Confinamiento para el problema sanitario; y para la macro, la misma receta de siempre

Gracias a la soja y a la inflación, “la foto” de algunas variables económicas parece haber mejorado. Sin embargo, “la película” es más compleja

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Martín Guzmán y Matías Kulfas
Martín Guzmán y Matías Kulfas

El mundo empieza a dividirse, desde el punto de vista sanitario, entre aquellos países que pueden aplicar la receta siglo XXI para combatir la pandemia: testeos generalizados, uso de la tecnología de la información y, sobre todo, inmunización masiva con vacunas de última generación; y aquellos países que, por ahora, sólo pueden aplicar la receta medieval contra las pestes: el confinamiento. Pero dado que las condiciones de vida actuales distan mucho, afortunadamente, de las de siglos atrás, los confinamientos sólo pueden aplicarse transitoriamente, con relativo cumplimiento, dependiendo de las características demográficas y socioeconómicas de la población y, por lo tanto, con relativo éxito.

Esta división también se trasladó a las medidas de política económica instrumentadas para convivir con las consecuencias temporarias de la pandemia. Los países con margen fiscal y/o capacidad de endeudamiento y moneda propia demandada pudieron expandir su gasto público, o reducir impuestos, para compensar, parcialmente, a empresas y familias. A medida que vacunaron y empezaron a liberar actividades, algunos fueron reduciendo la magnitud de su ayuda y otros, principalmente Estados Unidos, pero por otras razones, mantuvieron el impulso original. Esto es tema para otra nota, pero no está claro que la mayor expansión del gasto que propone la administración Biden financiada con más impuestos y más deuda, pese a la salida de la pandemia, logre los resultados esperados. Los países con poco espacio fiscal, pero con acceso a endeudamiento y moneda demandada, también aplicaron las mismas medidas, aunque en forma más moderada y, sin vacunas suficientes, “rebotaron” poco y ahora enfrentan la segunda ola, con menos capacidad de maniobra.

La Argentina, como sabemos, no tenía ni margen fiscal, ni capacidad de endeudamiento externo, ni moneda demandada, de manera que el uso intensivo de la expansión del gasto financiado con la emisión de una cuasi moneda llamada peso logró compensar muy parcialmente a los sectores más perjudicados por el COVID y por los sucesivos confinamientos, pero a costa del efecto colateral de la evaporación de las escasas reservas del Banco Central, obligando a imponer restricciones a las importaciones y a las relaciones financieras de las empresas privadas con sus acreedores y proveedores. Y provocando un salto en la demanda de dólares alternativos, que luego generó un aumento de la tasa de inflación a este valor cercano al 4% mensual con el que convivimos desde hace unos meses. Por enésima vez, es cierto que no había alternativa que aplicar el remedio de la emisión, pero no es menos cierto que, dados los efectos colaterales comentados, era necesario utilizarlo con moderación y cuidando la eficiente asignación de cada peso.

Los primeros meses del 2021, sin embargo, arrancaron bastante mejor de lo esperado. La comentada expansión del gasto en Estados Unidos, con la consecuente debilidad del dólar, más el aumento de la actividad en los países que van vacunando y saliendo lentamente de la pesadilla COVID, generaron un boom en los precios de los commodities que le brindan a la Argentina un ingreso no esperado, en torno a los 10.000 millones de dólares. De pronto, las reservas líquidas negativas del Banco Central, condición que, sumada a los compromisos de pago de este año, nos llevaba sin escalas al desastre, pasaron, aunque modestamente, al terreno positivo, y si se logra “pedalear” al Club de París, y aplicar la ampliación de capital del FMI a los compromisos de pago que restan este año con dicho organismo, es probable que haya dólares suficientes para seguir con la política de usar al tipo de cambio como ancla antiinflacionaria y dar espacio para algo más de importaciones y de actividad, más cerca de las elecciones. En otras palabras, el gran problema de falta de dólares que enfrentaba el Gobierno (ya expliqué que al único que le faltan dólares en la Argentina es al Gobierno, y por eso, cuando no los tiene los expropia de alguna manera y ese es el origen de las crisis graves de la Argentina), se transformó en un tema de administración profesional e inteligente del sector externo.

