“Si las nuevas propuestas de la deconstrucción se vuelven mandatos que oprimen nuestra vida cotidiana, entonces seguimos atrapados en el mismo modo binario y patriarcal. El desafío es intentar construir una mirada más amorosa”.
Solange Goszczynski
Conocí a mi amiga Sol varios años atrás. Sol es miembro del departamento de Psicoanálisis del Centro Oro y docente de la materia Sexualidad y Salud en la Universidad de Belgrano. Esa persona tan hermosa es mi amiga, psicóloga feminista y me encanta decirlo así. Hoy en día, al menos para mí, eso tiene un valor diferente. Sol es de esas amigas con las que puedo charlar horas sin cansarme. De esas con las cuales aprendés de los encuentros e intercambios. Es algo así como un libro abierto. Entre mates y echadas sobre el césped, me ha compartido herramientas y miradas desde el psicoanálisis que jamás había pensado. Justamente, el otro día en un llamado, me hizo una pregunta que me resultó difícil de responder: “¿Qué es la deconstrucción para vos?”. En mi mente la respuesta estaba clara, deconstruirse es… Y de pronto, cuando quise responderle, me bloqueé y me empecé a ahogar con mis propias palabras. “¿Qué es la deconstrucción?”, me repetía una y otra vez, pero más que un mantra terminó siendo un trabalenguas.
La nueva génesis de construcciones socio-sexuales trae a la mesa de trabajo nuevas maneras de pensarnos. Algo así como un “renacer”, un borrón y cuenta nueva, un detox de las pautas y cánones culturales preestablecidos tiempo atrás. Y, si bien me invaden unas ganas tremendas de sentarme a tomar un café con aquella persona que impuso por primera vez las diferencias culturales entre sexos y decirle un par de cosas no muy amables, creo que lo mejor es mirar hacia adelante y pensar entonces el famoso “y ahora qué”. No por esto olvidar, eso JAMÁS. Ya lo sabemos… Me refiero a saber en dónde invertir nuestro tiempo y militancia y en dónde no. El intento de analizar las bases del patriarcado es absolutamente válido, pero más (o también) lo es analizar las bases de nuestro futuro. Y sobre todo de nuestro presente.
La dominación masculina y la subordinación femenina siguen estando vigentes en nuestro día a día. Eso es algo por lo menos para estar atentes. El patriarcado se distingue por su vigorosa posibilidad de generar estructuras universales en todo tipo de sociedad. El tipo es experto en manipularnos… Y lo llamativo es como, a pesar de las nuevas voces y miradas, estas estructuras permanecen. Hay algo que hace que aún el patriarcado no quiera abandonar este mundo. “Es que hay algo propio del ser humano, amiga… algo de lo que nos cuesta salir y es de los mandatos”, me decía Sol. ¡Y cómo le gustan los mandatos al patriarcado my god! Pareciera que estamos chipeades para imponer en el otre una serie de cuestiones que para nada pertenecen a la naturalidad del ser humano. Esos mandatos que vienen a señalarnos, muchas veces entre amigas y compañeras. Ese dedo juzgador bajalínea que sigue fomentando la desigualdad sexual.
En un momento de la charla le pregunté a Sol cómo relacionaba, a la hora de atender a sus pacientes, su feminismo. Lo que más me gustó de la respuesta es la simpleza, en el buen sentido de la palabra. Sol supo desarmarme, en pocas palabras, la armadura de mandatos que yo también llevaba puesta. “Al igual que hago todo lo que hago, amiga”. Claro… ¡Ahí está! El feminismo es ese estado constante de amorosidad. Entonces, la deconstrucción es el puente hacia ella.
Tal vez podríamos pensar a la deconstrucción como un proceso, un acto de reivindicación, una metamorfosis. El hecho de haber transitado nuestras adolescencias e infancias bajo la mirada de un mundo patriarcal, nos hizo repensarnos desde las raíces más profundas de nuestro ser. Nos obligó a deconstruirnos para reconstruirnos. A adaptarnos para reinventarnos. Y, como el mundo aún se empeña en mantener algunas costumbres viejas y parámetros estrictamente heteronormativos, esa obligación sigue vigente.
Sí, podríamos hablar horas sobre el concepto de Deconstrucción como tal y citar párrafos y párrafos de Derrida. O mejor directamente leerlo a él… Pero creo que el feminismo y, la igualdad que plantea, es también un poco corrernos de ese mundo académico elitista (y no por eso malo, para nada) para poder, así, compartir una lucha de igual a igual. Quiero decir que lo más hermoso del feminismo es poder hablarnos con el mismo lenguaje. Y para eso, muchas veces, a mí me resulta más adecuada la cotidianeidad que los libros.
Sol me contaba sobre cómo se escucha en el consultorio temas personales teñidos de emociones colectivas. Y es cierto, yo misma como paciente muchas veces llevo temas a la sesión que, para mí son absolutamente colectivos, pero mi psicóloga (con ese “don especial” que tienen les psicoanalistas de atar cabos) lo lleva al terreno de lo singular. Es impresionante como, incluso desde el feminismo, nos seguimos juzgando a nosotres mismes. Y acá no hablo ni siquiera del amor propio, hablo de cómo seguimos resguardándonos en los binarismos, en la norma, en lo que “corresponde y lo que no”. La constitución del “ser mujer” también nos invade en nuestros propios análisis. Ese espacio, que poco tiene que ver con el afuera y mucho con el adentro, también es penetrado por los mandatos patriarcales.
