Perspectivas del conflicto entre Estados Unidos y China

El gigante asiático se asemeja en parte al viejo Imperio Británico, en cuanto a su agresividad comercial y financiera. Por su parte, Washington todavía debe definir cuáles serán las sus estrategias en geopolítica, economía y tecnología

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Banderas de China y Estados
Banderas de China y Estados Unidos

Luego de la Segunda Guerra Mundial comenzó la competencia global entre Estados Unidos y la Unión Soviética, período conocido como la “Guerra Fría”. Es apropiado recordar ahora cuáles fueron las concepciones estratégicas elaboradas por ambos bloques para conducirla. Por parte de EEUU fue el funcionario diplomático George F. Kennan su mayor impulsor; propuesta que fue denominada el “telegrama largo” (1946), porque ese largo texto lo envió a Washington desde Moscú. Consideraba Kennan que el poder soviético era “impermeable a la lógica de la razón, pero muy sensible a la lógica de la fuerza”, porque en aquella etapa, Stalin estaba convencido de ganar la cruzada ideológica “eterna” contra el capitalismo, para lo cual utilizaría a todos los adeptos marxistas en todo el mundo como aliados para combatir a los EEUU y a Occidente en general. Consideraba Kennan, con una extraordinaria visión del largo plazo, que el natural patriotismo del pueblo ruso, no estaba totalmente alineado con la jerarquía soviética (recordar las matanzas de Stalin) y que era profundamente religioso, incompatible con su propuesta atea. Mediante la política del terror, la opinión pública interna estaba cancelada por el régimen, en nombre de una supuesta “eficiencia” económica del marxismo.

Solo el General De Gaulle distinguía, en aquellas épocas, entre rusos y soviéticos (marxistas), lo cual a la larga se demostró, primero, por el profundo cisma comunista chino-ruso (década de 1950), y por las tensiones nacionalistas internas, expresadas materialmente al momento de su estallido, con el renacimiento nacional de las repúblicas que componían la Unión Soviética. Para Kennan esas eran algunas de las debilidades de la Unión Soviética que le traerían rupturas internas con el pasar del tiempo, para lo cual había que enfrentarla con posiciones ideológicas opuestas y tener paciencia estratégica para esperar su debilitamiento e implosión. Casualmente este año 2021 se cumplen dos aniversarios, el 75º de la redacción del Telegrama Largo y el 30º de la disolución de la Unión Soviética.

En resumen, para Kennan había tres debilidades estratégicas de la Unión Soviética; militarmente eran inferiores a un Occidente unido; el sistema soviético estaba compuesto por demasiados pueblos con culturas dispares y hasta opuestas; y que su propaganda era principalmente negativa y destructiva, alentando una utopía demasiado alejada de las realidades humanas. Kennan proponía una “política de contención”, difundiendo las bondades del modo de vida occidental, sus principios y valores, promoviendo una fe positiva a más corto plazo, con ascenso social progresivo; además se debía confrontar a la Unión Soviética prudentemente en todos los terrenos necesarios, militares, tecnológicos, culturales y otros. La confrontación total stalinista devino luego en la “coexistencia pacífica” que beneficiaba la instalación de zonas de influencia, pre-acordadas en su mayoría entre las dos superpotencias, con algunas zonas grises en conflicto.

Obviamente la actual competencia por el liderazgo mundial entre EEUU y China, no podría repetir las mismas concepciones estratégicas de antaño, porque es evidente que China no es la Unión Soviética, ni el EEUU actual está en la misma posición que el antiguo ganador de la Segunda Guerra Mundial. China se encuentra en una fase expansiva de su imperio, luego de más de una década de crecimiento sostenido y no habiendo sido tan afectada por la pandemia del Covid 19, surgida de su territorio. China se asemeja en parte al viejo Imperio Británico, en cuanto a su agresividad comercial y financiera, y aunque su objetivo es que dependan de ella, no lo exterioriza en aquellos antiguos modos coloniales (ocupación territorial y política) alejados del contexto actual, pero sí lo manifiesta en su intención de “ocupar” zonas o sectores (logística, energía, alimentos) extranjeros, que sean de su interés estratégico, instalando empresas con personal propio. También en los últimos años ha iniciado una carrera armamentística, que no ha pasado desapercibida por los principales actores estratégicos y principalmente, con gran preocupación, por sus vecinos de Asia.

