El paso arrasador de la segunda ola encuentra a nuestra dirigencia retozando en una suerte de delirante “fiesta clandestina”. Pero esta vez la situación es demasiado grave y amenaza arrastrarlos.
Escindidos de la realidad, ausentes de las urgencias de la mayoría, quienes comandan nuestro destino por delegación del sacrosanto voto popular reaccionan a la desesperada cuando el huracán COVID golpea la cubierta un Titanic escorado. Todos en el mismo barco. Ellos bailando la cumbia electoral y el resto, la inmensa mayoría de los argentinos, maniatados, viajando hacia la nada misma.
Supuestamente sorprendidos por la llegada de una catástrofe largamente anunciada, hacen lo único que se les ocurre y pueden hacer: ordenar el estricto cierre de casi todo y un penoso confinamiento de las personas. No tienen opción. No les queda otra. La gente se les está muriendo de a cientos.
Cómo se dijo en su momento del virus fatal, esta gestión perversa y atropellada de la cosa pública no hace distingo de diferencias sociales, económicas, genéticas ni religiosas: tarde o temprano nos arruina a todos.
Nos vamos quedando sin anticuerpos políticos ni económicos, vulnerables, a merced del afiebrado delirio de quienes deciden desde sus apremios y oxidados proyectos personales y electorales.
Es tal la profundidad del deterioro que lograron conseguir que hoy todos los argentinos de buena fe miran exhaustos y desconcertados tratando de entender cuál es el rumbo sin encontrar respuesta. Atrapados entre el miedo a lo que vendrá y la perplejidad frente a la errática toma de decisiones que caracteriza a un Ejecutivo que se jacta de carecer de planes.
Las medidas de extrema restricción que el Gobierno dispuso este jueves no son más que un inevitable manotazo de ahogado. Sin vacunas a la vista, solo apuntan a repartir el peso de la responsabilidad que cargan sobre su conciencia por las miles de muertes que una administración razonable hubiera permitido al menos reducir.
El hermético cierre ahora impuesto, en el supuesto caso de que se lograra hacerlo cumplir, solo está pensado para bajar en algo el ritmo de los contagios y quitar presión a la demanda sobre las unidades de tratamiento intensivo. No mucho más.
No se frena el virus solo con cierres. Hacen falta testeos en cantidad suficiente, aislamiento de los positivos asintomáticos, sus contactos estrechos y por sobre todo vacunas aplicadas en tiempo y forma.
Sin certeza alguna acerca de la continuidad del plan de inmunización, cuando todos los envíos han devenido aleatorios, cuando dependemos de los rezos albertistas a San Vladimir Putin y su par chino Xi Jinping, nos vuelven a encerrar hasta nuevo aviso.
Hay que decirlo: el Gobierno admite al articular las nuevas medidas su absoluto fracaso en la gestión de la pandemia.
Ya no se trata de ganar ni de hacer tiempo, sino de un desesperado intento de socializar el pesado costo que el mal manejo de la pandemia que nos trajo hasta aquí.
El tono de la administración de los Fernández, caracterizado por la búsqueda y estigmatización de culpables, la confrontación y el enfrentamiento está hundiendo al país en las arenas movedizas de la enfermedad y la pobreza.
En el mismo día en que se reportaban 745 personas muertas por SARS Cov 2 y 35.545 nuevos casos, nuestro senadores aplicaban sus energías a una feroz batalla contra otro enemigo invisible de quién sabe quién: el Procurador General de la Nación.
Más empeño en lograr la impunidad del establishment dirigencial que en conseguir vacunas. Más energía en tranquilizar las angustias de la jefatura política que en proteger la vida de quienes los votaron.
Al cierre compulsivo y letal de los comercios anunciado este viernes le antecedió el cepo a las exportaciones de carne, una medida tan revulsiva como inconducente. No va a servir para bajar los precios del asado al tiempo que destroza un mercado que costará mucho recuperar.
La prohibición a la salida de carnes solo arruina nuestra agenda comercial con China. Del total de lo que se exporta, por un monto calculado hoy en 3000 millones de dólares, el 75% va al gigante asiático, un mercado que se fortaleció de manera exponencial entre el 2015 y el 2019 cuando de 8 frigoríficos que proveían se pasó a 95. Se trata de carne que no se consume en Argentina porque es de baja calidad y que de quedar en el país no tendrá incidencia alguna en la baja de los precios internos.
