El problema de los residuos generados por el ser humano y descartados en entornos naturales es tan grave y tan universal que hubo que crearle una palabra propia en español: basuraleza. En inglés, littering, había que explicarla demasiado haciendo que el mensaje se diluyera sin impactar ni concientizar sobre la importancia de esta catástrofe. Pero basuraleza es tan clara, tan gráfica, también tan peligrosa y decisiva en el calentamiento global y para nuestro futuro, que los expertos en sustentabilidad piden que se la incorpore al diccionario de la Real Academia.
El hombre no sólo es el único ser vivo que genera basura -en los reinos animal y vegetal los deshechos se reconvierten-, sino que además anda buscándole nombre a las consecuencias ambientales de sus actos, después de cientos de miles de años de evolución.
El Día Mundial del Reciclaje se conmemora cada año en un contexto de estadísticas complejas. Para poner ejemplos: de las más de 2.100 millones de toneladas de residuos que produce la humanidad anualmente, solamente un 16% se recicla. Desde que se inventó hace más de un siglo sólo se recuperó un 9% de todo el plástico que se fabricó. En los mares del mundo se encuentran desde pañales usados hasta neumáticos y heladeras. Una bolsa que se tira a la calle en la ciudad de Buenos Aires puede llegar al río a través de los conductos pluviales y terminar en el estómago o los intestinos de un ave o tortuga marina. Los estudios marcan que cada vez se consume más pesca contaminada con microplásticos. Y así infinitamente…
Pero este 17 de mayo, además y por segundo año consecutivo, nos encuentra con el mundo todavía dominado por el COVID-19 y seriamente comprometido por sus consecuencias sociales y económicas, que no distinguen países, particularidades ni jerarquías. Como el cambio climático.
Quienes trabajamos en la construcción de ciudades más humanas y sustentables estamos convencidos que la crisis del coronavirus vino de la mano de la crisis ambiental. Y que este virus trajo también el enorme desafío y la oportunidad única de hacernos reflexionar, aprender y enfocar hacia un camino más limpio y responsable con nuestro entorno y con el planeta.
Según Naciones Unidas, para evitar niveles desastrosos de calentamiento global se necesitan “cambios rápidos, de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad”. Y se necesitan ya.
Con esa necesidad y bajo el paraguas del Plan Ambiental Climático de la Ciudad, lanzamos Ba Recicla. El objetivo es que todos los vecinos y vecinas separen los residuos en sus casas y lugares de trabajo y duplicar la cantidad de residuos reciclables que son recolectados y llevados a los Centros Verdes de la Ciudad para su tratamiento y vuelta a la industria.
El plan mejora la infraestructura y la logística, busca ordenar la reglas, fortalece la gestión social del sistema y el trabajo de los recuperadores urbanos, pero sobre todo sienta las bases de una auténtica transformación cultural que involucre a todos los actores –ciudadanos, empresas, comercios, industrias y ONGs-, y nos permita avanzar hacia un paradigma de economía circular que nos ubique entre las ciudades más comprometidas de la región en la lucha contra el cambio climático.
Reciclar tiene un impacto altamente positivo, porque reduce el consumo de recursos naturales, las emisiones de gases de efecto invernadero y la cantidad de residuos enviados a rellenos sanitarios. Pero además, genera múltiples beneficios sociales y económicos asociados al surgimiento de empleos verdes y nuevas profesiones dentro de la industria del reciclado. Gracias al trabajo articulado entre gobiernos, vecinos, instituciones y sector privado, podrían abrirse oportunidades para todos en, tal vez, el momento de inflexión más evidente que está viviendo la humanidad.
La batalla que le debemos al planeta es enorme. Pero ojalá llegue ese día, quién sabe, en que el 17 de mayo, Día Mundial del Reciclaje, podamos celebrar un estilo de vida y ya no una llamada desesperada a la acción.
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