La deconstrucción de esos mandatos está en dejar de dar por sentado que la mujer es quien levanta los platos mientras el hombre mira el celular. Dejar de cosificar a las mujeres en la televisión. Deconstruirse es no asumir que una mujer es lesbiana por no depilarse. Ni asumir que un varón es gay por pintarse las uñas. Hacernos cargo de que las mujeres ganan menos que los hombres y hacer algo para cambiarlo, es deconstruirse. Dejar de ver a la mujer que coge mucho como a una puta y al varón como un campeón. Dejar de invisibilizar y romantizar la prostitución y trata de mujeres, es deconstruirse. Dejar de pensar que las mujeres deben ocuparse de las tareas domésticas y los hombres no, de pensar que ellas son quienes se deberían “ocupar”de sus hijes mientras que los hombres solo deberían “colaborar”. La deconstrucción es también dejar de imponer sexualidades y gustos a les hijes. Dejar de juzgar los genitales del otre. Todo esto y más es posible, siempre y cuando aprendamos a ser tolerantes y empáticos.
Ser feminista, en definitiva, no significa más que eso; ser tolerante y amoroses con el entorno que nos rodea y eso involucra a todos los seres de nuestro planeta tierra, incluidos los animales. El enojo, la desesperación, la indignación y el hartazgo, son algunas de las consecuencias que surgen luego de haber tenido que aguantar, por siglos, las imposiciones de aquellos mandatos y el constante maltrato y opresión hacia las mujeres y comunidades LGBT+Q.
Todos estos sentimientos son propios y necesarios para los procesos de deconstrucción. Y en esa deconstrucción personal, es normal frustrarnos. En las escuelas no nos han enseñado sobre sentimientos. Con todo lo que eso implica. Pero, por el contrario, sí nos han hostigado con estándares emocionales impuestos y desde entonces que imaginamos el amor a través de una pareja heterosexual de solo dos personas, de edades iguales o parecidas, con tareas muy diferentes y por supuesto, con posibilidades reproductivas. Es entendible que combatir toda esta bajada de línea que lleva años metiéndose y comiendo nuestras cabezas, a veces nos acarree una mayor dificultad. Hemos asumido modelos sentimentales, estereotipos de género, modos de relacionarnos, modos de coger, de masturbarnos, de hablar y hasta de pensar. ¿En qué mundo cabe que la mujer sea una sucia por hacerse la paja y el hombre un capo total? ¿En qué mundo cabe que la mujer sea puta por cogerse a muchos y el hombre, otra vez, un capo total? Lamentablemente, en este. Todos estos estándares los tenemos muy muy dentro nuestro. Incorporados hasta lo más profundo de nuestro sistema emocional; allí, justo al fondo del iceberg.
“¿Qué es entonces la deconstrucción, Sol?” le pregunté casi al final de nuestra charla. “Esto”, me dijo la muy sabia. “Hablar, preguntar, curiosear, investigar, construir nuestro pensamiento, nuestra voz, nuestros esquemas y modalidades propias”.
Deconstruirnos es entender que aún queda mucho por saber, por aprender y re-aprender. Que hay muchos modos de hacer todo. Que no todo pasado fue mejor y que no todo lo aprendido en nuestras casas y escuelas es la verdad absoluta porque ¡no hay tal cosa! La verdad más absoluta está en nuestro presente y a esa no hay con qué darle. Tener celos o no, depilarse o no, ser heterosexual o no, tener una relación abierta o no, usar bikini o enteriza, sunga o short, sigue siendo parte de los binarismos que no nos cansamos de imponer. ¡Basta! No tengamos miedo a desconfiar, a enojarnos y a amigarnos cuando lo valga y a no hacerlo cuando no, a dejar de juzgar desde la superficialidad, a saber perdonarnos y contemplarnos y a siempre escuchar a les demás.
Si pensamos al machismo, en todas sus formas y representaciones, como una consecuencia del sistema patriarcal, entonces el feminismo sería como la herramienta de defensa a esos mecanismos de opresión que venimos arrastrando hace siglos. Probablemente, si nuestro sistema no fuese patriarcal, no necesitaríamos del feminismo como una lucha sino que, tan solo sería la forma común y corriente de vivir y de relacionarnos; a través de la igualdad.
Pero hasta que eso suceda, nos toca deconstruirnos y para eso tenemos que poder salir del “yo todopoderoso”, del “ego venenoso” y del “pantano del perfeccionismo” para así, poder entrar en el mundo “todo free”. Hace ya cinco años que decidí vivir en ese mundo y déjenme decirles… ¡Es mucho mejor! Ojo eh, que de fácil no tiene nada. Cuesta como cualquier otro mundo. Pero aquí estoy intentándolo y el simple hecho de intentarlo me llena de felicidad.
Haber entendido que el mundo es mucho más que blanco y negro o azul y rosa fue el descubrimiento más valioso de mi vida. Saber que el mundo es tan grande como uno lo vea y que las posibilidades de amores son infinitas es el mayor alivio que une como ser humano puede tener, es la mismísima libertad. ¡Ahí está, Sol! Deconstruirse es ser libre, por fin libre.
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