En el día de ayer, el Primer Ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, contestó negativamente a las distintas acciones diplomáticas de varios Estados y de la ONU que buscan un cese del fuego con Hamas, que es el más grave de los tres enfrentamientos que han tenido lugar desde que ese movimiento logró controlar la Franja de Gaza en 2007 y desplazó a los representantes de la Administración Nacional Palestina (ANP).
Hamas es una fuerza islamista fundamentalista que incorpora al conflicto el componente desestabilizador de la religión (es considerada por muchos países como un movimiento terrorista), que se opone al proceso de Oslo, a la existencia de Israel y está enfrentada con los palestinos laicos partidarios de ANP.
El actual conflicto fue consecuencia directa de los disturbios en la Puerta de Damasco y en la Esplanada de las Mezquitas -Haram Al-Sharif (Monte del Templo para los judíos)- de Jerusalén, entre la policía y los musulmanes que defienden su derecho a rezar en la Mezquita Al-Aqsa al concluir el Ramadán y se manifiestan contra el desalojo de familias palestinas en el barrio de Sheikh Jarrah. Las escaramuzas se intensificaron cuando grupos ultraortodoxos judíos conmemoraron la liberación total de la ciudad como consecuencia de la Guerra de los Seis Días en 1967.
El 10 de mayo, Hamas intimó a Israel a que sus efectivos se retiraran de esa área de Jerusalén o advirtió que, de lo contrario, comenzaría a disparar sus misiles, acción que comenzó a desarrollar a las 18 horas de ese día con una fuerza sin precedentes (fueron más de 3.000 en una semana), resultado de la cooperación militar que recibe del régimen de Irán.
Fue consecuencia de un cambio estratégico de Hamas de su concepto de la resistencia que, en los conflictos anteriores de 2008, 2012 y 2014, consistió en actuar con relación al territorio de la Franja de Gaza, para ahora sostener que buscan defender al conjunto de los palestinos. De esta manera, intenta obtener un rédito político en un momento en que la ANP perdió vitalidad y enfrenta una crisis política significativa.
Esta última Organización fue creada por los Acuerdos de Oslo, funciona en Cisjordania y es reconocida como tal por numerosos Gobiernos (entre ellos Argentina), pero no fue capaz de avanzar hacia la constitución de un Estado, una situación en la que tiene una parte de responsabilidad por no haber aceptado ciertos compromisos políticos en el momento indicado.
Su presidente Mahmoud Abbas, fue electo como sucesor de Arafat en 2005, pero al concluir su período legal de mandato continuó gobernando de hecho por decreto con la conformidad con el Parlamento. Recién convocó a elecciones legislativas para este mes, pero a fines de abril las suspendió al constatarse el posible triunfo de Hamas. Por otra parte, a través del tiempo la ANP cambió de fisonomía y se volvió más autocrática e incompetente, en un cuadro en extremo complejo ya que Abbas no tiene buena salud y varios candidatos se disputan su sucesión.
Ante el ataque de Hamas, el sistema de defensa “Cúpula de Hierro” demostró su efectividad al interceptar el 90% de los misiles, pero no impide que los ciudadanos israelíes, incluyendo los habitantes de Tel Aviv, deban concurrir a los refugios para protegerse en circunstancias siempre difíciles y dramáticas.
El Primer Ministro Netanyahu dijo que va a continuar con su campaña militar con toda intensidad mientras fuera necesario, para extraer un precio muy alto a Hamas. Como en casos anteriores, se busca dar una lección para conservar luego cierta calma transitoria, pero no modifica la situación existente que sólo podría tener lugar con una acción militar de una envergadura total sobre la Franja, que es una opción difícil, ya que importaría la invasión del territorio y su ocupación indefinida, ya en su momento abandonada por el entonces Primer Ministro Ariel Sharon.
Israel está ejerciendo el derecho de legítima defensa mediante cientos de operaciones aéreas sobre Gaza, buscando con su gran poder tecnológico destruir los centros de comando de esta organización y eliminar a su conducción militar y terrorista. El 13 de mayo a la tarde, las fuerzas israelíes comenzaron a atacar con artillería desde tierra a Gaza.
Tratándose de un conflicto asimétrico, los combatientes gazatíes se ocultan en zonas altamente pobladas y operan desde ellas sin evacuar a la población civil. Gaza es un territorio estrecho y aislado, de 48 kilómetros de largo y entre 12 y 6 kilómetros de ancho, donde viven 2 millones de personas, cuya valla de separación está controlada estrictamente por Israel y Egipto. Aún con los requisitos de empeñamiento más rigurosos, se producen penosos daños colaterales. Los habitantes son utilizados como escudos humanos por Hamas y, luego, las víctimas son presentadas como un elemento de propaganda buscando demostrar la brutalidad de la acción israelí y la comisión de crímenes de guerra por la ilegalidad de las acciones.
En estos momentos, las críticas a la acción militar israelí van en aumento, aunque el 16 de mayo el Consejo de Seguridad de la ONU no se pudo poner de acuerdo en cómo enfrentar esta grave situación. Sin embargo, el jueves próximo la Asamblea General de la Organización ha sido convocada por su presidente, ocasión en la cual las críticas a las consecuencias de la acción militar podrían tener una expresión mayoritaria en muchas delegaciones participantes.
