¿Fundó Jesús, quien nunca estuvo en Roma, la Iglesia Católica Apostólica Romana?
La fidedigna historia cuenta que en realidad el fundador del catolicismo fue el emperador romano Constantino I, quien por eso es “San Constantino” para las iglesias ortodoxas orientales y también para la iglesia católica bizantina griega.
La Iglesia siempre mantuvo en silencio las circunstancias de su creación, como si se avergonzara de que su fundador haya sido un emperador romano pagano.
Constantino, hijo de una mujer hoy conocida como Santa Elena, nació en el año 274 en Naissus, en la actual Serbia.
La creación de la referida religión fue una de las consecuencias directas del resultado de la batalla del puente Milvio, librada el 28 de octubre del año 312 entre los ejércitos de Constantino y Majencio, por el control de la totalidad del Imperio romano.
El triunfo correspondió a Constantino, devoto de Mitra, un dios que siglos antes los soldados romanos habían traído de Persia.
Su biógrafo personal, Eusebio de Cesárea, autor de los libros Vida de Constantino e Historia de la Iglesia, aseguró que “por revelación divina” él ya sabía que saldría victorioso en aquella batalla.
En el primero de esos libros, señaló que cuando Constantino marchaba a enfrentarse con Majencio en determinado momento miró hacia el cielo y vio sobre el sol una cruz rodeada por la leyenda “In hoc signo vinces” (“Con éste signo vencerás”).
Mitos aparte, la cuestión es que un año después encaró algo espectacular: crear una nueva religión.
En un antiguo escrito elaborado por los jesuitas, la propia Iglesia católica reconoce que su fundador fue Constantino:
“Acaba de triunfar Constantino el Grande de su enemigo Majencio y el emperador devolvió la paz a la Iglesia, la cual pudo salir a la luz del día y dejar la oscuridad de las catacumbas a que se hallaba condenada por las crueldades de los impíos perseguidores de los cristianos. Queriendo el Señor dar paz a su Iglesia, convirtió milagrosamente al emperador Constantino, el cual quedó tan trocado en su corazón que en agradecimiento de tan gran merced no solamente dio licencia para que se edificasen templos por todos los dominios en los cuales Cristo fuese glorificado. El mismo Constantino en su imperial palacio lateranense mandó labrar un templo suntuoso en honor a nuestro Salvador”, dice en ese escrito.
El objetivo del emperador de armar una nueva religión con él a la cabeza fue puramente político porque él siguió siendo devoto de Mitra, el “Dios Sol”. Por eso armó su Iglesia según el modelo del sacerdocio mitraísta, que hasta entonces era la religión oficial de Roma.
La iglesia nunca abandonó ese origen pagano. Hasta el bonete alto y apuntado que en las grandes ceremonias usan las máximas jerarquías eclesiásticas se llama mitra, o “toca persa”.
El Edicto de Milán
El proyecto de creación de la nueva religión empezó a armarse en el año 313, a través del Edicto de Milán:
En uno de sus párrafos de ese documento, Constantino expresaba: “Hemos decidido anular completamente disposiciones respecto al nombre de los cristianos, que nos parecían hostiles y poco propias de nuestra clemencia, y permitir de ahora en adelante a todos los que quieran observar la religión cristiana hacerlo libremente sin que esto les suponga ninguna clase de inquietud, malestar y molestia”.
Luego señalaba: “Hemos otorgado a los cristianos plena y libre facultad de practicar su religión, y hemos decidido que les sean devueltos los locales en donde antes solían reunirse, ya sean propiedad de nuestro fisco o hayan sido comprados por particulares, y que los cristianos no tengan que pagar por ellos ningún dinero de ninguna clase de indemnización. Los que hayan recibido estos locales como donación deben devolverlos inmediatamente a los cristianos. Todos estos locales deben ser entregados inmediatamente, sin ninguna clase de demora, a la comunidad de los cristianos”.
Fusionando creencias de los judíos, de los mitraístas y de los cristianos, Constantino y “los primeros padres de la Iglesia” fueron dando forma a la Iglesia Católica Apostólica Romana.
Adoptaron como símbolo de la nueva religión lo que hoy se conoce como cruz, presentada como una letra T, aunque no hay escritos que especifiquen que dicho instrumento de ejecución haya tenido esa forma o fue un simple madero.
