Argentina vive una crisis permanente de su modelo de desarrollo. Esta es una verdad absoluta, no hay nadie que pueda refutar con argumentos ni números. Es evidente que hemos estancado el crecimiento económico que supimos lograr hace varias décadas, hemos aumentado significativamente la pobreza en la última generación, hemos reducido la calidad en el servicio de educación, salud, seguridad y justicia. Nuestra moneda está rota, se ha socavado el acceso al crédito y tenemos relaciones pendulares con el consumo.
Nada de esto es nuevo. Es una certeza que escapa a cualquier grieta, polarización, radicalización social o como lo quieran llamar. Sin embargo, las razones son objeto de mucho debate en la política y en toda la sociedad, por lo que no quiero problematizar sobre eso en este momento.
Lo que sí quiero discutir es la adaptación ideológica a esta realidad, nuestra conformidad cultural consciente o inconsciente a esta realidad. Estoy preocupado por el avance del discurso de la derrota, que simplifica el debate de las razones y construye la ideología de la resignación. El discurso dice algo así como “nada podemos hacer, las cartas están echadas”.
Creo que el actual gobierno es la expresión máxima de este razonamiento y su mayor beneficiario político. No es el único, pero sin dudas es el gobierno que ha hecho bandera de la derrota económica, social, política y cultural del modelo argentino. No para cambiar, no para movilizarnos a algo mejor, sino para asegurarnos que solamente somos dignos de esperar que todo pase y no incrementar el grupo que caerá en la exclusión.
Es la teoría del “nunca menos” y del “ni un paso atrás”. No existe un horizonte de futuro, no existe proyección para el desarrollo. El camino estará plagado de enemigos que quieren sacarnos lo poco que nos queda, lo poco que el Estado nos puede dar, y que tiene que haber un gobierno peronista para asegurar que sean los menos quienes nos caigamos del modelo. La lógica perversa del abismo.
Pero no se trata solamente del discurso del miedo, se trata de la resignación de la sociedad a tener expectativas. El modelo de este peronismo respeta la estructura macro del corporativismo de sustitución de importaciones, mantienen vigente la premisa de tomar decisiones en mesas chicas de las grandes empresas, restringir la importación para asegurarles una falta de competencia y no aspirar a dar el salto exportador. El famoso vivir con lo nuestro, a la expectativa de un mundo en colapso nuclear en los 50 y de un mundo que nos quiere perjudicar en el siglo XXI.
Sin embargo, este nuevo peronismo se ha resignificado. El modelo corporativo cerrado de los 50 era acompañado de la joya argentina de la movilidad social ascendente. Había una expectativa de crecimiento individual y colectivo, incluso algunos filósofos de su palo criticaban esto porque generaban las expectativas individuales de la clase media en detrimento del modelo colectivo. Como consecuencia de ello, una clase media pujante y engreída cuestionaba el modelo corporativo y cerrado, porque ello podría hacernos quedar sin el pan y sin la torta.
A decir verdad, esa expectativa desapareció. Hoy la consigna es conservadora y estática, antes cualquiera tenía la expectativa de dar un salto hacia adelante, hoy la regla es que cualquiera está en riesgo de caer. La solidaridad estatizada es la respuesta, que nadie pueda despegar, pero al menos, sabiendo que el modelo ofrece una caída tutelada. Una economía de guerra que no tiene expectativas de terminar nunca.
Esta nueva versión del peronismo se resignó a que su modelo económico es un fracaso, pero tiene la idea de que mantenerlo es lo único que los sostendrá en el poder. De este modo, lo que hay que cambiar es la composición del movimiento y la percepción social del empobrecimiento estructural. Lo que antes era un movimiento de masas trabajadoras y obreros, se ha convertido en un movimiento de desocupados y trabajadores informales, liderados por personas como Juan Grabois, que aseguran la permanencia del modelo de administración de la pobreza estructural.
Nosotros debemos oponer expectativas de vida para la sociedad. No se trata de ser blando o duro con la grieta, sino de ser claros respecto del modelo de desarrollo al que aspiramos y mostrar que hay otra forma de ir hacia allá. Hay que arriesgar, ser creativos y audaces, apostar a la capacidad que tenemos como comunidad que incluye pero supera al propio Estado. Reconstruir las expectativas de una sociedad nos convoca a salirnos del barro de la chicana y discutir el rumbo.
Debemos apostar a una inserción inteligente y estratégica con el mundo, a tener planes de desarrollo y formalización de la economía popular, a la urbanización de los barrios populares, la creación de empleo de calidad en la economía del conocimiento y apostar a ser un país que exporta mejoras e innovación al mundo. Este modelo está vigente, lo único que falta es que levantemos al unísono esta bandera y trabajemos en la unidad de los argentinos.
Tenemos la capacidad de reconstruir esa expectativa, pero es una decisión. Hay que batallar el día a día, resistir pero también hay que soñar y tenemos que contar ese sueño para convencer al resto de que es posible.
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