Latinoamérica: desigualdades y contrastes

La situación interna en muchos de sus países dista de ser una panacea democrática de convivencia pacífica, estabilidad institucional y plena vigencia de los derechos humanos

El presidente Alberto Fernández encabeza una cumbre del Mercosur. (Presidencia)

América Latina es, sin dudas, una región de grandes contrastes fruto de las notables y profundas desigualdades que caracterizan sus países. Como lo ha venido remarcado la CEPAL desde hace ya varias décadas, la región no es la más pobre del mundo, pero sí la más desigual del planeta. Tal es así que, como señala un informe publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PUND) a finales de 2019 -es decir, antes de que la inédita pandemia global del covid-19 impactara fuertemente en nuestras vidas-, el 10% más rico concentra el 37% los ingresos, mientras que el 40% más pobre recibe sólo el 13%.

Estas lacerantes desigualdades no hacen más que remarcar los notables contrastes que caracterizan a la región: mientras que algunos países atraviesan procesos críticos como la situación política, económica y social que azota Venezuela desde hace varios años, otros, como Uruguay, muestran cifras de estabilidad y crecimiento; mientras Chile lleva adelante una de las más rápidas campañas de vacunación en América Latina, alcanzando ya al 32% de población, el Brasil de Jair Bolsonaro persiste en su negacionismo, habiendo alcanzado ya los 420 mil muertos en una catástrofe sanitaria que ha arrasado varias ciudades y ya ha desbordado los límites del país; mientras la democracia en Colombia tambalea y el gobierno toma decisiones perjudiciales para el bolsillo de sus ciudadanos en medio de la pandemia, teniendo como única respuesta institucional la represión de las protestas y la violación de derechos humanos, Argentina atraviesa -no sin dificultades- la segunda ola de la pandemia, superando las 11 millones de dosis distribuidas a lo largo y a lo ancho del país y encaminándose hacia un proceso electoral cuyo cronograma fue consensuado entre oficialismo y oposición.

Una lectura anticipatoria

Si bien podría remarcarse que en los últimos años pocas regiones del mundo han logrado sostener la paz entre países vecinos como sí ha ocurrido en América Latina, la situación interna en muchos de sus países dista de ser una panacea democrática de convivencia pacífica, estabilidad institucional y plena vigencia de los derechos humanos. La delicada situación que viven o han vivido recientemente algunos países como Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, son una alerta, una resonante llamada de atención, sobre lo que puede ocurrir cuando la política toma malas decisiones. Por ello, la peor lectura sobre el panorama latinoamericano que pueden hacer hoy los gobiernos de Argentina, Uruguay y Chile es considerarse impermeables al malestar de sus ciudadanos.

Países que otrora habían sido presentados a nivel internacional como paradigmas de la estabilidad y el crecimiento económico atraviesan, incluso desde antes de la pandemia, delicadas situaciones que han estallado en crisis sociales de diversa magnitud. Incluso en el caso de Perú, uno de los pocos países latinoamericanos que logró mantener 20 años de crecimiento económico, está envuelto en persistentes descontentos sociales y una notable inestabilidad política, habiendo tenido cuatro presidentes en los últimos cinco años. Bolivia, por su parte, no termina de recuperarse de la interrupción institucional que desplazó al presidente democráticamente electo Evo Morales del poder en 2019 y propició la llegada de un gobierno de legitimidad cuestionada. Tras una holgada elección presidencial, el MAS de Morales retorna al poder de la mano de otro presidente, pero la polarización de su sociedad, y la amenaza de una peligrosa “caza de brujas”, no cesa. Un mismo escenario de inestabilidad persiste en Ecuador tras la revuelta que congregó a indígenas, trabajadores y estudiantes en 2019, desatada a raíz de la suba de impuestos impulsados por el ejecutivo nacional. Con un sucesor opositor consagrado ganador de la contienda electoral (el banquero Guillermo Lasso), Lenin Moreno se despide del palacio de Carondolet con una frágil situación económica y altos números de contagios, dejando en el poder a un representante de centro-derecha que tendrá como principal oposición nada más ni nada menos que a un Rafael Correa que mostró su fortaleza en las urnas.

Manifestantes marchan por las calles durante una jornada de protestas, el 5 de mayo de 2021, en Bogotá (Colombia). EFE/Carlos Ortega

Liderazgos en tiempo de crisis

Parte del liderazgo político que los ciudadanos están exigiendo -sobre todo en este delicado contexto de crisis sanitaria y económica- es el que pueda distinguir cuál sector de la sociedad está en mejores condiciones de realizar los mayores esfuerzos. Así, en Argentina, luego de un amplio consenso político y la votación en el Congreso de la Nación, el gobierno de Alberto Fernández logró promulgar una ley que permite recaudar excepcionalmente un impuesto a las grandes fortunas del país. En consonancia con ello, el presidente estadounidense, Joe Biden, anunció el pasado miércoles que tomará una medida similar, reduciendo impuestos a las clases medias y bajas y subiéndoselos a los ricos.

Sin embargo, no todos los dirigentes políticos de la región están tomando las decisiones correctas en ese sentido. En el lugar de ser sensibles al difícil momento que atraviesa el ciudadano de a pie y percatarse de que esta crisis sanitaria y económica impacta más tanto en los pobres como en la clase media, la dirigencia colombiana, con el presidente Iván Duque a la cabeza, decidió aplicar un impuesto generalizado que comienza con aumentar el IVA en alimentos y servicios básicos. En otras palabras, más que un impuesto a las grandes fortunas -como en Argentina- o un recorte fiscal a las personas de menores ingresos e impuesto a la renta -como en Estados Unidos-, los colombianos reaccionan en las calles por una medida que perjudica el bolsillo de los que menos tienen.

Los latinoamericanos están demandándole a sus líderes, más que nunca, que gobiernen bien, que escuchen más, y que se enfoquen en medidas concretas que tengan impacto en la vida cotidiana de la gente. No hay margen para campañas electorales y comunicación de gobierno que se excedan en el discurso de la esperanza o en las promesas mesiánicas. Son tiempos de demostrar y actuar con sensibilidad social, con responsabilidad institucional y, sobre todo, rodeados de pluralidad de miradas y de la búsqueda de consensos.

En definitiva, la mejor campaña electoral y la mejor comunicación de gobierno en los tiempos que corren y en los heterogéneos y turbulentos senderos que transitan los países de la región, es la que se basa en resultados tangibles, en la proximidad, empatía e impacto real en la calidad de vida cotidiana de las personas.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (La Crujía, 2019)

SEGUIR LEYENDO: