Aun en el contexto de la severa crisis epidemiológica que atravesamos hay que poner a la Argentina a pensar, pues cuando se atenúe la excepcionalidad, será fundamental formular iniciativas que propendan a asegurar un mayor grado de participación política al conjunto de los argentinos en todos aquellos temas que comprometen su presente y porvenir. Empezando por la metodología para la elección del Presidente de la Nación.
Recientemente, en un acto en Rosario, el Presidente invocó un país más igual, en momentos en que las políticas del Gobierno se inspiran exclusivamente en los intereses bonaerenses, como lo demuestran las medidas tomadas hace un par de semanas por decreto en respuesta al avance del coronavirus.
En la Provincia de Buenos Aires un nuevo Adolfo Alsina, atrincherado en su zanja y respaldado por el modelo de acumulación de poder de la vicepresidente que hoy pivotea en ese distrito, impuso su voluntad al Presidente de la Nación, lo que llevó a decisiones que envenenaron el ambiente político, no solo por su contenido sino también por la metodología con que se las impulsó.
El Presidente reivindicó, en aquella oportunidad, la idea de “sacar al gobierno nacional de la Ciudad de Buenos Aires” como una iniciativa federal, pero luego dijo que Rosario era “capital alternativa” porque en esa ciudad “se concentra la segunda población de toda la provincia”. Ese argumento contradice el espíritu federal de nuestra organización nacional que en el Senado estableció una representación igualitaria entre todas las provincias, independientemente de su peso demográfico. En su composición, la cámara alta del Congreso sí contribuye a un mayor equilibrio de poder.
A lo largo de nuestra historia hubo innumerables intentos de ejercer la conducción política del conjunto del país desde una parte
A lo largo de nuestra historia hubo innumerables intentos de ejercer la conducción política del conjunto del país desde una parte, con el mismo espíritu de facción que signa la etapa que estamos atravesando.
En la segunda mitad del siglo XIX, fue un movimiento desde el interior hacia el centro el que logró la afirmación de la autoridad estatal sobre toda la extensión geográfica del país y el afianzamiento de sus fronteras. Eso explica que referentes surgidos de las provincias, como fue el caso de Sarmiento y Avellaneda primero y luego sobre todo de Julio A. Roca, se hayan impuesto por sobre la autosuficiencia bonaerense de personajes como Alsina.
A Alsina, que era ministro de Guerra, el presidente Avellaneda lo comisionó para consolidar el dominio argentino hacia el sur, pero este optó por atrincherarse en Buenos Aires, cavando una zanja de dos metros de ancho por tres de profundidad, para separar a su provincia de un territorio que consideraba ajeno. La zanja reflejaba una concepción más autonomista que federal; más cercana a esa anarquía que asustaba tanto a San Martín por sus tendencias centrífugas.
El general Julio Argentino Roca, enterado del plan, dijo: “¡Qué disparate la zanja de Alsina! Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia, atacar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos y no se libraron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificantes, comparado con la población china”.
Muerto Alsina, pervivió esa tendencia y los bonaerenses se resistieron hasta con las armas a ceder la ciudad de Buenos Aires para que fuese capital de todos los argentinos porque sabían que ello implicaba ceder poder.
A la vez, el interior presionaba para que así fuese y por ese motivo en la elección de 1880 se inclinaron otra vez por un hombre del interior, Roca, conscientes de que si era elegido el porteño Carlos Tejedor Buenos Aires no cedería la ciudad.
Hacia el final de su mandato, Nicolás Avellaneda nominó a Roca para la presidencia; éste venía fortalecido por el resultado de su Campaña en el sur. A tal punto no estaban nacionalizadas las instituciones, que Buenos Aires se estaba armando contra la Nación, abiertamente, con fondos públicos. Avellaneda decretó entonces que el Ejército sólo podía ser nacional -algo tan básico como el monopolio de la fuerza pública-, en reacción ante el rearme conducido por Carlos Tejedor que desobedeció la orden y siguió adelante con sus preparativos bélicos. Avellaneda y el Congreso se mudaron a Belgrano, que por entonces era una localidad extramuros. Los diputados de Buenos Aires que se negaron a seguirlos fueron expulsados del cuerpo.
Avellaneda declaró rebelde a Tejedor, instauró el Estado de sitio e intervino la provincia.
Hubo combates en Puente Alsina, Corrales, Barracas y Flores. Derrotado, Tejedor renunció.
La conversión de la ciudad puerto en capital de todos los argentinos costó 3000 muertos.
Era junio de 1880. El 24 de agosto Avellaneda envió al Congreso la ley de federalización de la Ciudad, que fue aprobada el 21 de septiembre. Buenos Aires, capital de la República, ya pertenecía a todos los argentinos.
Por todo ello, en este nuevo siglo, creemos fundamental, para restaurar el espíritu federal fundante, un acuerdo patriótico que, preservando obviamente las reformas que optimizó la Constitución de 1994, y que no fueron pocas, impulse el retorno del Colegio Electoral establecido por la Constitución de 1853, para evitar el intento históricamente recurrente de querer gobernar el país desde el centro y propender a una Argentina políticamente más equilibrada y armónica pues a través de esa instancia se les restituiría a las provincias el poder de decisión que tenían para elegir al presidente de la Nación.
Hay que obligar a quien aspire a presidir los destinos del país a recorrerlo desde la Quiaca a Tierra del Fuego, porque aun haciéndolo con el solo propósito de lograr el mayor número de electores terminaría al menos conociendo el territorio que ambiciona gobernar.
Efectivamente, no se puede entender el país sin conocerlo, como también dijo el Presidente en Rosario, pero la eliminación del Colegio Electoral habilitó que dirigentes políticos llegaran a la presidencia propulsados por el peso electoral pero también mediático de Buenos Aires.
Esa circunstancia, sumada al espíritu alsinista que impregna a quienes verdaderamente hoy toman las decisiones, contradice el proyecto nacional originario y, sobre todo, impide sacar al país de su estancamiento y establecer las bases para un desarrollo más equilibrado y más justo.
No se puede amar una Patria que no se conoce.
SEGUIR LEYENDO: