Estuvo a un paso de ser presidente de todos. Con decir “no coincido con el fallo, pero lo acepto en nombre de mi respeto por las instituciones”, sólo con esa frase hubiera cambiado el rumbo de nuestra triste historia. Y despreciada la invitación a ser presidente de todos, el fallo nos devuelve algo de esperanza a quienes tememos la insensatez de tantos que convocan a la guerra. El General había expulsado a los “imberbes”, sin embargo hoy decenas de esos izquierdistas infantiles y desquiciados quieren eliminar la Corte. Ambicionan, sueñan, ir a por todo. Marxistas oxidados que repiten el verso de “cuanto peor, mejor” también buscan guerras que nadie puede ganar. Olvidaron que ayer pretendían enfrentar al Ejército y terminaron retrocediendo al ajeno y desconocido espacio de los “derechos humanos”. Algunos salen de sus cuevas estalinistas de Codovilla y otros reivindicando guerrillas suicidas de Firmenich. Se trata de expertos en fracasos y derrotas buscando seguir un enfrentamiento que ya el General fundador del partido al que simulan pertenecer había superado hace décadas.
La Corte emitió su fallo, la mitad de la población o más lo agradeció como defensa de las instituciones y el gobierno respondió con un ataque de pequeñez. La historia golpeó la puerta del presidente ofreciéndole la opción, el regalo de ingresar en la memoria de la dignidad. Suerte de principiante, suele pasar pocas veces. Y la hubiera ayudado a Cristina a salir de sus miedos judiciales, a recuperar la iniciativa. Ausencia de grandeza. Del laberinto se sale por arriba y nosotros nos vivimos arrastrando.
Necesitamos un gobierno que intente superar el conflicto, que nos devuelva el destino y que nos ayude a recuperar la esperanza en un mañana mejor. La Corte respondió desde la ley y también consciente del importante sector de la sociedad que esperaba, que necesitaba esa respuesta. Ese fallo nos alejaba de la sombra funesta de Venezuela, ese país hermano que se quedó sin instituciones y sólo convierte millones de ciudadanos en migrantes.
Asustan la cantidad de personajes que opinan e impulsan la guerra entre hermanos sin pensar siquiera en las consecuencias de sus palabras. Irresponsables que meten miedo, frívolos que se expresan sin imaginar las consecuencias de la equivocación que proponen. Hablan de “juicio político a la Suprema Corte” como si la desesperante falta de trabajo, alimentos y vacunas pudiera todavía avanzar transitando el errado rumbo de la hecatombe. Siempre me pareció exagerado convocar el ejemplo de Venezuela. La Justicia es una valla que no debemos permitir que destruyan. Gobiernan la provincia de Buenos Aires un grupo de provocadores que nos detuvieron a todos e intentan repetir la experiencia. Caprichos de imberbes, de mediocres con poder que al necesitar el uso de la imposición están asumiendo su impotencia por persuadir. La política es convicción pero también comprensión y contención del otro. El nuevo ministro de Justicia es un ejemplo de un gobierno que olvidó las reglas de la sutileza. Los ataques al ministro de Economía desnudan la grieta interna mientras arriesgan el crecimiento de la tragedia económica. Podemos coincidir en la necesidad de postergar un pago de deuda a cambio de ayudar a paliar la angustia social. Hay decisiones que si lograran ser fruto de un acuerdo tendrían el valor y el sentido que no otorga la improvisación. Algunos suponen que la justicia distributiva es una consecuencia de la multiplicación de la moneda. Nada serio surge hoy de las alforjas de la dirigencia, nada que nos devuelva la confianza; sólo existen fanatismos infantiles que los llevan a ellos a una segura derrota electoral y a la sociedad a un espacio de temor institucional que sin duda se va a sumar a los otros miedos, perder el trabajo y la salud en especial.
Nos detuvieron tres horas sin otro derecho que el capricho y sin otra autoridad que la falta de respeto a las instituciones y al ciudadano mismo. Eso fue el sábado, el domingo habían desaparecido los controles. No se atrevieron a una autocrítica pero ahora reiteran la amenaza de controles, nos anuncian el riesgo de un próximo exceso. Es así, el error reiterado implica necedad. Si algún político asumiera un error estaría fundando una nueva realidad.
Todo lo opinable se convierte en dogma porque ellos temen a la duda, a la autocrítica, a la riqueza de las diferencias. Amantes de los extremos ignoran la virtud que anida en la infinita gama de los grises.
Algunos antiguos marxistas le aportan sostén ideológico al poder. Mientras unos solicitan un juicio a la Suprema Corte, otros -desde la propiedad de los laboratorios- facturan vacunas que nunca llegan. El peronismo se ocupaba de los trabajadores, de los humildes pero, lamentablemente, la izquierda en nuestra realidad es un espacio de universitarios y funcionarios. El peronismo siempre generó trabajo y producción, la izquierda solo imaginó revoluciones fracasadas. El gobierno es cada vez menos peronista y más de izquierda por los funcionarios que impone y por la miseria y la angustia que expande. La burocracia tiene dos alas, la decadencia es una canción a dos voces. Forjemos algo nuevo, no importa la dimensión de su nacimiento, el cálculo no sirve para sacarnos de este pantano. Seamos realistas, ambicionemos lo imposible.
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