Una leyenda católica indica que en el año 326 “Santa Elena” viajó a Jerusalén y allí Jesús le mostró la cruz en forma de T en la que los romanos lo habían clavado.
Le fueron adjudicando a la flamante religión títulos tales como “esposa de Cristo” y “nuevo Israel de Dios”. También se lanzó la teoría de que “los antiguos privilegios de Israel” habían pasado a la Iglesia debido a que los judíos mataron a Jesús y, consecuentemente, el Viejo Testamento ya no tenía validez.
Dijeron que, consecuentemente, era necesario un nuevo testamento que rigiera la relación entre Dios y éste supuesto nuevo pueblo suyo. Así que se pasaron los siguientes doce años elaborando un “libro de la Nueva Alianza”, que hoy es conocido como “Nuevo Testamento”.
El concilio fundacional
Entre los días 20 de mayo al 25 de junio del 325, en el palacio de verano de Constantino en Nicea (hoy Iznik, Turquía) se desarrolló el famoso Concilio de Nicea, convocado por ese emperador. Participaron del mismo casi 320 obispos que representaban a las diversas facciones en que estaba dividido el cristianismo.
En ese cónclave, de trámite por momentos turbulento y hasta escandaloso por las distintas posiciones en pugna, se lanzó una fantasiosa declaración según la cual tras ser muerto y sepultado Jesús bajó a los infiernos, al tercer día resucitó y subió a los cielos, donde se encuentra sentado en un trono, a la derecha de Dios.
En ese mismo encuentro, aunque con votos negativos como el del disidente obispo Arrio, se estableció que Jesús es Dios. Se resolvió que Jesús es “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero”, que el cristianismo en general sigue sosteniendo.
Los cuatro evangelios y todos los dogmas en los cuales hasta hoy creen los católicos (luego copiados por los protestantes y sectas cristianas en general) fueron oficialmente establecidos en aquel renombrado concilio convocado por Constantino.
Éste emperador se dio a sí mismo títulos como “Pontifex Máximus” (Máximo Pontífice), “Episkopos ton Ektos” (Obispo Para Asuntos Exteriores), “Vicarius Christi” (Representante de Cristo) y “Nostrum Númen” (Nuestra Divinidad).
También mandó que su palacio fuese considerado “domus divina” (templo) y dispuso que a su muerte sea enterrado con honores de décimo tercer apóstol.
Además, se referían a él como “obispo de todos, nombrado por todos”, “ejemplo de vida en el temor de Dios”, y “luz que ilumina el mundo”. El haber fundado una religión le dio más títulos y titulares que su propia jerarquía de emperador.
En su carácter de máximo pontífice, estableció como día festivo obligatorio el “dies solis” dedicado al “Señor Resucitado”. Éste obligatorio día semanal de descanso se convirtió después en “dies dominicus”, es decir, nuestro actual día domingo.
De la misma manera, pasó a consagrar el 25 de diciembre de cada año (fecha anual en que se celebraba el “natali” del Rey Sol Mitra) como fecha del nacimiento de Cristo.
Asimismo, cambió la identidad de los responsables de la crucifixión de Jesús. Siempre se había sabido que fueron las autoridades romanas de Judea los autores. Pero ahora que la iglesia era “romana” no podían seguir diciendo que los romanos fueron los culpables. Así que pasaron a acusar a los judíos de haber sido los “matadores de Dios”.
El pagano que murió como santo
En el 330, Constantino trasladó la capital del imperio a Bizancio, que pasó a llamarse Constantinopla en su homenaje. Se trata de la actual ciudad de Estambul, capital de Turquía.
Siete años después, el 22 de mayo del año 337, murió en la ciudad turca de Izmik.
Como quedó señalado, lo extraño de éste personaje fue que siendo fundador de una nueva religión hasta el final le siguió siendo fiel al dios Mitra. Recién se convirtió y se bautizó cuando presintió que sus días ya estaban próximos a terminar.
Respecto de ese tardío bautismo suyo, el filósofo francés Voltaire dijo: “Constantino encontró la fórmula para vivir como un criminal y morir como un santo”.
Muchos años después de estos acontecimientos, en el año 380, los emperadores Teodosio y Valentiniano II firmaron un edicto que ratificaba al cristianismo como religión oficial del Imperio romano.
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