El arte de no gobernar

La inflación y la pobreza tienen en común una única causa que las origina: los gobiernos. No hay pobreza con empleo, no hay empleo sin inversión, y no hay inversión por falta de condiciones

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El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández

El populismo solo puede funcionar bajo dos supuestos ineludibles: el derroche de recursos y el cierre de la economía. Un claro ejemplo es el que hemos atravesado durante los primeros doce años kirchneristas, donde dilapidamos todo lo que estaba a nuestro alcance: estatizamos las AFJP, despedazamos YPF, nos consumimos el superávit en materia energética, transformamos a la Anses en una gran caja de subsidios, vaciamos el Banco Central destruyendo su patrimonio, duplicamos la presión fiscal transformando a la Argentina en un imposible, nos consumimos el superávit fiscal existente al comienzo de los años K y hasta multiplicamos veinte veces los planes sociales, casi como la bandera principal de la “década ganada”.

También por aquellos años, hemos cerrado la economía, cumpliendo a rajatabla con el segundo mandamiento populista: importar un bien significaba tener que sumergirse en un laberinto burocrático interminable (donde en la mayoría de las veces no existía una salida), exportar se traducía en conseguir dólares para que el gobierno nos los saque de las manos por un puñado de pesos (siempre menos de lo que correspondía ya que estábamos bajo cepo cambiario) y, si aún entre tanto desaguisado existía la posibilidad de ganar un poco de dinero, hacerse de moneda extranjera o girar dividendos al exterior era algo que no estaba dentro del menú de opciones. Los resultados no eran más que los que cualquier persona en su sano juicio hubiese esperado: años sin crecimiento, sin inversión, con pobreza en permanente ascenso, conviviendo con una inflación crónica y junto a una degradación general en cada aspecto que uno se disponga a analizar.

Argentina hoy está festejando una flamante ley que se sancionó en virtud de aumentar la carga impositiva para las empresas que facturen más de 50 millones de pesos por año (algo así como 27.700 dólares por mes) por considerarlas “grandes empresas”

La inflación y la pobreza tienen en común una única causa que las origina: los gobiernos. No hay pobreza con empleo, no hay empleo sin inversión, y no hay inversión por falta de condiciones. Argentina hoy está festejando una flamante ley que se sancionó en virtud de aumentar la carga impositiva para las empresas que facturen más de 50 millones de pesos por año (algo así como 27.700 dólares por mes) por considerarlas “grandes empresas”. Si, grandes empresas a las que ganan mensualmente algo más de lo que gana un obrero en un año de trabajo en EEUU: así de empobrecidos estamos. En cuanto a la inflación, ésta no existe cuando no existe la emisión descontrolada y no hay emisión descontrolada si no hay un gobierno viciado por su propia ambición: solo en 2020 se han emitido 2 billones de pesos y se han impreso 1.523 millones de billetes y hay otro tanto de emisión prevista para este año. Esto se limita a una sencilla (y única) explicación: el exceso de gasto por parte del Estado. Cualquiera sea la edad, los argentinos hemos vivido al menos el 75% de nuestras vidas con déficit fiscal. En la mayoría de nosotros, ese porcentual es bastante mayor.

Ahora también nos damos el lujo de cerrar exportaciones de carne vacuna, sin tener la más remota idea de los daños que esto le causará a la economía

Cuando hay que vacunar ante una epidemia, todos los esfuerzos deben estar alineados en una única dirección: la de conseguir las dosis de vacunas necesarias. Pues bien, en este rincón del planeta, mientras lo que habría que hacer es testear y vacunar, lo que vamos a hacer en realidad es confinar y restringir. Cuando hay que bajar la inflación (solución para este flagelo que se dispone desde hace 45 años), hay que concentrar los esfuerzos en delinear un plan económico que contenga una política fiscal sana y una política monetaria acorde. Como aquí no perdemos tiempo en detalles, directamente intentamos controlar los precios, amenazando a empresarios. No conforme con esto, ahora también nos damos el lujo de cerrar exportaciones de carne vacuna, sin tener la más remota idea de los daños que esto le causará a la economía argentina.

Cuando hay que vacunar ante una epidemia, todos los esfuerzos deben estar alineados en una única dirección: la de conseguir las dosis de vacunas necesarias

Lo más increíble de esta flamante medida es que ya se la hemos probado a partir del año 2006 logrando por aquellos tiempos lo siguiente: la pérdida de 10.000 millones de dólares en divisas por exportaciones, la destrucción de 12 millones de cabezas de ganado (pasando de 60 millones de cabezas al comienzo de la medida, a las 48 millones de cabezas algunos años después), la merma de 15.000 empleos directos y el cierre de 100 frigoríficos y por supuesto, el aumento sostenido del precio de la carne (que era justamente lo que motivó semejante estupidez normativa). Lo interesante de esto, es que conociendo los resultados de antemano, se insiste nuevamente en la misma medida, intentando convencernos que con ella volverán los años felices y con éstos, la carne sobre la parrilla de los argentinos (pilar de las promesas de la campaña electoral). Pues bien, eso no ocurrirá tampoco esta vez, y los nefastos resultados se verán con el correr del tiempo, ya que para quién no lo tenga presente, el largo camino de cría, engorde y faena (o el propio proceso de exportación) dura años, por lo que el avance del veneno que le han inyectado hoy a toda la cadena de la carne vacuna, verá su verdadera mortalidad en algún tiempo, donde seguramente quienes hoy festejan la decisión, en el futuro busquen explicaciones a la falta de los resultados esperados y nuevamente inventen algún nuevo enemigo a quien poder seguir envenenando.

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