La Ciudad de Buenos Aires y el Estado Nacional: una historia de luchas y desconfianza

Los conflictos de poderes y competencias entre los Estados parte en una federación son connaturales al propio sistema. La emergencia sanitaria brinda argumentos para profundizar el centralismo presidencialista y ese avance nos deja ante el dilema de cómo volver al equilibrio

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La necesidad de escribir esta breve columna surgió al ver los sucesos de hace unos sábados atrás donde cientos de vehículos, cientos de ciudadanos, fueron detenidos por varias horas en el ingreso a Acceso Norte por el control establecido por las autoridades de la Provincia de Buenos Aires. En este tiempo donde la pandemia cambió nuestras vidas cotidianas, donde convivimos con la incertidumbre, el miedo y donde el dolor es la regla, ¿cabe sumar a ello los conflictos y las luchas de nuestras autoridades nacionales y locales? La respuesta es no.

El deber de los líderes es brindar seguridad, tranquilidad y esperanza al pueblo. Recuerdo en este momento a Winston Churchill que, cuando se encontró en las puertas a la Segunda Guerra Mundial, ofreció a los británicos sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor con la esperanza de la victoria, frase que en estos días escucho en los medios de comunicación, ¿acaso hoy no necesitamos lo mismo? El liderazgo más fuerte es aquel que se lleva adelante con el ejemplo personal.

En tiempos de crisis es necesario, es imperioso, decir la verdad sin tapujos aun cuando sea cruel. El sacrificio y el dolor que debamos enfrentar será sobrellevado con la propuesta de un camino de salida y la esperanza del éxito. Viene a mi mente al escribir este párrafo una frase de José de San Martín: “Mi nombre es lo bastante célebre para que yo lo manche con una infracción a mis promesas”, en estas pocas palabras el Libertador a mi entender define la esencia de la legitimidad del mando.

Los conflictos de poderes y competencias entre los Estados parte en una federación son connaturales al propio sistema. Las soluciones a las tensiones referidas, en el caso que las herramientas políticas no las resuelvan, será el Poder Judicial Federal quien la dirima jurídicamente. Debemos entender que lo descrito precedentemente es propio de nuestro modelo de Estado, del sistema de gobierno y de la cultura política.

Nuestro modelo estadual y gubernativo encuentra que su diseño se contextualiza en nuestra cultura. Por ello, entiendo que los rasgos autocráticos perviven en nuestra república y en nuestro federalismo. El centralismo presidencialista, elemento disruptivo y condicionante, moldea a nuestra república y a nuestro federalismo a partir de la preponderancia del PEN sobre los Estados parte y sobre los otros Poderes del Estado. La emergencia brinda argumentos para profundizar el centralismo presidencialista, dicho avance nos deja ante el dilema de cómo volver al equilibrio.

Recordemos que Buenos Aires se convirtió en capital virreinal en 1776, se le reconoció así su importancia como punto geopolítico y su puerto fue la llave principal de ingreso y egreso al virreinato y luego a la república. Los Borbones recién llegados al trono español, luego de la guerra de sucesión, plantean un modelo fisiócrata dejando de lado al viejo mercantilismo español. Nuestra capital portuaria pronto comenzó a rivalizar con la Lima virreinal más que con la metrópoli peninsular. Zorraquín Becú manifestó que Buenos Aires más que revelarse a España se reveló a Lima en los sucesos de mayo de 1810.

La lucha entre Buenos Aires y las ciudades del resto del país se dio desde el comienzo. Puede observarse ello ya en etapa temprana, en tiempos de las invasiones inglesas como el Cabildo de Buenos Aires depuso al Virrey Sobremonte y designó a Liniers en su reemplazo. El mismo proceso de mayo de 1810 donde Buenos Aires delineaba el futuro de estas tierras sin consultar a los demás pueblos del virreinato.

