El gobierno es como un cazador que vive al día y luego depreda las vacas del productor

Con las recientes medidas tomadas en contra del campo quedó en evidencia que lo único que le importa al Ejecutivo es la inmediatez. Resolver sus problemas hoy sin tener que planificar a futuro

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El 2018 fue récord para
El 2018 fue récord para las exportaciones de carne vacuna, pero hay alerta por el aumento de la faena de hembras y la baja del 2.4% en el consumo.

Voy a referirme a las características culturales de los argentinos que nos han llevado al entuerto presente, con un cierre de exportaciones de carne que perjudica a los productores, y al país todo, y que no resolverá la inflación. Argentina era un país que tradicionalmente vivía del campo, cuya productividad la llevó a tener un poder enorme y a ser la quinta economía del mundo, con un PBI equivalente al de toda la América Latina sumada, antes de 1930. Era un país poderoso. Una potencia agroganadera.

El agricultor es alguien muy diferente de un cazador. Un aborigen wichi, por ejemplo, que se dedica a la caza, la pesca y la recolección, vive en la inmediatez. Él no hace planes, sino estrategias de caza: sabe que hay pesca en enero en el Pilcomayo y se desplaza hasta allí para pescar. El cazador vive al día y no planifica. Si se la da por ejemplo una ayuda de $100, $1000 o $1.000.000, lo más probable es que lo gaste en lo inmediato, porque el mañana no existe en su horizonte de vida.

La mentalidad del agricultor es completamente distinta. Planta y espera, por cuestiones biológicas y climáticas. Uno está en un lugar maravilloso donde la comida fluye de los árboles y el otro está en un lugar árido en el que necesita labrar la tierra para que ésta produzca.

El agricultor planta, espera unos meses y, mientras tanto, tiene que trabajar para que la semilla no sea atacada, por ejemplo, comida por las aves; luego para que la planta, recién crecida y por lo tanto frágil, no sea atacada por otro yuyo... Y cuando llega el tiempo de la cosecha, además de recolectar y preparar el producto para su venta, debe separar semillas, una parte para vender y otra para el año siguiente. Esto significa que el agricultor que, a su vez posee una serie de vaquitas a las que hizo servir para tener un ternero que vender a los tres años, tiene una cabeza más ordenada que la del cazador porque piensa en el largo plazo. Da lo mismo que el hombre tenga 10000 hectáreas o media hectarea de porotos; la cultura es la misma.

Por eso, cuando se discutió la resolución 125, todo el campo se levantó contra esa arbitrariedad y luchó unido, porque lo que se estaba atacando era una cultura común a todos los productores. Se atacó al productor que planifica y el gobierno se convirtió en un gobierno de cazadores al que solo le importa la inmediatez y ver cómo resuelve el hambre de hoy. A esto se lo llama ser fundamentalistas de la coyuntura. Es decir, cuando ya no tienen nada que cazar dentro del Estado, no les queda otro recurso que ir a robarles las vacas y las gallinas -como cazadores que son- a los que tienen vacas y gallinas, porque el cazador no sabe producir ni planear. Si el cazador tiene hambre porque no hay más liebres a la redonda, irá por las vacas ajenas.

Esto es metafóricamente la síntesis de lo que estamos viviendo. La gente que trabaja para el Estado, ya sea nacional o provincial, vive de la caza. Por más que no trabajen, por más improductivos que sean, saben que van a cobrar de todos modos y que prácticamente están blindados contra los despidos. Luego vienen todos los beneficiarios de planes de la Argentina que también integran el grupo de cazadores y tampoco saben producir porque ya constituyen la tercera generación que nunca trabajó de modo regular. Por último, están los políticos que buscan perdurar en sus puestos para seguir gozando de privilegios, acomodar a su familia y premiar a la gente de su entorno con un trabajo en el Estado.

Los que vivían de la caza eran incluso más inteligentes que los políticos, porque sabían que de tanto en tanto debían desplazarse a otro hábitat, porque su actividad predadora iba agotando las posibles presas y un día ya no habría más animales que cazar. Sabían hasta qué punto podían presionar al medio ambiente, y viajaban para no quedarse sin alimento.

Pero hoy, si a los aborígenes no se les da un plan, se mueren de hambre porque sus hijos nunca fueron a cazar con el padre, ni con el abuelo. No saben ni siquiera cómo capturar un conejo. Convertimos a los grupos que tenían cierta eficiencia para vivir en su entorno también en gente que va a vivir del Estado.

Todas esas personas se han convertido en cazadores voraces que, para subsistir, lo único que les queda son las vacas del productor agropecuario.

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