No tenemos que exagerar nada para que todos comprendamos que la situación que está atravesando Argentina es de una gravedad inusitada. El nivel de exclusión social al que llegó nuestro país nos hace pensar que ya no tenemos una Argentina desfigurada respecto de la de hace unas pocas décadas atrás, sino que ya es otra Argentina completamente distinta. Un país que demanda una evolución política mayúscula respecto de cómo llevamos a cabo la tarea de gobernar democráticamente, para poder superar el pesimismo con mejoras reales y permanentes, con el objetivo de volver a generar la confianza en un futuro mejor.
En los últimos años la política argentina se caracterizó por una constante confrontación y división de las fuerzas democráticas. Esta división produjo una situación de estancamiento y de impotencia frente a la degradación y la increíble reversión de nuestro desarrollo. Haciendo siempre lo mismo, estamos cada vez peor.
Pero no todos están mal en la Argentina. Hay quienes se aprovechan de esta situación que los consolidó como principales actores no “de reparto” sino “del reparto”, que es otra cosa. Frente a ellos, el poder de la democracia, que es el poder del consenso, quedó debilitado, configurándose un mapa de privilegiados tanto en la política, como en el empresariado, el sindicalismo, la justicia u otras actividades sectoriales.
Las instituciones democráticas sin ese consenso que imponen, son permanentemente desnaturalizadas y corrompidas. Terminan haciéndole trampa a los gobiernos de turnos, más que sobrevivir que para gobernar. Es evidente que necesitamos de un fortalecimiento de nuestra democracia si queremos salir de esta situación dramática porque los gobiernos no pueden dedicarse a sobrevivir. Ni siquiera gobernando lo dado alcanza. Necesitamos gobernar la evolución, generar el consenso positivo que cambie este consenso por la negativa. El consenso de los que están cómodos en la decadencia.
Entre los que disfrutan de esa comodidad, están los promotores de la actual grieta, que en realidad disimulan su debilidad, ese enorme rechazo que cosechan a nivel social, manteniendo su protagonismo por fomentar la estrategia del mal menor. Pero el voto por la negativa, el voto “anti”, es el que vacía el centro de los políticos constructores de consenso y generadores de transformaciones, por aquellos que se limitan a gesticular y a insultar. Los que más vociferan en la grieta son los verdaderos garantes del inmovilismo, y hasta de la corrupción generalizada (que es la máxima expresión del “cada cual atiende a su juego”).
En su debilidad, cada polo elige a su “villano favorito”. Esto degrada el juego democrático de la alternancia. Raúl Alfonsín, el generador de acuerdos del 83, que por la fortaleza con la que fue establecido aún mantiene la esperanza de un cambio consensuado como fruto del diálogo y la construcción colectiva, supo que necesitaba al mejor peronismo como oposición y no al peor. Apostó al diálogo con la Renovación y no al facilismo de instalar como interlocutores válidos a los derrotados electoralmente. Eligió a un interlocutor, a Antonio Cafiero y no a un mero sparring, a Herminio Iglesias. No en vano, Alfonsín les decía a sus hijos que la mejor discusión es la que se empata.
La política debe reconstruir ese centro de diferentes que dialoguen, procesen el conflicto para trascenderlo y así permitir la evolución. El diálogo solo es constructivo entre diferentes. No puede ser que la política no dialogue, no se pueda sentar a converger y a avanzar, mientras permitimos blanqueos y amnistiamos a los que violaron la ley, y ellos sí se pueden juntar y sin ningún tipo de problemas.
La sociedad necesita que ese diálogo sea institucional y entre instituciones. No pueden ser arreglos personales e informales. Necesitamos generar una garantía de sustentabilidad de más largo plazo para salir de la exacerbación de la coyuntura actual. Sobre esos consensos, después podemos discutir los detalles técnicos, los planes, los proyectos. La política debe preceder a los técnicos, para precisamente facilitarles su trabajo y volverlo efectivo.
Los problemas económicos y sociales argentinos son lo suficientemente complejos para que sólo los afronte un gobierno o una coalición de partidos. La necesidad de dialogar y buscar políticas que trasciendan las necesidades del corto plazo no anula las diferencias sino más bien las deja más claras: las transparenta de cara a la sociedad. Es lo contrario de la política del griterío y las chicana ramplona que impide enfocarnos en tamaña tarea.
La dinámica facciosa, frente a una sociedad golpeada por una crisis social inaudita, debilita a la política porque la vacía de contenido y porque iguala a todos sus miembros. Si los contrastes son por el tipo de insultos esgrimidos, las únicas que festejan son las minorías intensas, mientras que las grandes mayorías terminan desinteresadas de los asuntos públicos.
La política democrática tiene que brindar diferencias que se basen en propuestas sustantivas, sobre todo en momentos en que enfrentamos tantos desafíos colectivos como país. Por eso desde Juntos por el Cambio tenemos que mostrar que somos realmente diferentes del kirchnerismo, que elaboramos alternativas para los problemas de los argentinos y que nuestra vida política nos va en poder llevarlas adelante. No en derrotarlos, en vengarnos por situaciones del pasado o en descalificarlos.
Es importante ganar para darles a nuestros hijos una opción de futuro. Seguir el ejemplo del kirchnerismo y apostar a las posturas extremas nos aleja del triunfo electoral, ya que debemos ser capaces de convocar a vastos sectores sociales a una nueva epopeya democrática. Cada vez que insistan que debemos resignarnos a un presente decadente justificado por un pasado imaginario, tenemos que contestarles con estrategias sobre un futuro diferente. Y a cada uno de sus discursos de intolerancia, tenemos que contrastarlos con nuevas voces, con nuevas miradas. Liderar la evolución es ser diferentes y aprender de los errores.
Porque volvemos a recrear la Argentina para todos y todas por medio de la evolución que solo da el consenso, o ella será invivible para cualquiera.
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