Besos robados, besos prohibidos

El día en que el beso a Blancanieves entró a Cinema Paradiso

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Encaro el escrito sin eludir la sensibilidad existente sobre los temas de violencia de género, cultura de la cancelación y abusos diversos. Y mal haría cualquier persona en confundir estas líneas como una defensa de lo que considero realmente un atropello, un ultraje o una violación en cualquier grado y tenor. Por lo que ruego al lector me permita discurrir con relatos y metáforas sobre tendencias, que por suerte, irreversible y certeramente avanzan sobre estos excesos y agravios. Me crie en la convicción que la muchacha a nuestro costado siempre debía caminar del “lado de la pared” y que cualquiera fuera el lugar al que se llegara, siempre ella debía pasar delante al paso de la puerta abierta previamente por nosotros. Estos detalles iban acompañados por miles de adicionales tales como arrimarle la silla, abrir la puerta del auto tanto al bajar como al subir, jamás permitirle pagarle una cuenta y (mi preferida) la mejor ubicación en una mesa siempre sería para ella, entre tantas otras buenas costumbres más.

Si usted no participa de estas creencias, quizás sea mejor que deje de leer aquí. Lo que viene es una exaltación a la caballerosidad y de los misteriosos vericuetos que unen a una mujer y a un hombre. Permítame dejar fuera otro tipo de relaciones y en todo caso, cárguelo a la cuenta de mi edad. Seguramente, si ha sido beneficiado con una actitud de mente abierta y a la vez con cierta piedad, probablemente sabrá entender que lo que cuento, es para cualquier tipo de relación percibida o “auto percibida”, al decir de estos tiempos. En otras palabras, cualesquiera con cualesquiera, en cantidad y formología.

Cuenta la historia que el “Oreja” Balbastro, petiso, regordete, nada “agraciado” dirían las señoras de Pichincha y Carlos Calvo, estaba profundamente enamorado de Marlene, la piba imposible. Ella pasaba erguida y seria pedaleando con hidalguía su bici con timbres polifónicos y muchas tiras multicolores que colgaban de su manubrio. A todos ignoraba, no solo al “Oreja”, sino a cuanto chico se le cruzara y algo le dijera. Pero Balbastro no llegaba a balbucear frase alguna. Jamás saldría de su boca una galantería o un dicho en flores de colores, ya que solo quedaba extasiado a su pasar, que puntualmente se producía a las cuatro de cada tarde. Conocedor de horarios, el “Oreja” se apropicuaba minutos antes y casi sin dejarse ver, se sentaba sobre el cordón de la acera para verla pasar, solo por un segundo, de reojo, como quien no quiere la cosa. En esos escasos metros, Marlene recibía de los matadores de toros, como diría Calamaro, las frases más excelsas y ampulosas, sin negar que muchas de ellas rondaban la grosería. La escena se repetía todos los días y Balbastro, sabedor que en la vida no somos más que instantes, un día decidió jugársela a todo o nada. Su imaginación voló más alto que la cometa que haya estado jamás en los cielos del Barrio de San Cristóbal. Y así fue como tomó “prestadas” unas tizas de colores de su escuela y con las mismas dibujó centenas de flores, nubes, ángeles y estrellas sobre el largo sendero por donde ella pasaría. Escondió sus manos sucias de tanta tiza y esperó, simplemente esperó en su cordón de siempre.

