Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”, escribió Charles Dickens, A Tale of Two Cities.
Mientras el Presidente se asombra por lo “inexplicable” de la aceleración inflacionaria, a muchos de nosotros nos asombra su insistencia por medidas que huelen a viejo y, lamentablemente, a fracaso. Lo anterior ocurre en varios frentes: 1) no se arregla el aumento generalizado de los precios con medidas sectoriales o microeconómicas; 2) no se revierte la pobreza con más gasto público; y 3) no se crece ni se genera más riqueza con más impuestos, controles, regulaciones y prohibiciones.
No se arregla el aumento generalizado de los precios con medidas sectoriales o microeconómicas; no se revierte la pobreza con más gasto público; y no se crece ni se genera más riqueza con más impuestos, controles, regulaciones y prohibiciones
La inflación: Es siempre un fenómeno macroeconómico. No es el aumento puntual de algún o algunos precios, sino de la mayoría de los precios. De allí que no se puede explicar por razones que hacen al funcionamiento o la estructura de algún o algunos mercados en particular.
Además, es el aumento generalizado y sostenido de los precios de toda la economía. O sea que se mantiene en el tiempo (mucho tiempo en el caso argentino), lo que también resulta difícil de explicar por razones micro o sectoriales. La idea de que el origen de la alta inflación es multicausal encierra una omisión peligrosa: la inflación siempre requiere de convalidación monetaria. No es otra cosa que la pérdida de valor de la moneda, y la moneda pierde valor cuando “sobra”. Sobra toda vez que se emite más de lo que se demanda y/o cuando la demanda se reduce (y la oferta no acompaña su reducción). Tengamos presente que todos los episodios de fogonazo o llamarada inflacionaria de la historia argentina coincidieron con fenómenos de expansión nominal (gasto y moneda) y de fuerte caída de la demanda de pesos.
Muchas veces no fue necesario que la expansión fiscal y monetaria se acelerara para que la demanda de pesos se redujera rápidamente, por cuanto la expectativa que dicha aceleración ocurriría en el futuro fue más que suficiente para gatillar la caída.
La impericia en la gestión y la percepción de debilidad en el ejercicio del poder no hacen más que reforzar la expectativa de que sobrarán pesos; además, los controles, acuerdos y prohibiciones tendientes a bajar la inflación pierden efectividad en contextos de debilidad o cuestionamientos sobre el poder presidencial. Todo lo cual no hace otra cosa que aportar aún más inercia al proceso inflacionario.
En este marco, desinflar requiere de mucho más que “bravuconadas” o medidas de intervención de mercados. Pero por el momento, ese “mucho más” (programa integral) luce muy distante.
Los controles, acuerdos y prohibiciones tendientes a bajar la inflación pierden efectividad en contextos de debilidad o cuestionamientos sobre el poder presidencial
La pobreza: La única vía para reducir consistentemente la crítica situación socioeconómica es el crecimiento económico sostenido. La evidencia empírica muestra que de la pobreza prácticamente no se vuelve y que cada crisis económica que hemos enfrentado, desde los ´80 para acá, arrancó en un escalón más elevado de pobreza.
Las políticas de compensación que se basan en programas e iniciativas que aumentan el gasto público tienden a anularse a sí mismas cuando implican mayor desequilibrio fiscal y, en consecuencia, mayor necesidad de emisión para financiarlo y más inflación futura. Basta con ver lo que viene sucediendo con los ingresos reales (de todos los sectores) para darse cuenta de que no habría mejor política social (proexpansión del consumo) que la de erradicar la inflación.
En los últimos 5 años, tal como puede verse en el gráfico, los salarios privados, los públicos y las jubilaciones no pudieron evitar el deterioro de su poder adquisitivo. Con esta dinámica de por medio, el gasto público social debe incorporar como población objetivo a segmentos cada vez más amplios de la sociedad argentina.
La debilidad fiscal de Argentina se ve sometida entonces a nuevas y más intensas presiones, a las que el Gobierno responde subiendo o inventando nuevos impuestos y más regulaciones que le permitan cazar en el zoológico de un sector privado cada vez más chico y fatigado. Esto ha venido siendo así más allá de las eventuales consecuencias económicas y sociales de la pandemia que el gasto público ahora intenta también compensar.
PBI: El fracaso de la Argentina en materia de crecimiento económico, derivado de la dinámica mencionada está indudablemente en la raíz del fenómeno de expansión y enquistamiento de la pobreza. Tal como la historia argentina reciente lo viene poniendo cada vez más en claro, no hay política social capaz de compensar las consecuencias de malas políticas económicas que anulan el crecimiento.
En base a qué y cómo va a hacer la Argentina para volver crecer es una pregunta sin respuestas. Ni el consumo privado, ni las exportaciones, ni la inversión pueden crecer en este marco de política económica. El consumo privado porque sufre las consecuencias de la erosión de los ingresos reales; las exportaciones al igual que la inversión (apenas alcanzó al equivalente a 13,5% del PBI en los últimos dos años) porque tienen que lidiar con un marco regulatorio muy volátil y poco propicio.
Y mejor no entrar en las restricciones a las importaciones que afectan, sobre todo, las compras críticas de bienes de capital y otros insumos imprescindibles para la producción de bienes de consumo interno y de exportación.
La Argentina no necesita más Estado, sino menos, ni más regulaciones, controles, congelamientos y prohibiciones, ni más impuestos, ni una economía más cerrada y menos competitiva, sino todo lo contrario
Para volver a crecer, Argentina no necesita más Estado, sino menos. No necesita más regulaciones, controles, congelamientos y prohibiciones, sino menos. No necesita más impuestos, sino menos. Y no necesita una economía más cerrada y menos competitiva, sino todo lo contrario.
Ausencia de incentivos
En cualquier manual de economía, encontramos que los agentes económicos respondemos a incentivos; el esquema de incentivos que hoy provee la economía local no es precisamente el más favorable para la producción y la inversión de riesgo.
Además, todo ese marco está sujeto a una enorme incertidumbre; hasta preceptos constitucionales lucen vulnerables al accionar de intereses políticos que tratan de escudarse en mayorías circunstanciales o en excepcionalidades o emergencias también circunstanciales.
No hay una receta única para alcanzar el crecimiento económico sustentable. Pero cualquier receta siempre tiene como ingredientes la estabilidad macroeconómica, la estabilidad de las reglas del juego, la seguridad jurídica y la protección de los derechos de propiedad. Ingredientes que lucen casi imposibles de reunir en la Argentina de hoy.
Cualquier receta siempre tiene como ingredientes la estabilidad macroeconómica, la estabilidad de las reglas del juego, la seguridad jurídica y la protección de los derechos de propiedad
No hay pandemia ni super-precio de la soja capaces de evitar indefinidamente el anunciado fracaso de medidas que nunca funcionaron. Nuestra historia es bastante rica en ejemplos.
Tal vez al Presidente y su entorno le sirva que resulten efectivas hasta las elecciones. Pero, aún si aguantaran hasta entonces, ¿después qué? Porque cualquiera sea el resultado electoral, luce poco probable que este Gobierno impulse medidas que signifiquen un verdadero cambio de régimen, que generen un marco de incentivos propicio para el crecimiento económico y que modifiquen de cabo a rabo las expectativas. Lamentablemente, ya sea por sus prejuicios dogmáticos o por la falta de poder para hacer algo distinto, “más de lo mismo” es el resultado más probable. La diferencia es que con poder político las medidas de intervención aguantan más tiempo que sin poder político. Pero el resultado no se modifica, lo que cambia sólo es el ritmo con el que se transita hacia la fase final de una inevitable corrección macro.
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