El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo que el Gobierno “quizá” cometió “un error” al anunciar una cantidad de vacunas que después no logró obtener. Concretamente, según publicó este medio, afirmó: “Quizá, fue un error que debamos asumir, confiar en que la producción se iba a dar en tiempo y forma como estaba en los contratos. Se subestimó el cuello de botella y la potencia de los países que tienen las plantas de producción en sus mismos países”.
Fue un reconocimiento bastante tibio, pero reconocimiento al fin. Después de acumular más de 13 años de Gobierno kirchnerista sin autocrítica, que un funcionario admita una equivocación, aunque de manera tímida, es meritorio. Claro que el adverbio “quizá” no fue utilizado por casualidad, sino que indica que hay una cuota parte de responsabilidad de los países productores de vacunas, de los empresarios, del capitalismo, del neoliberalismo, del liberalismo y de todos los enemigos que un régimen populista como el que tenemos actualmente en Argentina se inventa.
El oficialismo entiende, de cierta manera, que el mundo conspira contra ellos, mientras intentan salvar a la humanidad con recetas que ya han sido implementadas “n” cantidad de veces en los países populistas sin avances económicos y sociales en el largo plazo. Es que sostienen que el culpable de impedir ese crecimiento siempre es otro, nunca las medidas obsoletas.
Ahí seguramente radica una de las principales diferencias que tenemos con el kirchnerismo: Mauricio Macri realizó una fuerte autocrítica luego de apenas 4 años de Gobierno, lo que da la pauta de las medidas que no se tomarán nuevamente en caso de volver al Poder Ejecutivo. En cambio, si desde el 2003 a la fecha el kirchnerismo no realizó ningún mea culpa, claramente los errores no sólo en la vacunación, sino también en la política monetaria, económica y social, van a continuar.
Una prueba clara de ello es la prohibición para exportar carne. El Gobierno cree (o quiere creer) que el máximo culpable por el aumento de los precios en el mercado interno es el empresario: entonces cierra el mercado externo. En lugar de incentivar la creación de riqueza, la reduce, porque estas medidas generan que frigoríficos y productores bajen las persianas, y, por lo tanto, la oferta sea menor, lo que llevará a un aumento de precios. Es tapa de cualquier libro de economía, pero el Gobierno prefiere disfrazar ese argumento vistiendo al empresario con el traje de villano que cierra una fábrica y deja a cientos de trabajadores sin empleo. Ese es el plan macabro del populismo.
Y lo mismo está ocurriendo con la pandemia. El Gobierno no sólo subestimó la fabricación de vacunas, como reconoce Cafiero -a medias-, sino que subestimó al propio COVID-19 desde que comenzó la pandemia. No se elaboró un plan de acción que brindara certidumbre a la población en su conjunto y a las pymes, monotributistas y autónomos, que al día de hoy siguen con el agua al cuello, intentando pagar impuestos de los que nunca fueron eximidos, pese a que los obligaron a dejar de trabajar durante meses.
En todo el tiempo que llevamos de cierre intermitente de la actividad económica y social no se han implementado testeos masivos ni se ha realizado una trazabilidad adecuada. Solo la Ciudad de Buenos Aires aumentó la cantidad de testeos, exhibiendo una clara diferencia entre lo que ha sido la planificación de una gestión y la improvisación de otra.
Además, el gobierno tuvo la oportunidad de acordar con Pfizer, que nos garantizaba cierta cantidad de vacunas, pero aparentemente había “exigencias difíciles de cumplir”. De ser así, nadie de Nación salió a explicarlo oficialmente. Hubiera sido atinado conocer las razones, porque no creo que Canadá, España, Uruguay, Brasil o Chile sean ingenuos y arriesguen a su población. ¿O piensan en el gobierno que nosotros somos los vivos porque aplicamos (aunque muy lentamente) la vacuna rusa?
Entonces, ante la falta de estrategia, plan, cronograma de trabajo y comunicación clara, la única solución que encuentra el Gobierno nacional, a un mes y dos meses de la pandemia, sigue siendo el confinamiento, bajo el argumento de que la gente no cumple con las medidas de prevención y los gobiernos provinciales y municipales no controlan lo suficiente.
No me corresponde defender a ningún gobierno local y menos al de Santa Fe, cuyos mensajes son alarmantemente confusos, pero es clara la intención de Nación de deslindarse de toda de responsabilidad en la gestión de esta pandemia. De hecho, el propio Presidente dijo que advirtió que esta segunda ola se acercaba y no fue escuchado. Una vez más: siempre la responsabilidad radica en otro, nunca en la autoridad de un Presidente populista, a quien le sobra soberbia, pero carece de autocrítica y, en este caso, también de autoridad.