Las vecinas chismeaban indignadas pero el “Oreja” se sentía feliz por su obra, después de todo Marlene pasaría por allí y vería en su camino una suma de arabescos y firuletes que no representaban otra cosa que el amor secreto que el “Oreja” le guardaba. Por cierto en la primer lluvia todo desaparecería para siempre, como muchos amores, ciertos dibujos también son fugaces. La pedaleada de ese día supo a triunfo con música de valses que incluso él jamás había escuchado. La piba “imposible” supo enseguida que alguien le estaba regalando su amor. Pero ella era de “las de sin dueño”, por lo menos al pensar del “Oreja”. Pasaron varios días y él siguió dibujando flores y más flores con lo poco que le quedaba de tizas. Fue un lunes, a las cuatro de la tarde, en que ella dejó su bicicleta, se arrimó silenciosamente por la espalda de Balbastro quien seguía sentado en el cordón de la vereda. El “Oreja” percibió el acerque, su sangre explotaba en colores y fluía a velocidades desconocidas. Temeroso se escondió detrás de una revista y sin pedir permiso ni decir “agua va”, ella, la “lejana”, la “de nadie”, le dio un suave beso en la mejilla, para rápidamente subirse a su bicicleta alada y partir con destino de casa. Balbastro decididamente no lo esperaba y claramente no había dado su consentimiento. Fue un beso robado. Cuando quiso reaccionar para decir vaya a saber que cosa, ella ya estaba dando vuelta la esquina para no volverla a ver nunca jamás. El “Oreja” se quedó pensando si realmente lo que quería era un verdadero beso o mejor hubiera sido dejarlo en sus imaginaciones y sueños imposibles. Pero el pequeño ósculo ya estaba entregado. Nunca sería olvidado ni devuelto.

Katie Dowd y Julie Tremaine (reconocidas periodistas americanas y participantes de movimientos feministas) afirmaron recientemente que “no está nada bien enseñarles a los niños besar a la otra parte cuando no han dado su aprobación, más aun cuando una de ella está dormida”, haciendo referencia a Blancanieves y su Príncipe. El “Oreja” nunca entendería sobre que estarían hablando estas señoras. El solo pensaba que no se puede renunciar a aquello con lo que sueñas todos los días. Son tiempos de muchas soledades disfrazadas con amistades virtuales en la nube de las computadoras, por cierto absolutamente vacías y desconocidas. Nos hemos convertido en algoritmos andantes, predecibles y geo referenciados. Mientras Netflix es su refugio, Facebook es la avenida de las lindas vidrieras e Instagram es el reflejo de un solo segundo, atrás quedaron para siempre las veredas de los besos no esperados. Estamos sepultando a esos tímidos primeros besos, dados entre tantas dudas y vergüenzas contenidas. Mi tributo de hoy no es solo a los Hermanos Grimm es también a Giuseppe Tornatore, romántico eterno que no solo escribió sino también dirigió “Cinema Paradiso” (1988), refugio de los besos prohibidos para luego ser reencontrados por Salvatore en la memorable escena final. Quien no lloró con esa secuencia de besos, con música de Ennio y Andrea Morricone, jamás podría entender estas líneas.

Es probable que las nuevas generaciones, con actitudes tan binarias (me gusta/ no me gusta), no sepan que son las despedidas de las primeras salidas con ese titubeo de avanzar sobre una mano, o de dar un toque al brazo o francamente intentar el encare a una mejilla, en lo posible en las cercanías de la boca. Si es así, se están perdiendo esas zonas indefinidas, cuando el amor aún no está declarado y se camina por un angosto sendero lleno de dudas, de temores, de excitadas irresoluciones. Es allí, cuando los jóvenes descubren que Tinder ya no los contiene, pues están en el mundo real. Pero atención lector, en las cuestiones del amor siempre habrá uno que encare primero.

Si está en pareja o está en esas preliminares con destino de final, dele un gran beso por asalto. No hay como un abrazo sorpresivo y su huella será para siempre. Deje los fuegos artificiales eligiendo lugares de promoción de tarjetas de crédito. No mal gaste en flores, ya que Sabina no le permitiría un “Amor Civilizado”. Y si esta sola o solo, me permito un humilde consejo: no se quede con melancolía o pesadumbre llorando por los rincones. Si quiere a esa piba, a ese pibe, vaya por él o por ella. Arrebatar un beso, cada tanto viene bien. Enumere y recuerde una por una todas esas historias de amor que ha vivido, las apasionadas y las calmas de contención. Al momento del balance, esas historias estarán en sus activos. Cuando los muchachos románticos tengan que empezar a pedir permiso al momento en que la vida a ambos les pide “cuero” (Jaime Roos) o cuando solo les quede de refugio el final de “Cinema Paradiso”, es porque el desconsuelo se ha llevado puesto al mundo. Lector por favor, que tu boca no calle lo que siente tu corazón.

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