El modelo económico de la ética

En el Monte Sinaí lo revelado no fue un baño de espiritualidad de otros mundos, sino reglas terrenales para construir una sociedad más justa, en este mundo

Tenía la capacidad de explicarlo todo, con una sola palabra. Poseía la humildad de describir las profundidades de cada misterio, con un simple cuento. La leyenda dice que era el autor de esas pequeñas notas anónimas que los alumnos encontraban por la mañana en sus butacas, con respuestas simples a las preguntas complejas que se habían llevado en la clase anterior. Vivió hace 1000 años en la ciudad de Worms en Francia, y escribió un comentario a cada palabra de la Biblia y una explicación a cada frase del Talmud. Su fenomenal obra de erudición lo transformó en el más grande y famoso de los exégetas de la tradición judía. Su nombre era Rabi Shlomó Itzjaki. Pero todos lo conocieron como “Rashi”.

Con la invención de la imprenta casi 400 años después de su muerte, sus comentarios a la Torá fueron los primeros textos hebreos en imprimirse y publicarse de manera masiva. Estudiar Tora con Rashi ha sido desde entonces la primera ventana de ingreso al estudio del mundo del Midrash, hasta el día de hoy. El gran Maestro Jasídico Rabí Schneur Zalman de Liadí, escribió: “El comentario a la Torá de Rashi es como el “vino de la Torá”, porque logra abrir el corazón y descubrir el amor y el temor esenciales de uno hacia Dios.”

Sin embargo, si bien sus comentarios eran simples y llanos con el fin de ser entendidos por cualquier persona, los sabios de todas las épocas se han dedicado a interpretar sus propias interpretaciones. Entendieron que detrás de la belleza de lo simple, el maestro había dejado un manantial de profundidad a descubrir.

El texto que leemos esta semana, que se encuentra en el final del Libro del Levítico, comienza diciendo: “Y le dijo Dios a Moisés en el Monte Sinaí…” (Lev 25:1), para continuar luego con una serie de leyes y prescripciones agrarias y económicas. Rashi se detiene en esa introducción y le apunta con una pregunta: “¿Por qué nos dicen que justo estas leyes las dijo allí? ¿Acaso Dios no le dijo a Moisés toda la Torá en el Monte Sinaí?”.

La pregunta del maestro es bien simple. Si el texto nos avisa que las leyes del final de Levítico fueron dichas en el Sinaí, ¿qué pasó con todas las demás? El evento del Sinaí fue descripto en el Libro del Éxodo decenas de capítulos atrás, ¿por qué traerlo aquí casi de manera exclusiva para estas leyes en particular?

Lo que insinúa Rashi es que no podemos dejar pasar semejante introducción a las leyes que siguen en el texto. El maestro se detiene para decirnos qué es lo que fue revelado en el Monte Sinaí: no fue un baño de espiritualidad de otros mundos, sino reglas terrenales para construir una sociedad más justa, en este mundo.

Las leyes del año sabático para las tierras nos traen el concepto de la ética en la economía. Nos exige generar las circunstancias para que todos logremos un trabajo digno, propio, libre y genuino, como así también institucionalizar la protección moral a aquellos cuyas vidas dependen de otras personas. Las leyes del Jubileo dan un paso más allá, cuando nos demandan equidad de oportunidades para cada nueva camada de jóvenes, trabajando por prevenir el traspaso de las condiciones de pobreza y miseria de generación en generación. Un sistema en el cual cada 50 años todos, los más libres y los más esclavos, los más ricos y los más pobres, tengan la oportunidad de comenzar otra vez.

Todo ese modelo socio-económico-cultural, está basado en la memoria como disparador moral de la realidad a construir. La experiencia común de haber sido esclavos en Egipto no deberá quedar apenas como reflejo nostálgico de algún pasado remoto, sino ser motor para la consolidación de una sociedad donde nadie deba saberse, sentirse o ser esclavo de nadie.

Si el Éxodo fue una revolución y el Sinaí una revelación, Rashi nos enseña que la Torá nos frena en el viaje, para decirnos que en el Sinaí nos revelaron cómo vivir después de la revolución: construyendo un sistema de leyes justas para todos los miembros de nuestra sociedad. Comprendiendo que no somos la tierra ni la cosecha que tenemos, sino que somos lo que hacemos con aquello que logramos. Un concepto que hace de nuestra dimensión material, un compromiso con nuestra profundidad espiritual.

Amigos queridos. Amigos todos.

Rashi nos enseña con su simple pregunta que, cuando la justicia es parte de nuestra narrativa fundacional, debemos abrazar no sólo el recuerdo de nuestra liberación de la tiranía, sino la responsabilidad de usar esa memoria para establecer una sociedad más justa.

En el final de su vida, Rashi fue testigo de cómo las masacres de la Primera Cruzada se llevaron a sus amigos, sus familiares y al mundo que conoció alguna vez. Sin embargo, los tiempos oscuros del medioevo europeo no detuvieron su pluma y sus preguntas. Tan profundas, tan simples.

Quizá sea cuestión de volver a hacernos esas preguntas. Las que van a lo profundo de nuestras dudas, a lo hondo de nuestros sentires. Las preguntas que esperan de nosotros. Las que puedan despertar a respuestas que nos lleven a tener momentos más altos, instantes de esos que son para siempre. Relaciones más genuinas, más totales. Compromisos más honestos y más sabios. Vidas donde disfrutemos más, de la belleza de lo simple.

El autor es Rabino de la Comunidad Amijai, y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti

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