Su camino hacia mayores escalas de poder global no pasa por la expansión de su ideología; sino por su paciencia, sostenida por su poder económico y financiero y por las debilidades estructurales del mundo externo. Se mantiene sólido por su asegurada retaguardia: tiene un fuerte control de la sociedad, ahora con la ayuda de la inteligencia artificial y los algoritmos; su identidad étnica (han) interna es extremadamente homogénea; el ascenso social interno ha sido una característica de las últimas décadas; el régimen tiene amplio apoyo popular, pese a ser totalmente autocrático; no tiene fisuras de índole cultural o religioso (o son mínimas); su ideología principal es el nacionalismo, en orden a retomar la importancia imperial que siempre caracterizó a su historia.

El modelo socio económico concreto chino no es demasiado exportable, debido a sus características culturales específicas, en cuanto a la prevalencia de la comunidad por sobre los intereses individuales; por ello el interés principal de China es promocionar regímenes de capitalismo de estado, con la mayor disciplina social posible, en tanto les sería más fácil desarrollar su fuerte actividad comercial y financiera con ese tipo de países.

Los desafíos globales actuales son enormes y holísticos; con concepciones y características distintas a cualquier época anterior. Hay vacilaciones tanto en EEUU como en Europa; está faltando un nuevo Kennan, que defina cuáles serán las estrategias en cuanto a la geopolítica, la economía, o la tecnología; ya sea para definir si China será tratado como un rival sistémico y definitivo, un competidor razonable o un socio aceptable.

Biden ha decidido continuar algunas concepciones instaladas por Trump, como la guerra comercial y la defensa del empleo dentro de las fronteras, así como la guerra por el predominio tecnológico, complementado con la denuncia de China por robo e infracciones reiteradas a la propiedad intelectual. Pero esto sería intrascendente si no se logra encontrar el modo de gestionar el mediano y largo plazo para enfrentar la inevitable tensión incremental en que transcurrirá la relación entre las dos superpotencias y su relación con los demás países. No está aún claro si el futuro transcurrirá en forma pacífica o cruenta; seguramente no dejará de ser peligrosa; la rivalidad será inevitable; la guerra no lo debería ser.

A China le conviene un modus vivendi sin demasiados conflictos para darse tiempo en su camino hacia la consolidación como primera potencia económica mundial; le falta aproximadamente una década, de no mediar algún cisne negro. En oposición a esa “zona de confort” china, Washington está considerando que las anteriores concesiones y entendimientos fueron aprovechadas por Beijing para sacar ventajas excesivas, manifestadas en el deterioro del nivel de vida y la pérdida de puestos de trabajo dentro de EEUU; además de mayores diferencias sociales. Por consiguiente, carecería de sentido para EEUU emprender una estrategia de contención, ya que no es previsible un colapso chino en el corto y mediano plazo. Quedaría para EEUU estudiar una fuerte estrategia de confrontación, que no habría que descartar, si logra unificar a sus aliados (Gran Bretaña lo acompañaría; Europa está en duda), pero el tema central es Rusia, un poder importante que inclinaría el fiel de la balanza. Esa era la dirección de la política de Trump. Con la alianza demócrata a cargo del gobierno de EEUU no estaría tan claro. Sin embargo, Biden intenta unificar opiniones para disminuir la grieta, por lo que todo es aún impredecible.

El poder chino tiene también sus grietas en las divisiones internas en el seno del PC China, donde Xi Jinping ha atesorado demasiado poder personal, político y militar. El pueblo chino también estaría exigiendo mayores niveles de libertades de opinión y con resistencia a controles tan rígidos, exigencias propias de todas las clases medias que progresan materialmente.

Poco puede esperarse de volver a una nueva normalidad, anterior al Covid-19. Solo estamos intentando descifrar cómo evolucionará la nueva realidad global, con menos normas aceptadas globalmente y con un orden totalmente desordenado, propio de los cambios de época.

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