Argentina ante el enfrentamiento geopolítico entre Estados Unidos y China

La capacidad que tengamos para promover cualquier decisión de tipo estratégica dependerá, en gran medida, de nuestra habilidad para organizarnos domésticamente

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El presidente chino, Xi Jinping, estrecha la mano del presidente estadounidense, Joe Biden
El presidente chino, Xi Jinping, estrecha la mano del presidente estadounidense, Joe Biden

¿Se encuentra la dirigencia argentina preparada para enfrentar el mundo que se viene? Entre otros desafíos, nuestros dirigentes tendrán que lidiar con una América Latina que ha dejado de crecer, con cambios tecnológicos que requieren implementar transformaciones económicas y educativas y, como si esto fuera poco, con un enfrentamiento estratégico entre dos grandes potencias: los Estados Unidos y China. Detengámonos un momento a analizar este último desafío.

La creciente rivalidad entre estos Estados responde a un fenómeno que se ha repetido a lo largo de la historia. La aparición de una nueva potencia -en este caso China- genera incertidumbre respecto a cuáles serán sus intenciones. Por ejemplo, muchos se preguntan si sus líderes quieren cambiar el sistema internacional que Estados Unidos estableció, junto a sus aliados, luego de la Segunda Guerra Mundial. Pero también despierta dudas el posible accionar de Washington. ¿Permitirá el ascenso de Beijing? Ante tantos interrogantes, estas y otras naciones tienden a adoptar posiciones defensivas (a través de la formación de alianzas, mayor gasto militar, etc.) que pueden desencadenar conflictos no queridos. De hecho, ya estamos observando mayores niveles de conflictividad en el ámbito tecnológico, diplomático y comercial.

Las implicancias de esta rivalidad son enormes y afectan a todas las naciones. Por tomar un caso, las decisiones que tomen las grandes potencias terminarán modelando el sistema internacional, afectando de esta manera nuestro bienestar y seguridad. Es más, a diferencia de lo que ocurrió durante la última gran disputa global -entre la Unión Soviética y los Estados Unidos- esta vez América Latina parece haberse convertido en un escenario de cierta relevancia estratégica. Esto es así no solamente porque formamos parte del hemisferio occidental -clave para la seguridad estadounidense- sino porque los niveles de compatibilidad que existen entre nuestras economías y la de China son muy superiores a los que tuvimos con la Unión Soviética.

Pensando en la Argentina, algunas áreas de disputa entre China y los Estados Unidos son la posible construcción de una central nuclear con tecnología china, la presencia una base de observación aeroespacial de este país en Neuquén, la promoción de distintas plataformas para la adopción de la tecnología 5G y proyectos comerciales que no necesariamente son compatibles. Esto nos pone en una situación delicada. Lo ideal sería mantener excelentes relaciones con ambos Estados. Al fin y al cabo, somos un país que necesita comerciar y recibir más inversiones. Pero si la competencia estratégica entre ambos sigue ganando fuerza es posible que en algún momento tengamos que tomar decisiones que empeoren nuestras relaciones con alguna de las potencias, o con ambas.

¿Qué podemos hacer para evitar este escenario? Para comenzar, ser conscientes que este es un desafío que también enfrentan otros países, entre los cuales se encuentran nuestros principales vecinos y los países europeos. Parte de la solución consistirá entonces en trabajar de manera conjunta con ellos para asegurarnos un sistema internacional basado en reglas de juego claras y estables. Esto, a la vez, nos permitiría poner límites a un conflicto que si no es controlado promete trasladarse a nuestra región.

Pero la capacidad que tengamos para promover el multilateralismo –o cualquier otra decisión de tipo estratégica- dependerá, en gran medida, de la habilidad que tengamos para organizarnos domésticamente. Lamentablemente, la experiencia de la Argentina en este sentido no ha sido buena.

Por ejemplo, a lo largo de la Segunda Guerra Mundial vivimos acusaciones cruzadas entre los sectores cercanos a los aliados, liderados por Estados Unidos, y los que se mostraban cercanos al Eje, liderado por Alemania. Además de impedirnos tomar una decisión firme en defensa de los aliados durante los últimos años de la contienda -error que luego dificultaría nuestro crecimiento debido a las sanciones que nos impuso Washington- estas disputas tendieron a ahondar más las divisiones políticas ya existentes.

Por supuesto, la naturaleza del conflicto global que vivimos actualmente difiere enormemente de la que tuvo lugar durante la última gran guerra. Pero esto no significa que, al igual que entonces, no necesitamos una dirigencia política, económica e intelectual que tenga la capacidad y voluntad necesarias para pensar y actuar de manera estratégica. Y que al mismo tiempo sea capaz de alcanzar acuerdos mínimos respecto a cuál debería ser nuestro posicionamiento internacional. Esto, de hecho, es más necesario hoy que en el pasado, ya que décadas de crisis nos han dejado con una economía más empobrecida y un Estado con menos capacidades. En definitiva, nos hemos vuelto más vulnerables.

Una primera medida para revertir esta situación consiste en generar espacios que les presten mayor atención a las cuestiones estratégicas. A aquellos temas que, si bien no afectan nuestro bienestar inmediato, definirán nuestro futuro. Estos espacios, ajenos a las luchas partidarias, deberían existir en las universidades, en los ministerios e inclusive en el sector privado. Desde aquí deberían surgir muchos de los dirigentes que en las próximas décadas tendrán que defender nuestros intereses en un mundo más complejo y desafiante del que estamos acostumbrados.

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