Por el lado fiscal, la inflación hizo su trabajo de ajuste licuando el gasto, y el impuesto a la riqueza más la mayor recaudación de impuestos a la exportación aportaron lo suyo para reducir el déficit. Por el lado monetario, el Banco Central se encargó de absorber los pesos que emitió para comprar dólares, financiar mínimamente el déficit fiscal, y pagar los intereses de las Leliqs (¿se acuerda que iban a financiar el aumento a los jubilados? ¡cuánta estupidez!), colocando más deuda remunerada, más Leliqs.

Martín Guzmán, Cristina Kirchner y Alberto Fernández
Martín Guzmán, Cristina Kirchner y Alberto Fernández

Paradójicamente, si se ve la foto de los primeros cinco meses del año, con más dólares en las reservas, menos déficit fiscal y menos emisión monetaria, se podría decir que entre la soja y el ministro Guzmán, la Argentina macro se está ajustando. Obvio, de la peor manera, recaudando más impuestos explícitos y más impuesto inflacionario.

Pero a no engañarse, hay mucho de “Photoshop” en esa foto.

En primer lugar, la moderación fiscal luce meramente transitoria. A la estacionalidad de los primeros meses del año (habitualmente el gasto es mayor en el segundo semestre), hay que agregarle los mayores subsidios a la energía y el transporte (por menores aumentos de los precios de los servicios públicos que los previstos), más la necesidad de nuevo gasto para compensar la segunda ola de COVID, el confinamiento y la menor recaudación por menor actividad, a menos que tengamos rápido más vacunas, sobre todo de las que evitan que los vacunados contagien. Y por supuesto hay que agregarle algunos pesitos más para gastar en la campaña electoral (alguna obra pública, más asistencialismo, etc.).

Este déficit fiscal, más el pago de intereses de la deuda, sólo puede ser financiado con deuda interna o emisión del Banco Central. Respecto de la deuda interna, al Gobierno se le hace cada vez más difícil colocar el monto que necesita en las condiciones que quiere. De hecho, ha tenido que convalidar algo más de tasa y, sobre todo, ha tenido que colocar más deuda ajustada por inflación o tipo de cambio. Ya cerca del 50% de la deuda es ajustable por algo y esa deuda es a costa del crédito al sector privado. Dicho de otra manera, hoy el Gobierno se puede seguir endeudando, pero ya con deuda “no licuable”, y en la medida que el sector privado no demande crédito. La emisión monetaria, como ya mencionara, se está compensando con colocación de deuda del Banco Central. Es decir, el Tesoro se endeuda más y el Banco Central se endeuda más. Al final del día, toda esa deuda se paga… licuando. Pero el Gobierno está colocando deuda difícil de licuar “por las buenas”.

Mirando la foto cambiaria, el Banco Central recompone algo sus reservas y tiene para pagar intereses con organismos, liberar algo importaciones e intervenir en los mercados “libres” del dólar, pero necesita imperiosamente el aporte de la ampliación de capital del FMI. Además, como está deslizando el tipo de cambio por debajo de la tasa de inflación con poco éxito respecto de contenerla, más que ancla antiinflacionaria presente, está generando expectativas de ajuste cambiario futuro. Y con expectativas de ajuste cambiario futuro, la liquidación de exportaciones empezará a disminuir y la presión sobre los dólares alternativos subirá.

A este panorama, hay que agregarle la cuasi parálisis en la inversión y el empleo privado, no sólo por la segunda ola de COVID y la falta de vacunas, si no porque el oficialismo insiste en una reforma constitucional de facto, tratando de aprobar leyes que atentan contra la división de poderes republicana. Intento que le genera espanto hasta a los “capitalistas amigos”.

La macro, entonces, con foto razonable, gracias a la soja y la inflación, pero con película complicada.

En síntesis, para el problema sanitario, por ahora, receta medieval. Para el problema macro, por ahora, la receta de siempre.

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