En su libro El Planeta Inhóspito, David Wallace-Wells sostiene que “nuestro planeta es grande y ecológicamente diverso; los humanos hemos demostrado ser una especie adaptable, y puede que sigamos adaptándonos para sortear una amenaza letal; y los efectos devastadores del calentamiento pronto serán demasiado extremos para que podamos ignorarlos, o negarlos, si es que no lo son ya”.
Esta crisis ambiental tendrá (y ya tiene), como afirma Wallace- Wells, un impacto social de magnitudes extraordinarias, ya que muchos de los horrores climáticos más implacables afectarán a quienes están en peores condiciones para superarlos o reaccionar ante ellos. Esto es lo que se suele llamar el problema de la justicia climática.
El calentamiento depende, en gran medida, del carbono, y uno de los desafíos prioritarios es secuestrar ese carbono para lograr aumentar lo mínimo posible (e idealmente reducir) la temperatura del planeta.
La agricultura y los cambios en el uso de la tierra son una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero (GEIs), dado que este sector contribuye aproximadamente en un cuarto de las emisiones totales.
Por otro lado, los ecosistemas terrestres y marinos capturan una gran parte de estas emisiones, aunque la mayor parte permanece en la atmósfera. Sin embargo, sabemos que si se realizan buenas prácticas y manejos agropecuarios podemos mitigar las emisiones e incluso capturar parte de los gases que ya fueron liberados.
En Argentina, el sector agropecuario representa una de las principales actividades económicas y su potencial de mitigación y captura, por lo tanto, es muy grande.
Uno de los problemas que tenemos es que la actividad humana en general está inhibiendo la capacidad de los sistemas naturales de regenerarse y cumplir sus funciones de manera automática (entre ellas capturar carbono). No solo a las prácticas agrícolas-ganaderas-forestales, obras de infraestructura, urbanización, industria... Nuestra actividad inhibe ciclos naturales centrales que permiten que la naturaleza haga sola gran parte del trabajo. Estos ciclos funcionan dentro de sistemas naturales (ecosistemas), los cuales tienen un punto de quiebre que no recuperan su integridad y colapsan.
Por eso la conservación de ciertos ecosistemas en ese sentido es importante porque la naturaleza funciona en sistemas y nosotros los destruimos, transformamos, interrumpimos.
Imaginemos un instrumento financiero que nos permita invertir para fomentar la conservación y regeneración de tierras y ecosistemas. Parece lejano e imposible, pero no es así: es necesario comenzar a pensar en este tipo de soluciones de mercado. Debemos encontrar formas para financiar las buenas prácticas, conocidas como Soluciones Climáticas Naturales, donde se promueve y acompaña a la transición de productores agropecuarios hacia nuevos manejos.
Tenemos que lograr que en lugar de deteriorar los recursos naturales y liberar GEIs a la atmósfera puedan conservar, regenerar y revalorizar sus recursos a la vez que mitigan el cambio climático.
Dentro de estos proyectos podríamos destacar la agricultura y ganadería regenerativa, las forestaciones y los sistemas mixtos como los silvopastoriles (ganadería y forestación), entre otros. El proceso es simple: medirse, mitigar y neutralizar el carbono emitido para lograr el necesario equilibrio.
La banca de carbono o fondo de regeneración sería entonces una inversión en naturaleza. Necesitamos trabajar con la naturaleza, en vez de hacerlo en su contra. Sería promover la regeneración natural de los ecosistemas, capturando carbono, aumentando la biodiversidad y combatiendo al cambio climático.
Se trata de conectar proyectos regenerativos con inversores de impacto, financiando y promoviendo el desarrollo de proyectos de regeneración de ecosistemas naturales, mientras se logra un retorno razonable para el inversor. El propósito es poner el dinero al servicio de la regeneración de ecosistemas. Si no es para esto, no sirve para nada.
De manera inesperada, concluye Wallace-Wells: “El calentamiento global ha comprimido en dos generaciones la historia de la civilización humana: la primera se propuso rehacer el planeta para hacerlo sin lugar a dudas nuestro, un proyecto cuyos residuos, el veneno de las emisiones, se abren paso despreocupadamente a través de milenios de hielo tan rápido que podemos ver a simple vista cómo se derrite, y cómo se destruyen las condiciones ambientales que se han mantenido estables y reguladas con firmeza durante, literalmente, toda la historia humana. La segunda se enfrenta a una tarea del todo distinta: preservar nuestro futuro colectivo, impedir toda esa devastación e imaginar una vía alternativa”.
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