La segunda ola agrava la frágil situación social, en ausencia de una estrategia

En el país se perdió más de un millón y medio de puestos de trabajo en 2020, con mayor impacto en los componentes más frágiles del mercado laboral

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Según el último informe de Indec sobre la Cuenta de Generación de Ingresos e Insumo de Mano de obra, en 2020 se registraron menos puestos de trabajo (19,3 millones) que en 2012 o 2013 (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)
Según el último informe de Indec sobre la Cuenta de Generación de Ingresos e Insumo de Mano de obra, en 2020 se registraron menos puestos de trabajo (19,3 millones) que en 2012 o 2013 (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)

La gravedad de la situación actual no deriva, solamente, de la irrupción de la segunda ola. Lo más delicado proviene de la desaparición de los acuerdos y consensos que caracterizaron los tiempos iniciales de la pandemia en Argentina. Claro que todo potenciado por la morosidad de la llegada y aplicación de las vacunas.

Lo que no se entiende son los agresivos y descalificantes discursos de las máximas autoridades de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires sobre los médicos, sobre otras autoridades gubernamentales, o sencillamente sobre quienes discrepan con su mirada; tampoco se entienden decisiones que desairaron a ministros del propio gabinete.

No se entiende si estamos en pandemia y debe privilegiarse el cuidado de la salud de los ciudadanos o el inicio anticipado de la campaña electoral “justifica” tamaño desvarío

Todo ello, sin haber hecho ninguna mención al incumplimiento de los anuncios hechos con toda pompa y boato a fines de 2020. A fines de febrero no había llegado ni el diez por ciento de los 20 millones anunciados. En marzo se agregaron cinco millones de dosis y fue allí cuando se decidió -ante el fracaso del programa de recepción de vacunas- suspender la aplicación de la segunda dosis para todo el mundo.

Es más que notable que los argentinos estemos discutiendo si la escuela primaria es responsable de la propagación del virus (por lo general sin sostener las afirmaciones en datos fehacientes) y no reclamemos a quien corresponda por este tipo de carencias en materia de protección: la falta de vacunas. Los mismos funcionarios que antes acusaban a los runners ahora atribuyen a la escolaridad, en particular del nivel primario, la existencia de la segunda ola.

No se entiende si estamos en pandemia y debe privilegiarse el cuidado de la salud de los ciudadanos o el inicio anticipado de la campaña electoral “justifica” tamaño desvarío. En el marco de los datos recientes sobre pobreza, empleo e ingresos este juego de “matar al enemigo” en lugar de concertar con los diferentes resulta muy extraño, por decir lo menos.

La situación económica y social es insostenible

En efecto, en el país se perdió más de un millón y medio de puestos de trabajo en 2020, con mayor impacto en los componentes más frágiles del mercado laboral: los asalariados precarios (“en negro”) y los autónomos (cuentapropistas y pequeños empresarios).

Según el último informe de Indec sobre la Cuenta de Generación de Ingresos e Insumo de Mano de obra, en 2020 se registraron menos puestos de trabajo (19,3 millones) que en 2012 o 2013. El impacto de la pandemia es evidente ya que entre 2016 y 2019 se superaron los 20 millones con valores anuales crecientes. El recuento de datos es pertinente, entre otras razones, pues en los debates electorales de 2019 se argumentaba sobre la disminución de puestos laborales durante el gobierno de Cambiemos.

Tenemos una desafortunado “privilegio”: estamos en el podio internacional de países con mayor volatilidad en su dinámica económica a lo largo de los últimos setenta años

No debiera ser necesario pero, por las dudas, aclaremos a los lectores que la referencia privilegia los datos no procura hacer un juicio de valor sobre aquél gobierno. Desde mediados del gobierno de Mauricio Macri, sí había habido deterioro, en materia de ingresos como lo muestran los datos de la Encuesta Permanente de Hogares. Tanto los ingresos laborales (de la ocupación principal) como el resto de los ingresos individuales venían estancados, con oscilaciones, a lo largo de la segunda década del siglo, alcanzando todavía niveles importantes en 2017. De allí en más la caída fue imparable, continuando por supuesto en el marco de la pandemia.

Es destacable el hecho de que en el siglo XXI los ingresos familiares tuvieron una dinámica mucho más favorable que los ingresos personales. En 2015 el nivel de aquellos era 60% superior al de 2004, mientras que los individuales mejoraron menos del 40% en igual lapso.

