Luego de Julio Argentino Roca, quizás Carlos Pellegrini haya sido el principal representante de la generación del 80. Además de haber logrado sortear una de las mayores crisis por las que le tocó atravesar al país -Paul Groussac lo denominó “piloto de tormentas”- fue el principal impulsor de la formación de un partido conservador moderno. Como veremos, este último aspecto de su accionar resulta relevante a la hora de entender nuestro presente.
La carrera política de Pellegrini puede dividirse en dos etapas. Durante la primera, su principal objetivo fue mantener el orden político. Luego de décadas de conflictos entre caudillos, creía que la estabilidad política era un requisito para que la joven república pudiese alcanzar la paz y el crecimiento. Durante este período se dedicó a fortalecer el poder central y asegurar las libertades cívicas. Pero al igual que otros miembros de su generación, para lograr estas metas estuvo dispuesto a sacrificar las libertades políticas de los argentinos. De esta manera, las sucesiones presidenciales pasaron a ser definidas por acuerdos entre líderes y no a través del voto popular.
En muchos aspectos, este “orden conservador” fue sumamente exitoso. Durante aquellos años la Argentina logró alcanzar un crecimiento económico sin precedentes, mantuvo la paz con sus vecinos y creó las condiciones para que millones de inmigrantes llegaran a nuestra tierra. Esta camada de líderes construyó un sistema educativo de primer nivel y fortaleció las instituciones estatales sin entorpecer en el proceso la labor del sector privado.
Pero a diferencia de muchos de sus compañeros, Pellegrini entendió que el orden de los 80 fue una etapa que debía ser superada. Que, a principios del siglo XX, con la consolidación del poder federal y el surgimiento de una opinión pública educada, ya era tiempo para establecer una república democrática. Consideraba que lo único que lograrían las restricciones políticas era consolidar un rechazo social que ponía en peligro todo lo bueno que la Argentina había conseguido. En definitiva, sólo una apertura del sistema traería orden y estabilidad.
La visión Pellegrini no se limitó a poner fin al fraude electoral, sino que también buscó mejorar la situación de los trabajadores. Consideraba que la relación entre capital y trabajo debía ser una de colaboración y no de competencia. Dadas estas opiniones y el respeto que mostraba por sus adversarios, no deben sorprendernos la amistad que el líder porteño mantuvo con Hipólito Yrigoyen o la admiración que Marcelo T. de Alvear expresaba por su patriotismo.
Las políticas de Pellegrini respondían a una lógica: la del conservadurismo. Nuestro ex presidente fue un gran admirador de esta tradición y a lo largo de su carrera prestó especial atención a la evolución de los partidos conservadores en Estados Unidos y Gran Bretaña. Rechaza los cambios violentos, y esto explica la admiración que sentía por la independencia de los Estados Unidos y su rechazo a la Revolución Francesa. Entre otros males, consideraba que las revoluciones fomentaban la anarquía y desdeñaban a las tradiciones nacionales. Para Pellegrini la democracia y la república eran posibles gracias a los hábitos y las costumbres adquiridas por el pueblo.
Su preocupación social también era producto de su pensamiento conservador. Al fin y al cabo, otros líderes conservadores, como Otto Von Bismarck en Alemania, fueron quienes a fines del siglo XIX implementaron las primeras leyes que buscaron proteger los derechos de los trabajadores y establecer una red de asistencia social.
¿Qué explica la importancia histórica de Pellegrini? En primer lugar, su actuación como vicepresidente y presidente de la Nación durante la crisis de 1890. Fue gracias a su capacidad para entender la situación y su habilidad para negociar que se evitó el caos político y económico. Pero su figura también resulta relevante porque es el político que mejor representa la tradición conservadora en la Argentina. Es más, es posible que su temprana muerte en 1906 explique la falta de un partido conservador moderno en nuestro país. Nunca más volvimos a tener un líder con la capacidad para hacerlo.
Y las consecuencias de no tener un partido de este tipo han sido significativas. Por un lado, porque a partir de 1930 una parte importante de la clase dirigente volvió a optar por el fraude electoral -y los golpes de estado- en vez de consolidar una alternativa electoralmente competitiva como la que proponía Pellegrini. Esta decisión traería inestabilidad política. Por otra parte, y más allá de los méritos y debilidades del conservadurismo, porque a partir de entonces hemos carecido del equilibrio que se da gracias a la presencia de distintas visiones. En efecto, el debate político en la Argentina está dominado por opiniones que provienen de otras tradiciones de pensamiento y gobierno, como son el liberalismo y el progresismo.
La carencia de una perspectiva conservadora nos permite entender varios aspectos de la excepcionalidad argentina. Entre estos se encuentran la falta de políticas fiscales responsables y una política exterior que suele obviar principios como el realismo, la moderación y la necesidad mantener ciertas políticas a lo largo del tiempo. Por último, es posible que la ausencia de una perspectiva conservadora también explique la progresiva disgregación de una sociedad que ve cómo la idea de nación que alguna vez imaginaron próceres como Pellegrini comienza a desvanecerse.
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