Alcira Argumedo partió anoche. En las redes sociales comenzaron a observarse un sinfín de mensajes conmovedores. Estudiantes, profesoras, profesores, instituciones universitarias y espacios políticos comenzaron a postear su foto y múltiples dedicatorias. Afecto y consternación por la partida de una de las sociólogas y política más prolíferas e interesantes de nuestro país. Esos posteos son un réquiem fragmentado, merecido y justo, acerca de una vida implicada de lleno en los debates intelectuales y políticos.
La conocimos, hablo de mi generación, durante los años 90. Cuando en nuestro país comenzaba a criticarse el orden neoliberal, Alcira Argumedo presentaba una mirada panorámica y audaz de los cambios, transformaciones y desigualdades que se habían desplegado a partir de la restauración conservadora de fines de los 80. En sus clases conocimos su gran objeto de deseo, América Latina, como aquellas obsesiones que pretendía revitalizar; el pensamiento nacional popular como legado singular, esencial y transformador.
Sus intervenciones eran parte de la construcción de un GPS para una generación de estudiantes que buscaban comprender, en última instancia, las travesías neoliberales del peronismo y el surgimiento de los nuevos movimientos sociales. No solo era para nosotros y nosotras sino que constituía una gran interpelación social con el afán de resituar los grandes temas que el peronismo y los movimientos nacionales populares habían establecido como las “columnas maestras” de la soberanía nacional. Estado, movimientos sociales y recursos naturales constituían, junto a la preocupación sobre los cambios tecnológicos y la ecología, sus agendas alternativas para esa década.
Alcira Argumedo junto a Horacio Gonzalez y Rubén Dri, proponían desde la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires miradas renovadoras frente a un peronismo que lentamente se despedía del poder cuestionado por reclamos y protestas que históricamente había intentado resolver de manera bienestarista.
Sus acciones y debates renovadores recorrieron toda su biografía política e intelectual. Su vida suscitaba interés. Eso era Alcira. Muchos y muchas estudiantes reconstruíamos de a trayectos su vida. Nos cansamos de entrevistarla y de invitarla a diversas actividades. Nos aproximamos a la carrera de aquella estudiante de Sociología de la década del 60, a sus vínculos con el peronismo y con el sociólogo colombiano Camilo Torres, a su desempeño como ayudante de cátedra y protagonista de las Cátedras Nacionales (1968-1971). Luego, el debate agonal con Montoneros, la cercanía con Perón, el terror y el exilio mexicano.
En México se encontró con las reflexiones de José Gaos (español escapado del franquismo) y Leopoldo Zea y buscó reconstruir la singularidad de un pensamiento social latinoamericano de largo alcance que dialogaba, inclusive, con las culturas prehispánicas. Estas reflexiones podrán encontrarse in extenso en su libro de 1993 Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular donde presentaba un gran mapamundi donde podía ubicarse el legado político que defendía, las preguntas que éste contenía y, sobre todo, un lugar en la disputa por el futuro. Una episteme de América Latina, de sus imaginarios esenciales y la demarcación del campo político.
Regresa a la Argentina en 1983 y se incorpora a la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. No solo Juan Carlos Portantiero había establecido nuevas reflexiones sobre el liberalismo y la democracia, sino que Alcira Argumedo, conjuntamente con otros como Nicolas Casullo, volvían a revisar el peronismo y la potencia de esos legados que confluían en él pero que, al mismo tiempo, lo desbordaban. Había allí un magma de lo social y de lo político que podía buscarse en la historia más allá de la narración que había instalado el menemismo. Proponía rastrear ese “volcán social e imaginario” que cada tanto aparece en la historia y que debe ser “tentarlo” con la acción.
Argumedo y Portantiero elaboraron nuevas respuestas políticas al calor de la derrota de los movimientos revolucionarios en Argentina y América Latina. Delinearon, como referencia de campos intelectuales, dos universos sociológicos distintos: uno que reconstruía el dialogo entre los derechos individuales y la socialdemocracia como una hoja de ruta para morigerar el capitalismo salvaje y otro que volvía sobre los legados nacional populares para recuperar una idea de cambio donde lo estatal y lo social recuperaban poderes desmantelados por el neoliberalismo. Iniciaron apuestas políticas diferentes: Portantiero, junto a Emilio De Ipola, colaboraron con el alfonsinismo hasta los sucesos de Semana Santa (1987), y Alcira junto a Pino Solanas participaron en la fundación del Frente Grande. La sociología intervino en el espacio público, partidario y comunicacional dejando una huella en el modus vivendi de la sociología argentina.
No solo fue por parte de esos dos universos sociológicos sino también por el elaborado por la izquierda que tenía una presencia importante en la Carrera de Sociología. En esos años de recuperación democrática, se fueron estableciendo trayectorias anfibias entre la militancia y la institución universitaria. Entre las agendas partidarias y una creativa reflexión social.
Alcira no solo intervino en la arena política. Dirigió y formó a muchos y muchas estudiantes. Por más de ochos años fue directora de mi Beca Doctoral CONICET y de mi tesis. Aprendí mucho. Ella me empujo a dictar clases en su Catedra en la Carrera de Sociología y a escribir sobre Mariano Moreno. Poseía una insistencia intelectual sobre su figura. En el Secretario de la Primera Junta de 1810 volvía a revisitar las obras de Rodolfo Puiggrós, Raúl Scalabrini Ortiz y Roberto Galasso como su agenda de reflexiones elaborada en México.
De alguna manera esa “esencia” singular del pensamiento latinoamericano debía articularse con los “núcleos estructurales” de un Estado gravitante en la economía, protector de los bienes públicos (trenes, aerolíneas, marina mercante, etc) y de los suelos y con capacidad de discutir sobre la deuda externa y las condiciones del desarrollo.
Parte de esa agenda la condujo a la discusión con los gobiernos de Nestor Kirchner y de Cristina Fernandez de Kirchner y con el grupo Carta Abierta. Conformó con Pino Solanas Proyecto Sur y arribo al Parlamento. Para enfrentar el reeleccionismo de Macri se asoció con el Frente de Todos. Luego de un largo derrotero regreso a un proyecto donde parte de su propuesta podía ser alojada y fundamentalmente, donde entendía, que podía establecerse un límite al capitalismo ideado por el anterior gobierno. Como si Alcira hubiese puesto nuevamente a andar el GPS y su viejo topo para identificar por donde circulaba ese pensamiento nacional popular incompleto (por definición) y siempre ligado a los vaivenes de América latina.
Más allá de su gran trayectoria intelectual hay otra que debe reconocerse. Su generosidad. El día que defendí mi tesis doctoral me citó media hora antes en la Facultad de Ciencias Sociales UBA solo para decirme: “de esta salimos bien negrito, no te preocupes”. “No la leí toda pero la vamos a defender”. En verdad nunca la había leído, cada vez que nos reunimos durante más de tres años yo llevaba algo escrito lo pesaba y sin leerlo me decía: “llévatelo que me pesa mucho en la cartera”. Cuando me dieron la calificación me dio un beso y se fue. Ella fue parte de una gran constelación de la sociología argentina, pionera, polemista, enérgica sin más. En parte, varias generaciones, transitamos por gran sistema solar de interpretaciones. Ahora se fue pero su legado estará presente ya una sola muerte no puede agotar una vida tan intensa.
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