Distintos Gobiernos estadounidenses buscaron un acuerdo entre israelíes y palestinos como parte de sus políticas en Medio Oriente. Desde el ex presidente Clinton, se acentuó la acción para resolver los problemas fundamentales entre las partes: las fronteras, los asentamientos, la seguridad, Jerusalén y los refugiados. En cambio, la política de Trump estuvo dirigida a priorizar los puntos de vista e intereses israelíes sobre el conflicto, con su “Plan de Paz para la Prosperidad” y su apoyo a los asentamientos israelíes.
En semejante contexto, Netanyahu devino durante doce años el líder de su país, apoyándose en la derecha y en los Partidos religiosos, durante los cuales consolidó a los asentamientos israelíes y dejó atrás la negociación efectiva del proceso de paz con los palestinos (tema que no figuró en los debates de las últimas cuatro elecciones parlamentarias), al amparo de su eficacia para enfrentar al COVID-19 y a los múltiples conflictos regionales, ante los cuales siempre sostuvo la necesidad de actuar ante el objetivo iraní de eliminar a Israel.
Un desarrollo significativo fue que, con el apoyo de Trump, obtuvo la normalización diplomática de los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos con Israel (los Acuerdos de Abraham, formalizados a partir del 15-9-2020). Su objetivo fue demostrar que estos Estados árabes dejaban de lado el condicionamiento previo de la solución de la cuestión palestina y están dispuestos a actuar de común acuerdo para estabilizar la región y condicionar a Irán, situación que ahora puede modificarse parcialmente.
Pero este propósito de superar la aspiración nacional de los palestinos está siendo confrontada por una nueva violencia comunal (de una dimensión que no ocurría desde el proceso de la creación del estado de Israel en 1948). Tiene lugar en el territorio israelí, que no es parte ni de Gaza ni de la Margen Occidental del Río Jordán, debido a que en varias ciudades que tienen poblaciones mixtas árabes y judías han comenzado enfrentamientos étnicos graves, que en el primer caso están protagonizados por una joven generación que no está vinculada con Hamas ni parece tener una conducción política pero que se identifica con la causa palestina y, en el segundo, por extremistas que se manifiestan en defensa de su identidad judía.
Pueden presagiar una situación anárquica (el 20% de la población israelí es de origen árabe) y un peligro para la coexistencia futura de ambas comunidades, lo que ha obligado al Gobierno a aumentar la presencia de sus fuerzas de seguridad. Esta situación es demostrativa de la vigencia de la cuestión palestina que el actual Gobierno israelí pretendió ignorar, y que va a continuar, aunque cese la lucha con Hamas.
Por su parte, según los analistas, el presidente Joe Biden parece demostrar un menor compromiso de Estados Unidos en resolver el conflicto israelí-palestino, cuando en Medio Oriente otorga mayor relevancia al programa nuclear iraní y debido a su prioridad en enfrentar los problemas derivados de la consolidación de China como superpotencia.
El Secretario de Estado Blinken dijo que la única manera de asegurar el futuro de Israel como Estado democrático y judío sería otorgar a los palestinos la titularidad del Estado al que tienen derecho, conforme a la fórmula aceptada por la comunidad internacional de “dos Estados conviviendo en paz y seguridad”. Pero para llevar ese propósito adelante es necesario realizar una serie de acciones que todavía no parecen estar en la agenda del Gobierno en Washington, que, además, enfrenta las críticas del sector progresista del Partido Demócrata que se manifiesta en favor de la necesidad de actuar en defensa de la población palestina.
Una consecuencia política de suma importancia previa a estos acontecimientos es que Israel tuvo cuatro elecciones generales en menos de dos años. Después de la última contienda electoral, Netanyahu no pudo formar un Gobierno (en parte por sus actuales procesos legales ante la Justicia), por lo cual Yair Lapid, del Partido de centro izquierda “Hay un Futuro” (Yesh Atid), recibió dicho mandato del presidente Reuven Rivlin, pero cuando un arreglo parecía inminente está en una situación muy difícil, pues representa una modificación sustancial de la convivencia política en Israel.
Se debe a que una coalición contraria a Netanyahu, además del endoso de partidos de derecha y de izquierda, para alcanzar 60 votos en la Knesset depende también del apoyo de los Partidos árabes, entre ellos, el de la Lista Árabe Unida, de Mansour Abbas de tendencia islamista (Raam), lo que no tiene precedentes, y del líder del Partido Yamina, Naftali Bennett, de extrema derecha, que tienen puntos de vista muy distintos de la problemática palestina.
Eventualmente, el Primer Ministro Netanyahu podría beneficiarse de la violencia pues, ante el fracaso de sus opositores y como consecuencia de los desarrollos para enfrentar a Hamas, puede tener la posibilidad de intentar nuevamente formar un Gobierno o Israel debería convocar a su quinta elección parlamentaria.
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