Vivimos en una época de grandes cambios. Entre otros acontecimientos, la aparición de tecnologías como la inteligencia artificial y el enfrentamiento estratégico entre China y Estados Unidos generan incertidumbre respecto a nuestro futuro. Pero a pesar de estas dudas, no debemos olvidar que la comunidad internacional sigue contando con una serie instrumentos que pueden ayudarnos a promover el entendimiento entre las naciones.
En efecto, la diplomacia nos brinda una serie de lecciones. Una de ellas es la necesidad de no subordinar la política exterior de un país a consideraciones de tipo partidarias. Si cada gobernante cambia su mensaje y accionar internacional en base a sus necesidades políticas del momento, los niveles de incertidumbre respecto al accionar futuro de los Estados aumentarán fuertemente y, con estos, los niveles de conflictividad. Es por esto por lo que resulta tan importante que las sociedades y sus clases dirigentes alcancen un mínimo grado de consenso interno respecto a cuáles serán sus políticas de largo plazo. Solo así su accionar se volverá predecible y otras naciones podrán confiar, generando así oportunidades para cooperar.
Otra de las lecciones que nos deja la historia de las relaciones internacionales es lo importante que resulta la moderación. Las declaraciones explosivas o los ataques a los gobernantes de otras naciones generan desconfianza y dificultan el diálogo. Aún más grave resulta la deshumanización de los adversarios. Esto por ejemplo es lo que hicieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, al abandonar las normas establecidas por la comunidad internacional décadas atrás, abrieron las puertas a un terror hasta entonces inimaginable. Si deshumanizamos a nuestro rival y lo calificamos como enemigo, seguramente terminaremos negándole sus derechos básicos.
Otra de las lecciones que aprendió la humanidad -pero que muchas veces se olvida- es el rol central que la diplomacia puede jugar a la hora de evitar conflictos innecesarios. Y esto es así porque el intercambio regular de información y opiniones disminuye la incertidumbre. Por ejemplo, los encuentros que se dan en el marco de organizaciones como las Naciones Unidas o en foros como el G20 les permiten a nuestros funcionarios dialogar con sus pares extranjeros, fomentando así la cooperación y el entendimiento. Adicionalmente, el asesoramiento de un cuerpo diplomático profesional resulta fundamental a la hora de brindar un mínimo de continuidad a la política exterior.
¿Los líderes del mundo respetan estas lecciones? Existen algunas señales que resultan preocupantes, particularmente en nuestra región. Entre estas, se encuentra la tendencia a subordinar la política exterior de los Estados a consideraciones partidarias, como puede ser la búsqueda de apoyos de gobiernos de un signo ideológico similar para resolver disputas internas. Esta costumbre resulta aún más peligrosa si consideramos la fragmentación ideológica que tiene lugar actualmente en América latina y que seguramente dificultará la cooperación regional. En este sentido, sería positivo que tanto Buenos Aires como Brasilia retomen su relación estratégica más allá de las diferencias ideológicas que puedan existir entre sus gobiernos.
Una novedad que nos permite ser más optimistas es el menor grado de conflictividad ideológica que observamos entre China y Estados Unidos -al menos si lo comparamos con el que existió entre Washington y Moscú. El hecho de que estos gobiernos no defiendan visiones del mundo incompatibles disminuye los niveles de tensión y, al hacerlo, las posibilidades de que tenga lugar un conflicto a gran escala. Pero esto tan sólo nos presenta un escenario más benigno del que tuvimos durante la Guerra Fría. Es responsabilidad de los líderes en Beijing y Washington aprovechar esta circunstancia y evitar conflictos innecesarios. Además de disminuir las tensiones globales, los consensos que puedan alcanzar nos permitirán avanzar con una agenda que, entre otros temas, debe promover la lucha contra la pobreza y el calentamiento global.
Respecto a nuestro propio accionar, los argentinos debemos darle mayor centralidad a la diplomacia. Si bien los cuerpos diplomáticos siempre cumplen una función importante, lo hacen aún más durante tiempos de transición y creciente incertidumbre. Debemos por lo tanto escuchar más a quienes, a través del uso de las herramientas tradicionales y modernas, tienen la responsabilidad de proteger nuestros intereses y promover el entendimiento entre las naciones.
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