender el pasado inmediato y prepararse mejor para el mañana.
Los problemas actuales son globales, complejos, polifacéticos e inéditos. Exigen actuar rápido y en forma eficiente porque las sociedades demandan respuestas casi inmediatas, aún cuando no se posea la cantidad y calidad de los medios necesarios para hacerlo.
Los tiempos de crisis pueden determinar cambios significativos en organizaciones y sociedades enteras. El mundo requiere, en todos los ámbitos, novedosas formas de liderazgo que, respaldadas por estructuras y procesos de gestión adecuados, desarrollen estrategias, campañas y operaciones exitosas. Disponer de una actitud positiva y proactiva en todos los niveles de decisión es inicialmente esencial para transmitir calma, prudencia y por qué no, fortaleza. Lo que se haga en este sentido es importante para generar actitudes y conductas imitables.
En estrategia se debe aprender a pensar con una lógica diferente. El mundo se encuentra en un punto de inflexión, caracterizado por acelerados cambios tecnológicos, sociales y políticos que generan complejas interacciones. La supremacía del campo informativo le agrega dificultad a la toma de decisiones. El estratega se debe adaptar en forma permanente a estos nuevos entornos, lo cual facilitará identificar objetivos y fijar líneas de acción claras, priorizar y asignar mejor recursos nunca suficientes, hacer un seguimiento permanente y comunicar en forma adecuada.
En general, las soluciones a los probables escenarios a enfrentar poseen dos dimensiones. Una de tipo inmediato asociada a las posibles contingencias del más corto plazo; y otra, que demanda la concepción y diseño de previsiones sólidas y duraderas. Ambas se conectan estrechamente. Para la primera, se responde con lo que se dispone en el momento. Para la segunda, se necesita la programación y el desarrollo de sólidas herramientas en el más largo plazo.
En estrategia no existen soluciones mágicas ni remedios universales inmediatos. Lo que se usó en otras geografías es seguramente muy útil y debe ser tenido en cuenta, pero se circunscribe a precisas circunstancias de tiempo y lugar. Porque los escenarios son únicos e irrepetibles y las decisiones para enfrentarlos deben adaptarse a las condiciones particulares.
Los riesgos se pueden reducir pero nunca desaparecen. Las fallas de previsión aumentan costos y repotencian o generan nuevos riesgos. Su cálculo permite, además de minimizarlos, disponer de mejor información, armonizar los medios disponibles y prever capacidades equilibradas para responder mejor.
En estrategia es habitual que se deba elegir entre imperativos contradictorios. Concebir una estrategia amplia y general en los máximos niveles organizacionales ayuda a encontrar soluciones, priorizar objetivos y ordenar medios, estructuras y procesos. Favorece la capacidad de respuesta y contribuye a generar espacios de actuación positivos, facilitando la interacción en todos los ámbitos y promoviendo una mejor gestión. Pero se debe recordar que no existe la estrategia perfecta o, incluso, el plan perfecto. Pensar lo contrario es desconocer la naturaleza misma de la estrategia y la existencia de otros actores.
En tiempos normales es menester elaborar e implementar también estrategias derivadas, que generen capacidades en un triple rol, es decir, de prevención, contención y respuesta. Ellas pueden ser acompañadas por el desarrollo de eventuales reservas a aplicar cuando se las necesite. La sustentabilidad de estas estrategias es proporcional al desarrollo de capacidades. Por esta razón, no deben estar sujetas a marchas y contramarchas que afectan a toda la cadena estratégica.
Cuando hay una crisis, se ponen en evidencia las debilidades y fortalezas de las organizaciones y estructuras decisionales. Ello facilita identificar las áreas, procesos y mecanismos de coordinación plausibles de mejora. Las crisis pueden acelerar cambios que anteriormente se avizoraban más o menos pausados. La respuesta inmediata en estos casos apela a reducir, lo más pronto posible, la brecha entre lo planificado y el escenario a enfrentar, tener versatilidad en los sistemas y dosificar capacidades disponibles.
Las estrategias para ser creíbles requieren de medios que las respalden y voluntad para ejecutarlas. Los enredados problemas del siglo XXI demandan una sostenida inversión para generar recursos humanos, materiales, científicos y técnicos de calidad y suficientes en aptitud de dar una respuesta más o menos inmediata. Ellos no constituyen un gasto sino una inversión. Contar con sistemas de gestión del talento y del conocimiento respalda la generación de valor y además facilita disponer de personas capaces de enfrentar cualquier desafío.
Ante este tipo de ambientes inciertos, cobran especial importancia los sistemas basados en la tecnología de la información. Su real utilidad deriva de la calidad informativa y de la estrategia seleccionada. Si la estrategia es acertada, el sistema oficiará como factor multiplicador positivo, pero si es errónea será de muy poca utilidad o contraproducente.
Obtener libertad de acción es la clave en cualquier estrategia. Cuanto más grande sea, menor será la dependencia de otros actores. En el mundo actual, nadie puede ser totalmente autosuficiente en ningún ámbito y espacio. La aparición de escenarios competitivos y cooperativos será la norma y se debe estar preparado. Identificar intereses comunes constituye un acto de voluntad, un arte y una ciencia. Promueve el logro de consensos y acuerdos de largo plazo que, en definitiva, apuntan a obtener los fines buscados. El desarrollo de estrategias cooperativas que evadan en forma inteligente la eventual generación de dependencias claves es un activo esencial en cualquier estrategia.
En un mundo globalizado, se presentan nuevos desafíos multidisciplinarios para las organizaciones e instituciones. Sistematizar el trabajo interagencial, a partir de la construcción de metodologías y procedimientos comunes de colaboración y coordinación, es la forma de lograr mejorar procesos y resultados. Las culturas organizacionales particulares deben propender al trabajo integrado. No se trata de evitar diferentes perspectivas y visiones, de por sí muy saludables, sino de lograr una mejor interacción, coordinación e integración. Caso contrario no existirá la sinergia deseada cuando se la necesita.
A la hora de enfrentar una crisis prolongada, se pone a prueba la capacidad de resiliencia de los grupos humanos. Disponer de aptitudes para remontar procesos y resultados adversos y restablecer el funcionamiento de los sistemas a condiciones aceptables, es prioritario.
Las crisis empiezan pero también finalizan. Y para cuando ello ocurra, hay que estar preparados. Ello supone, además de tener una estrategia de salida que implique un mejor estado favorable a los propios intereses, anticipar un cambio de escenario, reorganizarse y poner en marcha nuevos roles, gestiones y procesos.
Adaptarse a los cambios sin olvidar los valores que indicaron nuestros próceres ayuda a tener los mejores resultados en función del bien común.
Los jóvenes líderes del presente siglo necesitan prepararse con una gran vocación de servicio e inteligencia para actuar exitosamente en escenarios complejos, ambiguos y poco confortables. Más allá de los conocimientos y experiencias que vayan adquiriendo, es menester cultivar las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, para oficiar como personas plenas y verdaderos pilotos de tormenta.
Mantiene entonces siempre vigencia, para los hombres y mujeres de la Patria, la frase del General José de San Martín: “Para los hombres de coraje se han hecho las empresas”.
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