Hemos cumplido un año de la pandemia. ¿Cómo evaluamos este proceso de crisis por el cual estamos atravesando en nuestro día a día, en nuestra vida? Frente a esta situación única e inédita podemos tener diferentes reacciones, vivir la crisis como terminal o como una crisis vital.
Si vivimos la crisis como terminal lo más seguro es que sintamos enojo, miedo y frustración frente a la amenaza inminente de enfermarnos, o al encierro que padecemos debido a las medidas que se toman para frenar el virus, o a perder económicamente mucho o todo de lo que hemos construido. La presión es alta y por momentos nos supera, estamos irritados y tristes, nos angustia estar aislados y nuestra reacción en este momento no es la misma que tuvimos al comienzo, donde aceptamos la situación con mayor confianza, porque pensábamos que la solución no tardaría en llegar…. Es verdad, estamos cansados y, por qué no, desencantados.
Ahora bien, si nos adaptamos y observamos esta situación con mayor flexibilidad y como una crisis vital, la incertidumbre pasa de ser una amenaza a convertirse en un desafío, donde la duda deja lugar a la creatividad, y nos convoca a la pregunta, permitiendo que habilitemos un espacio para acercarnos a nosotros mismos. Saber cómo estamos viviendo este momento, cómo ha sido este proceso en nuestra vida, que nos dio y que nos quitó.
Qué aspectos de nuestro interior necesitan aún resolverse, cómo nos comunicamos en los diferentes ámbitos de nuestra vida, qué lugar le damos y de qué manera nos relacionamos con nuestro cuerpo. Cómo están nuestros vínculos, cuáles son las personas que nos ayudan y nos aportan en el camino de crecimiento y cuáles no.
Qué nos deja esta experiencia acompañada de nuestra historia personal para poder integrar las luces y sombras que nos habitan y que solo, en el silencio y el encuentro con nosotros mismos, desde nuestra propia escucha, podemos unificar. Poder expandir nuestra propia concepción y descubrir que disponemos de recursos y capacidades que desconocíamos.
En general somos muy exigentes a la hora de juzgarnos y es necesario aprender a observarnos con más atención y cuidado. La baja autoestima hace que al momento de realizar ese encuentro, tan necesario, meditando o contemplando, nos asustemos y busquemos distraernos como sea, evitando esa posibilidad de reflexionar sobre nosotros mismo, para poder ver que hay más allá de la superficie.
Poder evaluar en este proceso la nueva tecnología, que bien aplicada nos ayuda y mucho, a realizar trabajos de manera remota, organizarnos mejor, a aprender cosas nuevas o a acortar distancias con amistades y familiares. Pero también se pone de manifiesto desde la crisis vital la necesidad de cercanía y proximidad que tenemos en el amor desde el encuentro, necesitamos amar y ser amados compartiendo lo vivido de manera solidaria. Ponernos en acción es la única manera de construir realidad, sintiendo que estamos donde tenemos que estar, haciendo lo mejor que podemos.
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