La ciudad puerto, Buenos Aires, mantuvo su hegemonía hasta 1820. Vencidas las fuerzas del directorio, porteñas, por López y Ramírez en la batalla de Cepeda en febrero de ese año hizo que todas las provinciales fuesen soberanas, Buenos Aires fue una más. Nuestra guerra civil que en sentido formal podríamos afirmar que se extendió entre 1820 y 1852 con la batalla de Caseros, o sumar casi una década más pensando que con la integración de Buenos Aires en 1860 se pone fin a las divisiones internas. Comprendo que es necesario en nuestro diagnóstico extendernos más temporalmente hasta 1880 cuando la Ciudad de Buenos Aires es constituida como capital de la República Argentina.

Esta reflexión nos muestra que nuestra guerra civil se extendió por casi 60 años, muchas de las tensiones que no fueron salvadas con ella continúan acompañándonos hasta nuestros días. El tramo final de nuestro conflicto interno decimonónico tiene varias paradojas, la primera a mi entender es que uno de los enfrentamientos que define el final de ella es entre dos caudillos federales, Rosas y Urquiza, no entre un unitario y un federal; la segunda es que, al momento de la incorporación de Buenos Aires, si bien la victoria es de los federales, Urquiza, la política va a ser establecida por los unitarios. Uno de los síntomas de ello es nuestra vida pendular que se expresan en los modelos de país que proponen las diferentes administraciones.

Entiendo que unas de las máximas que debemos abandonar, al comenzar a reflexionar sobre el tema que les propongo en esta ocasión, es que nuestro país se constituyó en una federación en el sentido clásico de la palabra. Comprendo, siguiendo en pensamiento alberdiano expuesto en la obra El Sistema Rentístico, que hemos compuestos una Unidad Federativa; un país de carácter unitario con rasgos federales.

En estas semanas nos encontramos frente a nuevas tensiones entre el Estado Federal y la Ciudad de Buenos Aires, que a diferencia de tiempos pasados hoy es autónoma. La Corte intervino dirimiendo el conflicto entre las partes mencionadas a partir de las medidas adoptadas por el PEN donde ampliaba restricciones sanitarias ante el desarrollo de la pandemia. Donde el conflicto político se judicializó, en su lugar entiendo que era necesario el diálogo y el acuerdo. Hoy ese escenario cambió, en pocos días, las nuevas cifras que nos brinda el COVID-19 obligaron a los gobiernos federal y locales a coordinar tareas y medidas.

Entiendo que la realidad nos exige analizar algunas cuestiones. Luego de un año de pandemia ¿podemos seguir hablando de emergencia o de sorpresa? ¿La situación actual no era previsible? ¿Apelamos a todas las herramientas que disponemos para prepararnos? La historia nos muestra que los ciclos semejantes tienen desarrollos comunes, las pandemias tienen características comunes en sus desarrollos.

Por lo expuesto, me cuesta pensar, que no sea posible desarrollar un plan donde en lugar de esperar el día a día sepamos que frente a determinadas variables de una crisis podamos anticipar y conocer las medidas. Es necesario brindar certezas a la incertidumbre, es cierto que una tempestad es difícil de controlar pero se puede a través de un plan lograr la tranquilidad para enfrentar el vendaval. Las crisis no pueden prolongarse en el tiempo, lo que puede prolongarse son las situaciones críticas. Como seres humanos buscamos certezas para poder construir nuestro futuro, poder planificarlo, las incertidumbres las toleramos por poco tiempo. La historia nos muestra en este sentido que en muchas ocasiones de crisis o críticas un liderazgo adecuado brindó esperanzas donde poco había de ellas, logrando superar la adversidad.

Es preocupante escuchar las intenciones del PEN de buscar la sanción de un proyecto de ley que le otorgue “superpoderes” avasallando poderes propios de los gobiernos locales y derechos individuales bajo el fundamento de la necesidad de afrontar la pandemia. No debe entenderse que la sanción de una ley por una mayoría legislativa salva vicios de inconstitucionalidad, es pensar que un plebiscito puede modificar la constitución nacional o fundar apartarse de ella. Es necesario respetar y acatar la ley que es lo que nos iguala como ciudadanos y nos brinda garantías.

Nunca olvidemos la necesidad del diálogo y del acuerdo político para afrontar las dificultades, lo que nos permitirá la paz y la concordia que tanto necesitamos para vivir.

(*) El autor es abogado y profesor titular ordinario de Historia del Derecho e Historia Constitucional en la Universidad del Salvador (USAL)

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