Casi la mitad de los años transcurridos en este siglo, en Argentina el producto bruto ha disminuido

Más allá de las críticas e interpretaciones desde diversas perspectivas, se observa que durante el gobierno de Cambiemos, los ingresos familiares siguieron mejorando hasta 2017 y 2018. Incluso el deterioro de 2019 marca un nivel levemente favorable respecto del correspondiente a 2014. Parece un buen ejercicio, utilizar los mismos indicadores para analizar periodos diferentes. Haciéndolo, las sorpresas son tales sólo para quienes prefieren la interpretación de la realidad que los datos que la ilustran.

En cualquier caso, la situación del año 2020 nos retrotrae -a través de estos indicadores- a mediados de la primera década del siglo, cuando Argentina y toda América Latina estaban en plena ebullición. Casualmente, el producto per cápita del país actual es similar al de aquel momento. Es difícil imaginar entonces que no hayamos declinado en nuestro bienestar.

Cómo podemos salir de esta encerrona

Ha sido perniciosa la creencia de que las crisis sociales y económicas son de solución mágica o que dependen de decisiones meramente coyunturales o bien que no implican esfuerzo individual y colectivo. Tal creencia no nos ha ayudado a resolver nuestros problemas, más vale lo contrario.

Casi la mitad de los años transcurridos en este siglo, en Argentina el producto bruto ha disminuido. Tenemos una desafortunado “privilegio”: estamos en el podio internacional de países con mayor volatilidad en su dinámica económica a lo largo de los últimos setenta años. Esta condición no es posible entonces atribuirla a uno u otro gobierno aislado.

Quienes creemos que el capitalismo requiere de un Estado fuerte debemos convencernos que no basta “cualquier” gestión estatal. Esta debe ser eficaz y eficiente

Por otro lado, desde 1983 en adelante, en cada período gubernamental la tasa de inversión (la proporción de la riqueza creada que destinamos a ampliar nuestro nivel de actividad económica) ha venido declinando. Nuevamente, no puede creerse que a un gobierno cualquiera pueda atribuirse la responsabilidad única o principal de tal desempeño. Si se quiere extraer alguna referencia político partidaria, puede recordarse que de los 37 años solo ocho corresponden a gobiernos no peronistas.

Hay al menos dos factores sobre los que realizar la reflexión. El primero refiere al sector empresario. ¿Cuál ha sido su comportamiento como principal ejecutor -o no- de la inversión productiva? ¿Cuánta relevancia tuvo y tiene la decisión explícita o implícita del sector de no ejercer su rol schumpeteriano -innovar, arriesgar capital, competir- y en cambio preferir especializarse en “mercados regulados” eufemismo que suele encubrir la decisión de hacer negocios fáciles por debajo de la mesa?

El segundo factor se relaciona con la acción estatal. ¿Cuán escasamente útil ha sido la creencia de que con sólo declamar la relevancia del Estado en el funcionamiento económico, era suficiente? ¿Cuánto debemos la situación actual a la ausencia de un planeamiento estratégico? Quienes creemos que el capitalismo requiere de un Estado fuerte debemos convencernos que no basta “cualquier” gestión estatal. Esta debe ser eficaz y eficiente.

Desde 1983 en adelante, en cada período gubernamental la tasa de inversión (la proporción de la riqueza creada que destinamos a ampliar nuestro nivel de actividad económica) ha venido declinando

Sólo a título de ejemplo. En sus inicios, el gobierno actual formuló la necesidad de crear un Consejo Económico y Social que tuviera a su cargo, precisamente, la gestación de manera colectiva y plural de tal horizonte y su correspondiente estrategia. No sólo no se lo hizo, salvo algunos gestos que no pasaron de tales, sino que la opción política que han adoptado las autoridades muestra que no están interesadas en tal cosa y, mucho menos, en su precondición: la necesidad de creación de consensos sociales y políticos.

Quizás si emprendiéramos ese camino podríamos dialogar entre quienes piensan distinto y entre quienes tienen intereses objetivamente contrapuestos. De lo contrario, nos daremos de bruces ante la evidencia de que en los bolsillos no queda más pelusa ni artilugios por inventar. Y el tiempo es más que escaso.

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