Mientras le rogamos a San Xi Jinping que nos mande vacunas, le sacamos la comida de la boca a los chinos. Un tema que ellos solucionarán rápidamente en un mundo en el que sobran proveedores pero que para nosotros representa un certero tiro en los pies. Tremendo daño autoinfligido por decisión de quién sabe quién. La insensatez llevada al extremo.
“Hemos dinamitado la agenda internacional”, sostiene un calificado referente de extracción peronista y al que le sobra experiencia política y diplomática para analizar estos asuntos.
“Los chinos no están contentos con nosotros (no se avanzó en ninguno de los negocios que a ellos les interesa) y los rusos tampoco... hoy la vacuna está atada a las relaciones políticas internacionales. En un contexto de escasez se abastece primero a los amigos y nosotros no somos amigos de nadie”, asegura nuestro interlocutor.
“¿Quién diría que las únicas vacunas con las que íbamos a contar serían la rusa y la china?”, se jactó CFK hace apenas un par de meses cuando todavía parecía que los supuestos aliados geopolíticos iban a hacer honor a los suministros prometidos. Fue una de las pocas veces en que la Vice se involucró en un tema al que se le escapa.
Siempre en orden a seguir encontrando culpables y descargar sus responsabilidades en otros actores, Alberto Fernández apuntó al reparto desigual de vacunas, un tema que inquieta a nivel global pero que se agrava en el caso argentino porque a la escasez atribuible a los exigidos procesos de producción se suma la ineficiencia y falta de transparencia con la que nuestras autoridades negociaron la compra de un insumo tan absolutamente básico.
A la fecha nadie se logró explicar por qué no se obtuvieron acuerdos para comprar las vacunas que producen Pfizer, Moderna y Jansen, para solo hablar de las más calificadas.
Tampoco se sabe que llevó a desconocer la oferta de Pfizer Biontech de enviar millones de dosis al costo de 4 dólares por vacuna y en qué consiste la actual dificultad para recuperar esos contratos.
Otra pregunta sin respuesta es dónde están las casi dos millones de dosis que se distribuyeron pero que no se reportan como efectivamente aplicadas.
El mundo empieza a dividirse. Aparecen nuevas categorías, nuevas formas de apartheid y discriminación. Los mapas se distancian entre los que tienen y los que no tienen vacunas. Las fronteras se abren para algunos y se cierran para otros. Es hora de preguntarnos de qué lado de la mecha vamos a quedar?
España anuncia la apertura de sus fronteras para quienes dispongan de esquema completo de vacunación con las fórmulas aprobadas por la FDA y la EMA (Pfizer, Moderna, Jansen y Oxford Astrazeneca) a partir del próximo 7 de junio. Se excluye explícitamente a los vacunados con Sputnik.
En EEUU ya se vacuna en las escuelas a niños desde los doce años cuando en muchos países del mundo los adultos mayores y grupos de riesgo carecen de toda posibilidad de acceso a la inoculación.
El alcalde de Nueva York invita a los turistas a vacunarse sin requisito ni costo alguno para incentivar el turismo y Biden promete distribuir millones de dosis entre los países más necesitados. En nuestro país cientos de miles esperan sin certeza alguna su segunda aplicación.
La pandemia muestra hoy su peor cara. Expone la desigualdad que supone el acceso a la inoculación, pero también, en nuestro caso, desnuda la miseria y mezquindad de nuestros dirigentes.
La agenda de la gente y la de los que mandan no coinciden. Ocupada en sostenerse en el poder la clase política juega su fichas sin registrar el drama cotidiano de la mayoria.
“El peronismo de este tiempo sustituyó la ampliación de derechos que propuso el primer peronismo por la entrega de planes sociales. Se volvió en la historia para atrás”, sostiene el referente consultado, un hombre de clara extracción peronista y con décadas de vuelo en la política local.
Con el 60% de la gente dependiendo de la dádiva pública se achata cualquier amago de protesta.
“Si La Cámpora estuviera decidida a hacer la revolución, ya la hubieran hecho. Están todas las condiciones dadas. Pero no es la idea. Los muchachos están concentrados en el poder y la caja”, sostiene un dirigente con décadas de vuelo en la arena política.
En este escenario de devastación, la prioridad venía puesta en llegar a las elecciones y sostenerse en el poder. Pero ahora están asustados. Se les empieza a morir gente en la puerta de los hospitales. Es la amenaza más temida.
Puede que la gravedad del momento les ayude a comprender que, como viene la mano, el único enemigo a enfrentar es el virus y que sin vacunas más temprano que tarde el SARS-COV2 se los va a llevar puestos.
SEGUIR LEYENDO: